De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

viernes, 17 de diciembre de 2010

En armonía.

Madrid está colapsado estos días. No solamente las compras de Navidad invaden la ciudad de coches y de tarjetas de crédito andantes. Otro motivo hace que sea imposible transitar por las calles del centro al mediodía o a partir de las 8 de la tarde: las comidas y cenas de empresa.

Afortunadamente, este año yo sólo tengo una pequeñita, íntima, a la que acudirá gente muy de mi agrado y con la que tengo buena y frecuente relación. Pero no se me olvidan las de años anteriores. Esas eran como suelen ser la mayoría.

Esos eventos suelen ser organizados por jefes entusiastas. Jefes que, durante el año, no suelen preocuparse lo más mínimo por un alto porcentaje de sus empleados. De muchos de ellos, ni siquiera conocen sus nombres, pero gracias a sus eficientes secretarias, logran sus direcciones de correo electrónico para enviarles una jovial invitación. Los jefes con familia suelen organizarla un día entre el martes y el jueves. Los solitarios reservan un viernes por la noche. Y cualquier opción, ya sea comida o cena, es mala.

Las comidas de empresa son interminables. Se reserva una mesa gigante y, si llegas tarde, te toca sentarte con un tipo que trabaja en la 4ª planta al que sólo conoces de cruzártelo en el ascensor. Se tarda un horror en decidir el menú y luego, se prolonga con café, copa y puro. Y discurso. Y obligación de discurso a los nuevos, al becario, al que se va, al que ha sido padre... Es como una boda sin novios. Y en lugar de gritar "que se besen", el pesao de turno berrea "que hable, que hable". El jefe es el equivalente al padre de la novia y es frecuente que termine con la corbata anudada a la cabeza, a lo John McEnroe.

A las cinco de la tarde, la mayoría están borrachos. Y las borracheras de siesta son espantosas. Si formas parte del jolgorio, te diviertes, sin duda. Y si no, lo más seguro es que encima seas tan pringado que tengas que volver a la oficina a comerte los marrones que han surgido durante las 3 horas y media de almuerzo. A veces, la fiesta continúa en algún karaoke cercano, lleno de ejecutivos con corbata y ejecutivas con falda tubo y zapato salón, cantando a voz en grito, hombro con hombro, clásicos como "Bailar pegados".

Donde yo trabajaba antes, en los últimos años, había que volver para fichar. Sólo había hora y media justificable para comer, así que se perdió la costumbre de desmadrarse y las comidas eran bastante sosas. Esa es otra opción. Todo el mundo está sobrio y tu jefe intenta ser amable e integrarse, como si fuera uno más. Pero provoca el efecto contrario y el personal está más tieso que una vela, intentando no decir nada fuera de lugar. El intento de quedar bien por parte del jefe, suele fracasar cuando llama Pedro a mi compañero Rodrigo, o cuando le pregunta a Inés qué tal le ha ido en sus recientes vacaciones e Inés contesta que aún no ha podido cogerse un solo día.

La opción cena resulta igual de nefasta. Pero tiene otras posibles salidas, más entretenidas. El jefe suele escoger un sitio que frecuenta. Suele ser su italiano favorito y normalmente lo escoge céntrico. Así le viene bien a todo el mundo. Incluso a Nicolás, que vive en Paracuellos del Jarama, a 25 kms. de Madrid. Pero Nicolás tiene que ir. Todos tienen que ir. Las situaciones de las cenas suelen ser parecidas. Sólo varía que, excepto Nicolás, al que no le ha dado tiempo, el resto se ha vestido con sus mejores galas. Y suele ser divertido ver cómo Jacobo, el de marketing, siempre tan puesto con su corbata y sus castellanos, cuando se relaja usa pantalón de cuero, aunque ya no deba.

Después de la cena, los que viven lejos, los empleados sensatos y los padres felices, suelen retirarse a sus hogares, aliviados y satisfechos por el deber cumplido. El resto, se va de fiesta. Suele acabarse en un garito que conoce uno. El grupo que sale de cena de empresa es fácilmente reconocible. Está formado por gente de edades entre los 25 y los 63, que viste de manera muy variada: un moderno, una marujilla, uno con corbata, una choni, una pija que reniega de serlo, un viejo rockero, una cuarentona que no admite que ha cogido dos tallas, una chica normal, un descamisado... De todo, como en botica. Entonces la borrachera cobra más sentido. Unos beben para olvidar que están ahí y otros beben para ligarse a ese de Cobros que te pone mala, pero te hace caso omiso, o a esa de Compras que te dice "sí, pero no" durante el año.

Sea como sea, el más listo es el que se ha cogido vacaciones desde el día siguiente. Será el único que no tenga que dar la cara. El único que se aprovechará de que cuando vuelva a verles, no se acordarán de lo que pasó esa noche.

No todos los eventos de empresa son así. Hay departamentos realmente bien avenidos. Pero, curiosamente, esos no suelen hacer ninguna celebración fuera de lo corriente. Como en el amor verdadero, no necesitan hacer ostentación para demostrarse que se quieren.

A pesar de todo, hoy en día es una suerte tener una cena de estas características. Es señal inequívoca de que se tiene trabajo.

Felices fiestas de empresa.

----------
Comienzo las vacaciones con talante optimista. Y ¿quién más optimista que Dean Martin cantando al amor con una tarantella?
That's Amore - Dean Martin

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Where everybody knows your name.

A veces compro tabaco en el bar de la esquina. Bueno, más concretamente en el bar del chaflán de enfrente. Es un bar al que jamás iría a otra cosa que a comprar tabaco. Nada me invita a ello. Hace cosa de un año, cambiaron de dueños e hicieron reforma. Antes de esa reforma, nunca había entrado allí, pero la primera vez que fui, no logré entender qué podrían haber reformado. Es el típico bar de barrio de periferia, con una carencia absoluta de decoración, iluminado por unos tubos fluorescentes que aumentan la tonalidad verde hospital de sus paredes y que dejan a oscuras el interior de la barra. Las bebidas están repartidas por unas baldas baratas y el cartel de "Reservado el derecho de admisión" está impreso en un folio manchado de grasa y semioculto tras el mando a distancia de la máquina de tabaco. Hay cuatro mesas colocadas sin orden, entre las que no se puede transitar por falta de espacio. Lo único que en ese lugar parece tener menos de 25 años es la televisión.

En mi calle, como en casi todas las de Madrid, hay muchos sitios para tomar algo. Cada uno de ellos tiene cierto encanto, un cierto toque de decoración que lo hace cálido y distinto. Uno es tipo árabe, otro, un pub estilo inglés, otro, el local de comida casera de toda la vida, o una cafetería bien servida con un menú de cierto nivel. Pero el bar del chaflán no tiene nada de esto y, en cambio, es tan necesario...

Lo es por las personas que acuden a él. No paso mucho tiempo allí cuando voy. A lo sumo, dos o tres minutos, dependiendo si necesito cambio o no. Pero en ese ratito, me da tiempo a escuchar alguna que otra conversación y a observar al personal. La mayor parte de los clientes van solos. Algunos se toman un café o una copa en silencio, en un rincón, limitándose a observar o a leer el periódico. Otros hablan con la camarera y otros, hablan entre ellos, aunque no hayan ido juntos. Y todos cuentan su historia. Historias duras, en su mayoría. Lo mal que lo pasaron en el 60, cuando tuvieron la polio. Lo mucho que les duele la cadera cuando llega el invierno. Lo duro que es no saber nada de su hija desde que se fue con ese malnacido. Lo insoportable que se hace ir a trabajar con esa mierda de jefe.

Muchos tienen la piel ajada. Otros, enrojecida. Algunos llevan muletas. Otras, abrigos raídos o llenos de lamparones. La voz ronca. La mirada caída. Las manos moradas, a veces.

Por eso es tan necesario ese bar. Mucho más que el de los camareros con pajarita o el del té marroquí. Porque los bares son las iglesias de los ateos. En el bar, te perdonan tus pecados, te resguardan del frío, escuchan tus confesiones y el vino te limpia de culpas y te aplaca el dolor.

Es un símil manido. De ahí, seguramente, el nombre de "parroquianos" para los clientes habituales. Pero es tremendamente cierto. Todos necesitamos nuestros psicólogos, sea uno colegiado, un sacerdote, tu vecina del sexto o tu camarero habitual.

Y probablemente ese bar tan feo y mal iluminado sea el lugar más bello del mundo para quienes sólo son escuchados allí.

----------
Me gusta mucho él. Por su arrogancia y porque es un showman como la copa de un pino. Y por esta canción.
No Regrets - Robbie Williams

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cosas de la edad.

Cuando eres niño, las horas parecen no pasar. Las tardes de domingo son eternas. Nunca llega la hora del recreo. La noche de Reyes siempre está lejísimos. Y cumplir los 18 es algo que parece inalcanzable. Los mayores te dicen que el tiempo pasa muy deprisa y tú no lo crees. Y luego, eres mayor y no puedes creerte que el tiempo haya pasado tan deprisa.

Un martes viene casi después del jueves. Septiembre parece el mes siguiente a marzo. Los 35 se cumplen el año siguiente a los 23.

Y no te das cuenta de que pasa la vida. Y ves a tus coetáneos y te parecen unos carrozas. Y te crees que tú no lo pareces. Y no entiendes por qué te llaman de usted, ni por qué ya no te sienta bien la ropa de la planta joven de El Corte Inglés.

Probablemente es porque, para algunos, sólo envejece el cuerpo. El espíritu o lo que sea, madura, se moldea... pero no llega a envejecer.

He encontrado un blog que seguramente muchos de vosotros ya conocíais, porque es muy famoso. En cambio, yo no lo he visto hasta hoy. Es el blog de María Amalia, una mujer que, con 95 años y la ayuda de su nieto, comenzó a escribir en Internet. María Amalia murió el año pasado, pero el blog se mantiene vivo. Le he echado un vistazo y me he encontrado con una mujer tremendamente joven, que aun nonagenaria, seguía teniendo la misma curiosidad y la misma capacidad de sorpresa que cualquier niño de ocho.

Y, como ella, hay cientos de miles de ancianos cuya mente no vive conforme a su edad. Cuya mente vive conforme a la vida. Gente que, ante las novedades se niega a decir cosas como "eso ya no es para mí".

Me ha encantado una frase suya, fabulosa: "Y el joven no se da cuenta de las dificultades que tiene el viejo, porque nunca fue viejo."

Una anciana como ella, como tantos otros, nunca ha sido vieja en realidad. Los viejos son viejos desde antes, desde muy jóvenes.

Es difícil desarraigarse de la cultura en la que uno nace, de las creencias que nos inculcan desde pequeños, de las limitaciones que nos pone la sociedad, el qué dirán, lo que está bien visto, lo que es "normal", lo que "debe ser". Pero la juventud reside en la apertura mental. Reside en ser curioso y plantearse por qué los demás son distintos, por qué actúan de manera diferente, por qué las cosas son así ahora y no como cuando éramos jóvenes. Reside en tener ilusión por seguir conociendo, por seguir preguntando y preguntándose. Como decía María Amalia, "El preguntar no tiene cancela."

Cuántos mueren viejos con 23 años y cuántos mueren jóvenes con 98, con toda la vida por delante...

----------
Hoy, la canción va dedicada a un joven amigo y lector mío que siempre será joven, aunque ayer cumpliera nada menos que 28 años. Sé que te gusta:
Let's Dance - David Bowie

lunes, 6 de diciembre de 2010

Confesiones de una lectora.

Creo que nunca he tardado tanto en terminar de leer un libro. Llevo con este desde principios de octubre. Y no es que sea especialmente largo. Es porque suelo dedicarle a la lectura un rato por las noches, antes de apagar la luz y en estos dos meses, la mayor parte de las veces, me he dormido enseguida (debería estar contenta, es una buena señal para alguien como yo, que tiene el sueño difícil).

El caso es que no me importa que me esté durando tanto, porque no quiero dejar de leerlo. No se trata de gran literatura, ni tampoco es una historia de esas que te tienen en vilo. Ni siquiera me siento identificada con el ambiente en el que está inspirado. Más bien al contrario, creo que se trata de una de las pocas veces que un libro me engancha precisamente por lo poco identificada que me siento con el personaje y con su forma de ser.

Cuando lo compré, en la Fnac, buscaba algo ligero, simplón. Algo con humor que no me hiciera pensar. Se titula "Confesiones de un camarero" y pensé que se trataba de una recopilación de posts del blog Waiter Rant (http://waiterrant.net), donde un camarero contaba las vicisitudes de su profesión.

De lo que en realidad se trata es de una especie de relato de cómo y por qué un hombre que iba para sacerdote, llega a ser camarero, tras fracasar en sus incursiones en el mundo del marketing y de los servicios sociales en centros de rehabilitación y de cómo es el día a día de un restaurante italiano de nivel medio-alto en Nueva York, desde el punto de vista de sus empleados.

El narrador/descriptor es un hombre de 38 años con bastantes callos en el alma. Es un tipo duro, que no oculta su seguridad en sí mismo, ni lo mucho que se quiere. Y que no tiene pelos en la lengua. Y eso es lo que me encanta, que al leerlo, parece darle una bofetada a mi mente ingenua, diciéndole "espabila". No me cuenta lo que quiero leer. A veces, me desagradan ciertas opiniones o actitudes que él defiende, pero eso es precisamente lo que me gusta del libro. E, incluso, lo que hace que termine "sintiendo" algo por él. No hace un dibujo bonito de sí mismo, ni de su profesión, pero está diciéndome todo el rato: "esto es lo que hay" y me resulta tan sincero que, me gusta "lo que hay".

Muchas veces, incomprensiblemente, me siento mucho mejor cuando tengo que intentar comprender a alguien que cuando encuentro a alguien que me comprenda a mí. Seguramente es porque lo único que me hace verdadera ilusión en esta vida es la posibilidad de aprender, casi "lo que sea".

----------
Siempre he dicho que la música pop española no me fascina. No soy fan de Mecano (salvo de los inicios), ni de Alejandro Sanz, ni mucho menos de La Oreja de Van Gogh. Especialmente estos dos últimos ejemplos, me repatean. Pero hay un grupo que forma parte de esas extrañas excepciones que confirman esta regla: Radio Futura. La voz del tremendamente atractivo Santiago Auserón, ayuda bastante. Así que hoy elijo un tema de este grupo, del año 1985, que me encantaba en su momento y que para mí ha aguantado el paso del tiempo.
Han caído los dos - Radio Futura.

martes, 16 de noviembre de 2010

De coches y hombres.

Tengo una manía bastante común: me fijo mucho en los coches y en las matrículas. Si veo por ahí un coche, sé si es de mi barrio. Lo hago de una forma natural. Seguramente esa costumbre venga de un entretenimiento que mi padre solía proponernos cuando éramos pequeñas, para que no diéramos mucho la lata en los viajes, que consistía en contar la cantidad de coches de un modelo determinado que veíamos o en sumar las matrículas... cosas así. Por eso recuerdo todos los números de matrícula de los coches de mi padre (y ha tenido 10) y de los de mis amigos, compañeros, familia, etc. (Parezco un poco psicópata, pero lo hago sin querer... como los psicópatas, sí).

Recuerdo que un soleado mediodía, allá por 1999, estaba esperando en un semáforo junto al Ramón y Cajal. Detrás de mí había un coche azul marino, conducido por un hombre espectacular, que iba acompañado del que podría ser su padre. Me encantó su gesto, su pelo, su forma de moverse... Y me quedé con la matrícula, por si le volvía a ver. Y, efectivamente, así fue. Volví a ver ese coche y esa matrícula en el 2008, mientras yo cruzaba a pie el Paseo de las Delicias. No sé si tendría el mismo dueño. Por supuesto, sigo recordando la matrícula perfectísimamente. En cambio, al chico sería incapaz de reconocerle por la calle.

El caso es que tengo mis propias estadísticas con los coches. Aquí van algunos resultados de mis estudios.

Algunos días, cuando llego al garaje, suele haber un coche aparcado delante de la puerta, con la doble intermitencia puesta. Curiosamente, la mayor parte de las veces, se trata de un Seat Ibiza ¡y nunca es el mismo! Lo que me lleva a pensar que los dueños de los Seat Ibiza tienen cierta pereza a la hora de buscar aparcamiento, o son propensos a parar "un momentito", o suelen ir a recoger o a dejar a su novio/amigo/padre/suegra en su casa, o simplemente son aficionados a tocar las narices.

Otras personas se dedican, impunemente, a aparcar en las plazas reservadas a los minusválidos, sin serlo. Y estos suelen portar automóviles caros, como Audis, Mercedes, BMWs y demás. A veces pienso que es porque, además de poca vergüenza, tienen mucha pasta para permitirse la multa.

Si alguna vez tenéis oportunidad, fijaos en los Opel Astra de color gris plateado de hace unos diez años. Veréis que, con asombrosa frecuencia, la matrícula es de Toledo y las letras son AF o AX, o A algo, en todo caso.

Es curioso observar a un coche y a su dueño. Tenía un compañero soso a más no poder. Físicamente era alto, delgado y desgarbado y no demasiado agraciado. Era aburrido sólo con mirarle. Cuando vi su coche, no me lo podía creer: tenía un deportivo de lo más agresivo. Tal vez es por eso que dicen de que a veces los hombres suplen con el coche sus propias carencias. Claro, que también dicen que el coche es una prolongación del pene, pero en el caso concreto de este muchacho no lo puedo aplicar, por falta de conocimiento (y de ganas, por supuesto).

Los coches dicen mucho de sus dueños. Y la verdad es que el mío no habla nada bien de mí.

No sé por qué tendré esta costumbre. Tal vez en otra vida fui guardia civil.

De todas formas, los coches y los hombres (refiriéndome exclusivamente al género masculino), tienen mucho que ver. El coche perfecto seguramente se parezca mucho al hombre perfecto: diseño italiano, seguridad alemana, precisión japonesa y elegancia inglesa.

----------
No, tranquilos, hoy no haré como ayer, que os dejé media discoteca. Hoy sólo dejo un tema, pero seleccionado con cuidado. Uno del 85. Uno de mis favoritos.
Heartbeat city - The Cars

lunes, 15 de noviembre de 2010

Belleza.

Cuando tenía unos quince años, había un chico en mi colegio, unos tres años mayor que yo, al que recuerdo saliendo de clase, en la calle, con un plumas Roc Neige azul marino y rojo, sin mangas, bajo el que llevaba una impoluta camisa blanca. Tenía un pelo precioso, castaño claro, que brillaba muchísimo cuando le daba el sol y cuyo flequillo se movía graciosamente cuando él resoplaba hacia arriba. Además, su sonrisa era simplemente deslumbrante. Nunca llegué a cruzar una palabra con él. Nunca supe si era simpático, o inteligente, o dulce. Pero, cada vez que le veía, me entraban unas enormes e incontenibles ganas de llorar. Se me ponía un nudo en la garganta y en el estómago, se me saltaban las lágrimas y una enorme emoción física me recorría. Sólo por su belleza. Sólo por contemplarle. Jamás ocupó un lugar en mi corazón, pero mi reacción física era instantánea.

Aquello volvió a sucederme un 25 de julio, el día que subí a lo alto de Notre Dame de París. El sol se reflejaba en el Sena. Estar allí, junto a las gárgolas, hizo que mis lágrimas salieran a borbotones y que me faltase la respiración. Lloraba con una enorme sonrisa. Lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida. Ese día fui FELIZ, con mayúsculas. Y eso, a pesar de estar enferma, sola y muchas cosas más.

Fue la misma emoción que sentí al borde de Cabo Vidío, en Asturias. Siempre he dicho que, si me pierdo, me busquen allí. He ido ya muchas veces, pero la primera se me metió dentro.

Así que, claro que puedo entender lo que le sucedió a Stendhal en la Santa Croce (aunque allí, a mí no me sucediera lo mismo). Soy tremendamente sensible a la belleza. Una belleza que puede estar en cualquier parte y en cualquier cosa o en cualquier escena. Una belleza que me remueve físicamente, que hace que mis emociones exploten en forma de lágrimas y de felicidad.

La belleza también duele, pero es un dolor tan placentero...

----------
Hoy me apetecería dejar cientos de canciones, así que voy a poner más de una. Todas ellas, me han hecho llorar de belleza.

Europa (Earth's Cry Heaven's Smile) - Santana
Smile - Nat King Cole
The way we were - Barbra Streisand
Unfinished Sympathy - Massive Attack
When the body speaks - Depeche Mode

jueves, 11 de noviembre de 2010

Orden y caos.

Estoy viendo un curioso documental sobre el orden y el desorden. En él hacen una serie de reflexiones acerca de las ventajas y desventajas de ser ordenado.

"El desorden es parte del orden natural", acaban de decir. Y que el otoño es la estación más desordenada de todas... Mmmmm... bueno. La Naturaleza tiene, sin duda, un orden. Pero el caos también es parte de ese orden...

Sobre las personas, cuentan que el desorden es una señal indudable de personalidad y que la gente desordenada suele tener mejores sueldos que los individuos más pulcros. Me parece mucho decir. En general, me he encontrado con muchos más jefes cuidadosos que desordenados.

Una de las razones que suelen darme para convencerme de que es mucho mejor ser ordenado es que teniéndolo todo bien colocado y guardado se ahorra uno mucho tiempo. ¿Seguro? ¿Y si no fuera así?

Vamos a ver: si yo llego a casa, dejo el bolso colgado en el picaporte de una puerta, el abrigo al pie de una cama, los zapatos en el suelo y el resto de mi ropa, la tiro sobre la silla ¿cuánto he tardado? Unos dos minutos.

En cambio, si entro en casa, meto el bolso en su armario, cuelgo el abrigo en una percha, meto las botas en el zapatero y guardo todas y cada una de las prendas que me quito, dobladas en su estantería (si no hay que echarlas a lavar, que eso sí que es lo más cómodo del mundo), ¿cuánto tardo? Probablemente, no menos de diez minutos. He perdido ocho.

Al día siguiente, si salgo de nuevo, tendré que volver a buscar el bolso en el armario, descolgar el abrigo de la percha, coger los zapatos del zapatero... De la otra forma, "a mi manera", ¡está todo a mano!

En el peor de los casos, si no encuentro algo por mi desorden, ¿qué voy a perder buscándolo? ¿ocho minutos? ¿algo más? El tiempo queda compensado.

No voy a discutir, desde luego, que estéticamente es mucho mejor ser ordenado. Cuando espero visita en casa, lo primero que hago es ordenarlo todo. Y tampoco voy a defender, en absoluto, que ese desorden tenga que conllevar suciedad. Ni hablar. No soporto la suciedad.

Se trata de sentirse a gusto con uno mismo. El que es ordenado no realiza esfuerzos para colocar sus cosas. Lo hace de forma natural, porque se siente feliz así. Los desordenados también lo hacemos de forma natural. Además, solemos tener memoria fotográfica y en nuestro caos también tenemos nuestro orden. Es más... cuando me da por ordenar algo o por colocarlo en su sitio, es cuando no lo encuentro, porque he actuado contra mi propia lógica y luego, me cuesta deducir dónde está. Si yo dejo siempre el bolso colgado del picaporte de una puerta, siempre iré a buscarlo allí.

En fin... los desordenados somos unos incomprendidos. No parecemos lógicos. Bueno, tenemos una lógica diferente, así de simple.

----------
Hoy, después de este discursito, una canción de "a mí, plin". Una canción que me encanta desde siempre.
Raindrops keep falling on my head - B.J. Thomas

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por encima de nosotros.

Una vez, me dijo un psiquiatra que los seres humanos estábamos utilizando tecnología del siglo XXI con emociones del siglo XIX.

Me pareció, entonces (aún estábamos en el siglo XX), una verdad como un templo y aún lo sigo pensando.

Tenemos unos avances técnicos que hace sólo 30 años, la mayoría ni podíamos soñar. ¿Y para qué los utilizamos? Para lo mismo que nuestros antepasados usaban la pluma y las cartas, los carruajes, el arco y la flecha... Tenemos millones de aparatos nuevos para conseguir los mismos fines de siempre, pero de una forma mucho más rápida.

Y lo malo es que toda esta nueva tecnología la seguimos usando los mismos descerebrados. ¿O lo somos más aún? Por ejemplo, me pregunto si antiguamente también había niñatos que le cogían a su padre el coche de caballos y se ponían a correr sobre los adoquines de la villa, a toda velocidad sólo para impresionar a la rubia de turno.

Cartas de amor se han escrito siempre, pero en eso, seguro que hemos cambiado. Principalmente, porque en la antigüedad, pocos sabían escribir y quienes lo hacían, lo hacían bien. Hoy lo sabe hacer casi todo el mundo y cada vez peor. Lo que antes se decía usando al menos diez líneas de una cuartilla, con una hermosa y enrevesada caligrafía y a veces sobre papel perfumado, hoy se resume en tres caracteres sobre una pantalla retroiluminada por LED: "tkm".

Tal vez, a medida que la tecnología avanza, nuestro cerebro retrocede. Tal vez estamos creando un monstruo que un día podrá con nosotros (sé que este pensamiento no tiene nada de novedoso). No es que creemos máquinas cada vez más potentes y nosotros sigamos siendo los mismos. Es que creo que a medida que se perfeccionan estos inventos, nosotros empeoramos. Como si nos relajáramos, cediendo el poder a estos aparatitos. Ahora que cada vez cuesta menos hacer las cosas, nos hacemos más vagos.

Antes, no hace tanto, escribir una carta a máquina (hablo de una Underwood o incluso de una Olivetti), costaba bastante trabajo. Había que enrollar correctamente el papel en el rodillo, teclear fuertemente para marcar las letras y empujar el carro para pasar de línea. Por no hablar de corregir errores: había que tener a mano el Tipp-ex y ponerlo exactamente sobre la letra errónea. Y aun así, escribíamos las palabras y las frases enteras.

Hoy en día, no hay papel, los teclados son tremendamente suaves y se borra todo con una sola tecla. Y si escribimos en el móvil, sólo usamos un dedo para todo y la opción de texto predictivo nos da la palabra hecha. Y todas estas facilidades sólo han llevado a la extinción de palabras como "porque", "también", "qué" o "mensaje".

----------
Hala, ya he acabado mi breve reflexión. Finalizo con una canción que, durante mucho tiempo, cantaba a diario en la ducha:
No ordinary love - Sade

miércoles, 13 de octubre de 2010

Móvil.

Moving... móvil... Los títulos de mis dos últimas entradas tienen cierta semejanza.

Bueno, a lo que voy. Ya estoy pensando en cambiar de móvil. Hay que tener en cuenta que el que tengo, ya ha cumplido un año y dos meses... Para cualquiera, es un móvil nuevo. Para una persona tan tecnológicamente caprichosa como yo, es una antigualla.

Así que me he puesto a fisgar por la red, para enterarme de cuál es el mejor. Y ahí viene el problema.

Encontré una tabla comparativa de los móviles más avanzados del momento. En principio, tenía la idea de esperar a diciembre para conseguir el IPhone 4 a un precio estupendo gracias a los puntos de Orange que genera mi tremenda afición a las charlas telefónicas. Pero, entonces... apareció el HTC Droid Incredible.

Y ese móvil, lo tiene todo. Todo. Cosa que se me ocurría, cosa que tenía. Hasta una cámara de 8 megapíxeles. Pensé: "bueno, la del IPhone tiene 5, que ya está más que bien". Pero... el IPhone ¡no tiene radio! ¿Un móvil así, sin radio? El HTC sí la tiene.

¿Problema? No lo venden (aún) en España. ¿Más problemas? Cuando lo vendan, costará un fortunón y los miles de puntos que tengo en Orange no me cubrirán ni el precio del cargador. Y para cuando sea "asequible", estará pasado de moda y saldrá otro que lo tenga "todo". Hasta eso que ahora mismo ni siquiera sé que voy a querer.

Mientras tanto, todo el resto de móviles me parecen "poca cosa". Hasta el IPhone 4. Y mientras tanto, me quedo con el mío, que lo único que no tiene son 8 megapíxeles.

Lo malo de tener algo excelente, es que sólo lo sustituirás por lo mejor. Y en tema de móviles... lo mejor estará siempre por llegar.

----------
Y claro, hoy...
Frank Sinatra - The best is yet to come.

lunes, 11 de octubre de 2010

Moving.

Moving, just keep moving,
Till I don't know what's sane,
I've been moving so long,
The days all feel the same,

Moving, just keep moving,
Well I don't know why to stay,
No ties to bind me,
No reasons to remain,

Got a low, low feeling around me,
And a stone cold feeling inside,
And I just can't stop messing my mind up,
Or wasting my time,

There's a mow, low feeling around me,
And a stone cold feeling inside,
I've got to find somebody to help me,
I keep you in mind,

So I'll keep moving, just keep moving,
Well I don't know who I am,
No need to follow,
There's no way back again,

Moving, keep on moving,
Where I feel I'm home again,
And when it's over,
I'll see you again,

Got a low, low feeling around me,
And a stone cold feeling inside,
And I just can't stop messing my mind up,
Or wasting my time,

There's a mow, low feeling around me,
And a stone cold feeling inside,
I've got to find somebody to help me,
I keep you in mind.

Supergrass - Moving

jueves, 9 de septiembre de 2010

Facebook.

En los últimos días, han aparecido en mi Facebook varias solicitudes de amistad. La mayoría procedían de gente de mi colegio y alguna otra, de la facultad.

De la gente del colegio, de esas personas en concreto, no sabía nada desde hacía veinte años. Veinte. Me encanta ver cómo, en la mayoría de los casos, todas tienen la misma cara que recuerdo. La misma sonrisa.

La pregunta es obligada, en el encuentro: "¿Cómo te va la vida?". Y entonces es cuando hay que resumir esos veinte años en unas cuatro o cinco líneas. Y es curioso ver cómo todos lo conseguimos. Todos logramos condensar todo ese tiempo en unas cuantas palabras: "Estuve trabajando quince años en tal sitio y este año me he cambiado a este otro. Y hace 6 años que me casé". O: "Viví un tiempo en Barcelona, pero luego me trasladaron a Madrid y aquí sigo, aún soltero". O: "Sigo viviendo en el mismo barrio, me casé con fulanito, ¿te acuerdas? pero nos divorciamos".

Todo el resumen se reduce al trabajo y a la situación sentimental. Eso es lo que parece describirnos.

En ninguna otra época de la Historia se ha podido reencontrar nadie con tanta gente de su pasado. Tengo agregados por lo menos quince amigos de entonces. Y parece que retomas la conversación en el lugar donde la dejaste.

Probablemente, ninguno somos los que éramos. Entonces, sólo nos unía ser compañeros de clase, pero seguramente no teníamos mucho más en común. Luego, cada uno tiró para un lado, hacia su vocación, o hacia donde pudo. Y ahora, la red nos vuelve a juntar.

Y es estupendo que te digan que se alegran de volver a saber de ti. Y es estupendo decirlo y que sea sincero.

En aquella época, las diferencias se marcaban mucho: los guapos, los listos, los tímidos, los ricos, los menos ricos... En cambio, yo creo que ahora estamos todos igualados por lo que nos ha pasado en estos veinte años: tener que habernos enfrentado a la vida de verdad. A una vida en la que los exámenes son mucho más difíciles que los de la quinta evaluación y en la que no te dejan repetir curso.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El país de las cosas pequeñas.

Tras estas vacaciones, he confirmado lo que ya creía: que en Estados Unidos todo lo hacen a lo grande. Desconozco si sucede lo mismo en el resto del continente americano, porque no he visitado ningún otro país del otro lado del Atlántico.

Así que vivimos en el continente de las cosas pequeñas. Allí se quejan del tamaño de las habitaciones de los hoteles europeos. No me extraña. En California, cualquier motelillo tiene cuartos de más de 25 metros cuadrados. Recuerdo que estuvimos en uno de Williams, que tenía dos camas de 1,35.

Por no hablar de los coches. ¿Para qué tanto? Se gastan todo en carrocería, porque el motor no les sirve para mucho, teniendo que ir por esas enormes autopistas a un máximo de 110 km/h. El Smart es una motito para ellos.

¿Y los cafés del Starbucks? ¿Realmente es apetecible un café con leche de medio litro? Las galletas, las magdalenas (allí les llaman muffins, pero son magdalenas) tienen un tamaño sobrenatural. Casi hay que servirlas en porciones.

En cambio, les gustan las mansiones sin jardín. Había un barrio de Queens, llamado Malva, poblado por gente pudiente. Por lo visto, el valor de las casas superaba el millón de dólares. Eran unos chalecitos muy monos, de dos o tres plantas, cada uno de un estilo. Pero sólo tenían una pequeña porción de césped delante de la casa, sin ningún tipo de valla o seto. Estamos hartos de verlos en las películas. Y entre una casa y la del vecino, 50 metros escasos de distancia. Privacidad cero.

La moneda, por ejemplo. Un billete de dólar tiene el mismo tamaño que uno de 50. ¿No se han planteado convertir el de dólar en moneda?

Y llego a Madrid y todo me parece chiquitito. Mis pequeñas tazas, mi pequeño ascensor, mi pequeño coche, mis pequeñas magdalenas...

¿Es porque tienen un país muy grande? ¿En Rusia, China o Australia, es también todo así de grande?

Es un país excesivo.

----------
Cuando era pequeña y soñaba con tener un programa de radio nocturno, donde leyera poesía y pusiera música (tenía hasta el título: "Luz de madrugada"), me encantaba escuchar esta canción.
Miguel Ríos - No estás sola

martes, 7 de septiembre de 2010

Seis horas menos en mi cabeza.

Ya estoy en Madrid. O eso creo. El jet lag no me deja pensar con claridad. He dormido 3 horas en el avión (récord absoluto para mí) y me he permitido una siestecita de dos horas. Pero aún así, no soy persona del todo.

Y vuelta a mi ciudad. Aún no a mi rutina, pero sí a mi sitio. Vuelta a comer "normal", vuelta a mi almohada (que no es que me guste más que las que me han dado apoyo en los hoteles del viaje), vuelta a mis cosas.

Madrid me parece ahora un sitio tranquilo, casi provinciano. Y pienso disfrutar de ello.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Fame.

El viernes cambiamos de hotel. Nos trasladamos al mismo corazón de Nueva York: Times Square.

Después de ver esto, Callao y la Gran Vía me parecerá demasiado tranquilo... hasta soso. Un increíble maremagnum de luz, ruido, olores, razas, música, flashes, tiendas, coches, policías... Y nuestro hotel está en medio de todo eso. O encima de todo eso. Estamos en la planta 48, justo sobre Broadway:


Aquí hemos despertado este mediodía, después de una larga noche de cervezas en el Soho en compañía de una amiga de Madrid y su hermano. Nos hemos desperezado con un brunch a base de chocolate con nata y tostadas francesas, con pasas, queso crema y fresas, en un "diner" de la 7ª Avenida.

Por la tarde, hemos ido al B.B. King Club, en la 42, a ver al Harlem Gospel Choir, mientras tomábamos queso y frutas con una copita de champán californiano. Y ya puedo decir que me he subido a los escenarios de Broadway, porque el presentador del evento, Allen Bailey, me ha hecho decir unas palabritas (en inglés), ahí arriba, con él y con el resto del coro. A cambio de la vergüenza que me ha hecho pasar, me ha regalado un cd firmado por todo el grupo. Me he sentido un poco como cuando era pequeña e iba a las fiestas de la empresa de mi padre, y los Reyes Magos me sentaban con ellos y me daban una Nancy, o el juego de El Palé...

Día tras día, cambio de opinión sobre esta ciudad. Y creo que la conclusión definitiva es que me gusta. Que es entretenida, contradictoria, incansable... Y que tiene música por todas partes. Y eso ya es mucho.

jueves, 2 de septiembre de 2010

New York, New York.

Poco a poco, a medida que paso más tiempo aquí, mi imagen de Nueva York va cambiando. Tengo que reconocer que esto no ha sido amor a primera vista. Pero creo que ya es amor. Me gusta mucho esta ciudad. Aunque sería mucho más adecuado decir "me gustan mucho estas ciudades". Son mil ciudades en una. Cada vuelta de esquina es un lugar diferente y a veces, hasta opuesto. El final de los elitistas vecindarios de Park Avenue es el comienzo del humilde y difícil Harlem. El caótico mundo de Chinatown se confunde con el romanticismo de las terrazas callejeras de Little Italy. Todo el mundo encuentra su lugar en Nueva York.

Esta mañana hemos visitado el Bronx, Queens, Brooklyn y Harlem. Casi todos, escenarios de vidas complicadas de distintas razas. Pero el que más nos ha llamado la atención ha sido Williamsburg, el hogar de unos diez mil judíos ortodoxos. Un mundo aparte, literalmente. Diez mil personas que nacen para no ver nada. Que nacen para no conocer, ni saborear, ni siquiera mirar nada que no salga de sus calles, ni de sus costumbres. Lo cierto es que no conocía prácticamente nada sobre ellos y me ha impresionado saber que ellas, cuando se casan, han de raparse el pelo y llevarlo así mientras dure su matrimonio, aunque por la calle, pueden usar peluca. Una peluca prácticamente igual para todas: morena o castaña, de media melena. Todas y todos han de vestir de negro. Cuando ellos quieren hacer el amor con sus mujeres, simplemente, dejan el sombrero sobre su cama y ellas ya saben que tienen que estar dispuestas para acostarse con ellos, eso sí, siempre con una sábana de por medio, que minimice el roce de sus pieles. Y como no pueden mezclarse con otras razas, casi todos son miopes y pueden casarse con sus primos. Eso sí, las mujeres no pueden elegir esposo y a veces, le conocen dos días antes de la boda. Todo eso a menos de 15 kilómetros de Manhattan, el distrito que inspiró Sexo en Nueva York. Un distrito al que van a trabajar en sus propios autobuses, para no viajar con el resto de los seres humanos.

Queens es bastante más colorista. Allí conviven los millonarios de un barrio residencial con los inmigrantes de México, Colombia o Perú, en un ambiente más bien cordial.

Y el Bronx es lo que se espera: marginal, deprimido, algo hostil... y sobre todo, peligroso al anochecer.

Pero, volvamos a Manhattan. Ayer hubo visita cultural al MOMA, que me gustó más de lo previsto, y visita comercial al Soho, muy entretenido y agradable.

Y antes de ayer, dije que iba a hablar de la cena en Tao. El caso es que enlaza muy bien con lo que antes comentaba de la diversidad de culturas y nacionalidades. Tao es un restaurante de moda, de comida asiática. Un Buda enorme preside el local, de dos pisos con una iluminación más que tenue, pero agradable. Nos sentaron en una de las mesas de arriba. Yo no soy muy de mirar a la gente que tengo alrededor. Más bien suelo fijarme en cosas como las plantas, las lámparas, las cortinas, los letreros... Pero el grupo de la mesa de al lado llamó mi atención poderosamente. Eran dos chicos y tres chicas de unos veinticinco o treinta años y, cada uno de ellos representaba perfectamente a los cinco continentes. Había una chica asiática, un chico negro africano, una chica rubísima de tez muy blanca con pinta de australiana, un chico de rasgos muy característicos del Mediterráneo oriental y otra chica castaña, típicamente norteamericana. Pensé que podría tratarse de un grupo de modelos que habrían reclutado para una campaña multirracial. Todos eran atractivos, pero no excesivamente guapos, ni perfectos. Pero todos ellos representaban muy bien a sus respectivas etnias. Y, encima, me dio la sensación de que no tenían demasiada confianza entre ellos, lo que afianzó mi idea de que su reunión no era casual. Por lo demás, la comida del Tao era buena y excesiva, como casi todo aquí.

Hoy también hemos estado en Greenwich Village, escenario de series como Friends o Sexo en Nueva York. Un barrio agradabilísimo para vivir, pasear, tomar algo, comprar... El barrio en el que sin duda, viviría aquí si pudiera elegir. Simplemente encantador.

Y por la noche hemos cenado en Pastis, en el Meatpacking District, la zona de moda para ver y ser vistos. Lleno, como casi todo Nueva York, de chicas espectaculares, altísimas, delicadas y portadoras de vestidos mínimos y tacones máximos, y de chicos normalitos que las persiguen, por si hay suerte.

En fin... que me gusta esta ciudad.

----------
Empire State of Mind - Alicia Keys.
http://open.spotify.com/track/5sra5UY6sD658OabHL3QtI

martes, 31 de agosto de 2010

Brevemente.

Hemos estado planteándonos si nos gustaría o no vivir en Nueva York. Yo me he decantado por el no. Y es que no le veo, personalmente, ningún valor añadido respecto a Madrid. Aquí hay muchísima más oferta de ocio, eso es verdad. Pero ¿para qué iba a querer yo más oferta de la que tengo allí, si no aprovecho ni la décima parte de lo que hay en mi ciudad?

Otros dirán que Central Park es más grande. Ya. Pero es que aquí tiene que haber parque para 14 millones de personas. El Retiro es más que suficiente para los 5 millones de madrileños.

O las tiendas. Las numerosísimas tiendas de lujo. ¿Para qué? No puedo pagar lo que venden, ni aquí ni en Madrid.

¿La oferta gastronómica? No sé... aquí venden perritos literalmente en cada esquina, pero no cambio ninguno por los de Nebraska.

Nueva York me encanta. Es entretenidísimo. Pero no para vivir. Aquí se viviría muy bien siendo millonario. Pero en esas condiciones, se vive bien en cualquier parte. Creo que es una ciudad hostil para el pobre, y la clase media tampoco vive mejor que en otras grandes ciudades. ↲↲Madrid es... más manejable. O tal vez me estoy haciendo mayor...

Hemos estado en Wall Street y me he quedado de piedra al ver que no tenía ni idea de cómo es esa calle. ¡Estrechísima! Sinuosa, angosta, peatonal en algún tramo y en pendiente. En general, el distrito financiero no es en absoluto como lo imaginaba. Ni en el ambiente, ni en las calles... Tiene mucha más gracia trabajar en la 5ª Avenida, con esos portales señoriales, como en el cine.

Mañana sigo. No tengo mucho tiempo. Aunque estoy menos cansada.

Y contaré la cena en Tao.

lunes, 30 de agosto de 2010

Otra ciudad.

Nunca se puede juzgar a una ciudad en domingo. Eso es lo que he aprendido hoy. Bueno, es algo obvio, sí, pero hoy lo he visto con más claridad.

La ciudad que vimos ayer era algo tristona. Y hoy, en cambio, ya era NUEVA YORK. La que esperas que sea.

Dije anoche que iba a contar qué tal nos había ido por Central Park (y fue estupendo), qué vimos en la 9ª Avenida (y fue curioso), qué me compré en B&H (y fue un teleobjetivo) y qué tal cenamos en Pera (y fue bien). Pero no lo voy a hacer, al menos con detalle, porque si no, ¿qué me queda para contaros en Madrid?

Así que hoy, sólo dibujaré unos trazos de lo que ha sido el día.

Hemos estrenado nuestras tarjetas de transporte (Metrocard) para coger el metro a Times Square. Un metro que es un horror: feo, viejo, oscuro, ajado, tremendamente caluroso... Los trenes, por el contrario, tienen su gracia. Son increíblemente largos, de color plata y bastante anchos, cómodos y fresquitos. En conjunto, es una experiencia curiosa, un poco agotadora, pero que merece la pena. Como todo aquí, es igual que en las películas.



Después hemos ido al Museo de Historia Natural. A este museo, le dedican 4 páginas en las guías de la ciudad y, poniendo por delante mi casi absoluto desconocimiento sobre Antropología, Paleontología, Zoología y Etnología, tengo que decir que los museos que de estas disciplinas tenemos en Madrid, le dan mil vueltas. Pero los americanos tienen una increíble habilidad para hacer creer al resto del mundo que lo suyo es siempre lo mejor. Es decir, que son los reyes de la publicidad.

Pero no ha estado mal la visita al Planetario Hayden...

Por la tarde hemos hecho el tour de la NBC, una de las grandes cadenas de televisión norteamericanas. Lo mío tiene delito.

Y luego, a divisar Manhattan desde el Top of the Rock. Sin palabras. No se puede contar. Hay que verlo. No me he puesto a llorar, como hice en lo alto de Notre Dame en París, pero poco me ha faltado.

Estoy realmente cansada. Y muy gorda. No es una exageración, sino una realidad. Los viajes me engordan nada más emprenderlos. No sé si me hincha la felicidad, o los nervios, o el ansia... Pero mi perímetro ensancha por momentos.

En fin... el dolor de pies me afecta a la cabeza y, de verdad, no puedo ser creativa.

Un beso neoyorkino.

----------
La canción de hoy es, para mi gusto, la mejor interpretación de una letra que haya oído jamás. Más que una canción, es una obrita de teatro...
http://open.spotify.com/track/6XVpKaD3oxpA2ohiLyTGPC
Vikki Carr - It must be him.

domingo, 29 de agosto de 2010

Second day.

Segundo día en Nueva York. O primero, según se mire, porque lo de ayer sólo fueron unas horitas....

En el post de ayer, escueto por mi cansancio, comenté las tremendas diferencias que hay entre Business Class y turista. Aquello me trajo a la mente un anuncio de la compañía Southern Airways, de los años 70, que Canal + recuperó en el 92, en un especial sobre publicidad. Me ha costado encontrarlo, pero aquí está:
http://www.youtube.com/watch?v=yulxnzAsWEM (no me funciona lo de insertar vínculos, así que es mejor que copiéis y peguéis).

Pues algo así sentí...

Bueno, estoy de broma... ¡pero mis riñones, no!

Un taxi nos trajo al hotel, en medio de un tráfico infernal. O mejor dicho, un extraño tráfico infernal. Una autopista de 4 carriles, atestada de coches en ambos sentidos, pero por la que, curiosamente, todo el mundo circula a unos 90 kms/h.

Entramos por el puente de Queensboro, desde donde vimos todo Manhattan iluminado. Todas aquellas bombillas dibujaban la conocidísima forma del skyline de Nueva York. Poco a poco, calle a calle, nos metimos de lleno en la ciudad, en medio de la cual está nuestro hotel.

Se encuentra en la calle 41 Este, también conocida como Library Way, porque lleva directamente a la entrada de la Biblioteca de Nueva York. Las aceras están llenas de placas doradas con textos breves de Albert Camus, Ernest Hemingway, Lewis Carroll...
El hotel está dedicado enteramente a los libros. En recepción y en la sala de desayunos hay muchísimos libros de todas clases. Cada planta está dedicada a un género distinto y cada habitación, a un subgénero. Nosotros estamos en la octava planta, dedicada a la novela y nuestro cuarto es, concretamente, el de la literatura erótica. El más entretenido del hotel, ¡vamos! Está llena de libros dedicados a las artes amatorias, casi todos en inglés o en italiano y muchos, con "interesantes" ilustraciones. Nada que ver con lo aburrida que debe ser la habitación contigua, dedicada a "Los clásicos".



Para luchar contra el jet-lag, nos dimos una vuelta hasta la hora de dormir. Y nos encontramos con la maravillosa estación central, escenario de un montón de películas, entre ellas, Con la muerte en los talones. Un laberinto de mármol, pasadizos y escaleras, presidido por su famoso reloj de cuatro esferas y un techo abovedado con las constelaciones del Zodíaco pintadas en dorado sobre verde.

A la salida, un perrito caliente callejero y algo de música de fondo en las esquinas. Y el imponente edificio Chrysler, brillante y plateado en su cima y custodiado por sus gárgolas.

Pero eso fue ayer. Hoy hemos empezado el día con un opíparo desayuno en una agradable sala con libros y piano de cola. Bagels, cruasanes, zumo de pomelo y un bol de frutas frescas (arándanos, piña, melón cantalupo, uvas y fresas). Si me las presentaran así, cortaditas y lavadas cada mañana, las desayunaría siempre, seguro...

Y luego, largo, largo paseo de mañana dominical. Quinta Avenida: unas cuantas tiendas famosas, aún cerradas a esas horas. Y la famosísima Apple Store, un original local subterráneo al que se accede por un cubo de cristal que hay en la superficie.


Pies entrando y saliendo de la Apple Store.

Es extraña mi reacción ante la ciudad. La he visto tantas veces en el cine, las series, las fotos... que creía que la conocía y, en cambio, una vez aquí, las cosas no me resultan como imaginaba. ¿Os ha pasado alguna vez que soñáis con un sitio que conocéis mucho, pero en el sueño no se parece a la realidad? Pues a mí me pasa así, pero al revés. Estoy desubicada.

Y como es una ciudad que hasta ahora sólo había visto en cine o tele, resulta que ahora la encuentro silenciosa. Siempre había recorrido sus calles en escenas ambientadas con música, o con el ruido infernal del tráfico, pero en directo, no me ha dado esa sensación en absoluto. No es desagradable acústicamente hablando.

Mañana continuaré. Me cuesta escribir, porque lo hago al final del día y aquí estoy llegando a las noches con demasiado cansancio...

Así que, mañana hablaré de Central Park, 9th Avenue, Macy's y el restaurante Pera, de Madison.

Besos exhaustos desde la Gran Manzana.

----------
Si me pidiérais un tema musical, hoy os daría este, relajante y suave, para dormir bien, soñar con lo que más deseéis y dejar volar la imaginación hasta donde alcance:
http://open.spotify.com/track/4wGZEPwMAYnctthqFYrBSR
Amore - Ryuichi Sakamoto.

sábado, 28 de agosto de 2010

Doña Nadie en clase turista.

Este blog comenzó con motivo de un viaje a Los Ángeles, ciudad a la que llegué fresca como una rosa tras 12 horas de vuelo en Business Class. Y hoy continúa en la costa opuesta de los Estados Unidos, en Nueva York.

Hace unas cuatro horas que he aterrizado y, aunque el viaje es mucho más corto que el que hice a California, mis riñones no dirían lo mismo. Después de aquella maravillosa experiencia de confort, espacio, ocio a elegir, champagne y relajación... la clase turista me parece intolerable. Cinco kilos más y no quepo en mi asiento. Colas de 20 minutos para un baño con la misma higiene que el de una estación de autobuses... Y eso que he viajado junto a la puerta de emergencia y podía estirar los pies... En fin, que a lo bueno uno se acostumbra de una forma muy natural.

No puedo extenderme más ahora mismo. Para mí son las 5:40 de la madrugada (y sigo con los ojos abiertos como platos), pero aquí son las 23:40. No me queda batería en el portátil y casi tampoco en el cerebro, así que mañana contaré lo impresionante que es Grand Central Station y el edificio Chrysler, vecinos míos. Y también hablaré de nuestro peculiar hotel y de nuestra especialísima habitación. Y de lo bien que suena Strangers in the night en un saxo callejero de Park Avenue, dándonos la bienvenida.

De momento, os deseo buenos días, desde la 801 del Library Hotel.
299 Madison Ave.
NYC.

jueves, 19 de agosto de 2010

Versos 388 a 424.

Yo no necesito tiempo
para saber cómo eres:
conocerse es el relámpago.
¿Quién te va a ti a conocer
en lo que callas, o en esas
palabras con que lo callas?
El que te busque en la vida
que estás viviendo, no sabe
mas que alusiones de ti,
pretextos donde te escondes.
Ir siguiéndote hacia atrás
en lo que tú has hecho, antes,
sumar acción con sonrisa,
años con nombres, será
ir perdiéndote. Yo no.
Te conocí en la tormenta.
Te conocí, repentina,
en ese desgarramiento
brutal de tiniebla y luz,
donde se revela el fondo
que escapa al día y la noche.
Te vi, me has visto, y ahora,
desnuda ya del equívoco,
de la historia, del pasado,
tú, amazona en la centella,
palpitante de recién
llegada sin esperarte,
eres tan antigua mía,
te conozco tan de tiempo,
que en tu amor cierro los ojos,
y camino sin errar,
a ciegas, sin pedir nada
a esa luz lenta y segura
con que se conocen letras
y formas y se echan cuentas
y se cree que se ve
quién eres tú, mi invisible.

----------
Y una canción, cuya traducción merece la pena:
Alanis Morrissette -Ironic

martes, 17 de agosto de 2010

No me fío.

Estaba intentando encontrar en Internet algún poema bonito para ponerlo aquí. He intentado escribir uno yo misma pero... creo que ya pasó esa época de mi vida, en la que mis pensamientos más íntimos pasaban del pecho al papel sin ningún pudor.

Y buscando, buscando, he encontrado uno de Benedetti (¿De qué se ríe?) y mis intenciones en cuanto a esta entrada han cambiado por completo.

Porque me ha venido a la mente algo que nunca he podido soportar: ver reír a un político. Pocas cosas me parecen tan macabras como la risa de un político. Especialmente, si está en el poder.

Siempre imagino a un cabeza de familia en paro, viendo cómo se ríe el político. O a una víctima de cualquier género de violencia, contemplando lo bien que se lo pasa el político.

Un político jamás debería reír en público mientras las cosas no vayan realmente bien en su país.

Quizás esto viene de los recuerdos que tengo de Bill Clinton partiéndose de risa en la Casa Blanca, mientras sus muchachos bombardeaban Yugoslavia.

Algunos pueden pensar que todos esos gestos simpáticos, las risas, las bromas, hacen del político alguien cercano, sencillo, más humano. A mí, en cambio, me transmite una imagen de irresponsabilidad.

Puede que yo sea especialmente sensible. De hecho, nunca entendí que George Bush padre pudiera hacer footing alegremente por Washington mientras enviaba tropas al Golfo Pérsico, allá por la madrugada del 17 de enero de 1991 (no he tenido que buscarlo, tengo esa maldita estupenda memoria para las fechas que me marcan por algo).

Los políticos que se carcajean me gustan tan poco como los que parecen siempre enfadados. En general, no me gustan los políticos. Puedo estar generalizando. Alguien podría pensar que decir esto es como decir que no me gustan los Ingenieros de Minas. Pero no me fío de ninguno de los que están allí arriba, en la cúpula de los partidos, de cualquier partido.

Siempre imagino cómo entra uno en política y cómo va subiendo. Imagino que uno empieza joven, lleno de sueños, de proyectos, de ganas sinceras de cambiar las cosas, de beneficiar a los demás, de ayudar. Supongo que casi todos son idealistas. Pero, también supongo que, cuando están dentro, poco a poco tienen que ir viendo tanta suciedad por el camino (corrupción, amiguismo, intereses, chantajes, sobornos, puñaladas traperas), que si son capaces de llegar hasta lo más alto sin que la vergüenza y la desilusión les haga bajarse antes de ese burro... no me resultan de fiar.

Por no hablar de que me resulta absolutamente imposible aceptar que haya alguien que esté completamente de acuerdo con todas y cada una de las ideas que predica su partido. ¿Existe realmente alguien con el que estés de acuerdo en todo? Si diferimos (en ocasiones, escandalosamente) de las ideas de nuestros seres más queridos, ¿cómo es posible que todos los militantes de un partido político piensen exactamente igual respecto a todo? Y, si no lo hacen, ¿cómo es posible que puedan vender unas ideas en las que no creen? Y ¿cómo podría yo fiarme de alguien que vende una idea en la que no cree?

Hablar de esto, no me sirve para nada, soy consciente. No me gusta quejarme, sobre todo, si no tengo nada mejor que aportar, si no tengo una solución. Pero expreso mi pena ante la ausencia de alternativas. Mientras los políticos sean seres humanos, me temo que todo seguirá siendo igual (y, bueno, espero que sean siempre seres humanos, porque otra opción sería realmente inquietante).

----------
Recupero hoy una canción de 1988, que yo adoraba. Al oírla ahora (durante este tiempo, la he cantado y tarareado miles de veces, pero no había vuelto a escucharla), me doy cuenta de que los años han pasado por ella... pero me sigue pareciendo un poema maravilloso.
Cómplices - Sonrisa plateada

lunes, 16 de agosto de 2010

Corrígeme si me equivoco.

Estoy leyendo un libro que me está gustando mucho. Ahora puedo decirlo, porque voy por la página 287 (de 352). Trata, por una parte, sobre la historia de un periódico de habla inglesa con sede en Roma, fundado en los años 50 y, por otra, sobre las historias personales de varios trabajadores del periódico en la época actual, de manera individual.

En el capítulo que protagoniza el jefe de correctores del diario hay varias erratas. Por ejemplo, pone "altas" en lugar de "atlas" y también "techas" en lugar de "teclas". Como, hasta ese momento, no había encontrado ningún otro error, pensé que se trataba de una especie de juego que el autor proponía. Como si así nos implicáramos más con la trama del corrector, en la que él corrige, entre otras cosas, un titular que decía "Salam Hussein". Entonces, me resultó un guiño simpático. De hecho pensé que al final del capítulo habría una nota haciendo referencia a esas erratas.

Pero no. Eran erratas de verdad.

En capítulos posteriores, en los que el personaje del corrector no tenía nada que ver, también había otros errores.

Me desilusioné mucho. El resto de la edición está bien. La portada me gusta. Tiene unas letras en relieve, muy trabajadas y también un buen diseño en general. Pero me pregunto cómo es posible que se cuelen tantos errores en un libro y, especialmente, en un libro que habla, entre otras cosas, del arte de escribir.

El corrector real que corregía el episodio del corrector ficticio... ¿no debería haberle puesto más empeño, precisamente porque hablaban de un trabajo parecido al suyo? ¿O, tal vez por eso mismo, se despistó?

También pensé que el error podría partir del texto original, pero claro, en inglés "atlas", también se dice "atlas" y en cambio, "altas" es "tall". No se parecen. Aunque tengan casi las mismas letras.

En el otro libro que leí este verano no encontré este tipo de errores. En cambio, la traducción no me pareció buena. Decía cosas del tipo "temprano en la mañana". ¿Quién dice en España "temprano en la mañana"? Lo más normal es "por la mañana temprano" o algo así ¿no? Estaba traducido literalmente del inglés, "early in the morning". Como lo de "from lost to the river", vamos.

Cientos de veces habré cometido errores así. Y cientos de esos cientos de veces habrán sido en este blog. Pero no deja de sorprenderme que eso suceda en libros impresos cuyo precio no baja de los 17 euros. En buenas ediciones de buenas editoriales.

Cosas que pasan y que me distraen de una entretenida lectura.

----------
Un buen amigo mío, grandísimo amante de los libros, del cine y de las bandas sonoras, me recomendó hace un par de años, que escuchara la de la película Babel. Lo hice y ahora le agradezco que me diera a conocer, entre otros, este tema. Creo que es perfecto para escucharlo con unos cascos, mientras se viaja y se mira por la ventana del vehículo que nos transporte... y pasan ante nuestros ojos las casas, los árboles, los postes de teléfono, las señales...
Es un poco especial, tal vez no muy fácil de escuchar, pero si aceptáis el reto, aquí está:
Endless flight - Gustavo Santaolalla.
http://open.spotify.com/track/0vHL21PTHKgH9xm6so2vNC

martes, 10 de agosto de 2010

Señales.

Sigo en baja forma para escribir.

Pero una cosita me ha hecho pensar en aquella costumbre que tenía de creer en las "señales". Sabéis de lo que hablo, ¿verdad? A todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza que las cosas no suceden por casualidad y que, en realidad, son mensajes que "la vida" nos envía para indicarnos el camino correcto o para confirmarnos que lo que deseamos se va a cumplir.

Ya no creo en las señales. Quiero decir que no creo que tengan, desde luego, ninguna base ni científica, ni paranormal, ni espiritual, ni nada parecido. Pero... sigue siendo estupendo tomarlas como tales. Me sigue divirtiendo y sorprendiendo que se den ciertas coincidencias.

Le da un toque de magia a la vida. Y yo creo que sí está científicamente comprobado que darle magia a la vida es sanísimo.

----------
Hace tiempo que no pongo música. Pero hoy debo. Porque esta canción, en dos días, ha aparecido primero en mi cabeza, luego en una conversación y finalmente, hace unos minutos, en la tele. Y, teniendo en cuenta que se trata de un tema de 1975... creo que puedo tomar todo esto como una "señal".
Pink Floyd - Wish you were here:
http://www.youtube.com/watch?v=IXdNnw99-Ic

jueves, 5 de agosto de 2010

Otra vez Madrid.

Mañana vuelvo al trabajo. Estoy cansada y tengo un incipiente síndrome post-vacacional. Por lo tanto, tengo la creatividad bajo mínimos...

Así que hoy, sólo dejo algo de música.

La pieza pertenece a una de las bandas sonoras más bellas y apasionadas que conozco: la de la película de Truffaut Fahrenheit 451, compuesta por el músico habitual de Hitchcock, Bernard Herrmann:
http://open.spotify.com/track/2oTC0qfr45fi5m7yICuA2F

Y, ¿por qué no? También un beso para quien esté leyendo (aprovechando que me consta que casi no me leen desconocidos y... hay confianza).

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ainda.

Ainda es mi palabra favorita en portugués. No conozco muchísimas más, pero ésta me gusta mucho. Significa "aún", "todavía".

Hoy voy a escribir, de nuevo, a modo de diario. Lo necesito, porque lo que me inspira es lo que he visto y lo que he vivido.

Hace cuatro años, estuvimos alojados en el mismo lugar. Aquel verano, pasamos unos días tan estupendos y el entorno nos pareció tan perfecto, que estábamos deseando volver. Y es una alegría saber que el tiempo no había hecho que idealizáramos el sitio, porque sigue siendo tan bello como lo recordábamos. No es que conozca muchísimo mundo, pero puedo decir que esta casa, sus jardines y sus paisajes, es de lo más bonito que he visto en mi vida.

La dueña es una mujer mayor, delgada, de figura elegante. De esas mujeres mayores que pueden permitirse no teñirse sus blancos cabellos porque emanan una belleza que va mucho más allá del físico. Una mujer mayor que transmite en su sonrisa que ha leído, que ha viajado, que ha vivido.

Tiene la casa llena de antigüedades. Supongo que muchas habrán sido adquiridas y otras tantas, seguramente, heredadas. También hay un montón de libros, muchos de ellos, de Medicina.

Uno de los clientes, madrileño como nosotros, nos ha contado que suele viajar por todo el mundo a lo largo del año (no sabemos si por placer o por trabajo), pero que desde hace ya tiempo, se viene a pasar un mes entero aquí todos los veranos. Realmente es a lo que este sitio invita. A volver. A hacer de esto, otro hogar.

Anoche el cielo estaba absolutamente limpio de nubes y las estrellas se veían con una nitidez imposible de apreciar en la ciudad. Obvié las bajas temperaturas y me recorrí el jardín con la cámara de fotos. Esto es una muestra de mi tarea:



Me quedaría aquí un mes más, escribiendo, leyendo, fotografiando estrellas, intentando que las ranas del riachuelo que cruza el césped, no se percataran de mi presencia y me dejaran verlas, disfrutando de esta cama recién hecha y de la sombra de las secuoyas.

La tarde la hemos pasado repasando Lisboa. A veces, la gente se sorprende de que me parezca una ciudad más romántica que Roma o París. Puedo entenderlo, porque París es inconmensurablemente bella y no hay suficientes palabras bonitas para describir a Roma. Pero hablo de romanticismo y no de estética. Y Lisboa me parece más romántica, tal vez, precisamente, porque no se ha filmado, escrito ni fotografiado tanto como otras ciudades. Porque los rincones están aquí por descubrir. Porque está aquí, sin que se note demasiado su presencia. Está aquí, discreta, pero viva. Con una vida que sale por los marcos de sus ventanas, por sus caóticos adoquines y por sus cristales rotos. Porque sus fachadas desconchadas son las arrugas que deja el tiempo, por las risas, por los enfados, por los llantos...

Puede ser melancólica, porque es una ciudad en constante atardecer. Pero es bella y serena, como todo lo discreto.

martes, 3 de agosto de 2010

Yo misma.

Hace tan sólo unos minutos, estaba pasando por unos momentos de verdadero sufrimiento, como muestra esta imagen que debe abstenerse de mirar cualquier persona que padezca enfermedades coronarias, hipertensión, ansiedad, depresión, aún no se haya ido de vacaciones o, peor aún, haya regresado ya:



No os preocupéis por mí. En un par de días volveré a la sombra de mi despacho y aliviaré estas desventuras.

Pues, mientras sufría, he tenido fuerzas para empezar a leer mi segundo libro del verano y alternarlo con otros articulillos de varias publicaciones. En esta época del año, en la que se alienta, desde casi todas las revistas, a hacer buenos propósitos para el nuevo curso, se dan buenos consejos para la "vuelta al cole" y estar guapo/a por dentro y por fuera. Y para estar guapo por dentro, casi todas te recomiendan que "seas tú mismo".

Ja.

La cura para todos los males, la solución a todos tus problemas y la llave que te abrirá cualquier puerta social, es que seas tú mismo, que te muestres tal como eres, sin artificios. Pero digo yo, que depende de quién seas, ¿no? Porque si eres un borde insoportable, no puedes ir por la vida siendo tú mismo y pretender caer bien. Y menos aún si eres un asesino, por ejemplo.

No puedes ser tú mismo y triunfar en sociedad si eres tremendamente tímido. No puedes ser tú mismo y ligarte a tu vecina si eres un guarro y vas lleno de rotos y de manchas. No puedes ser tú mismo y triunfar en el trabajo si eres más vago que la chaqueta de un guardia.

Si yo fuera yo misma, realmente, sin otros esfuerzos, pesaría unos 25 kilos más, no podría cerrar los cajones de mi cómoda, tendría las cuentas en números rojos fosforitos, me habría dado un ataque al corazón por no dormir y varias desgracias más que prefiero no visualizar. Y no me pasa nada de eso (aún), porque cada día intento con todas mis fuerzas no ser yo misma en toda mi plenitud.

Así que, el mejor consejo es: "Sé tú mismo... si puedes".

domingo, 1 de agosto de 2010

O primeiro dia em Sintra.

Escribo esta noche desde el lado opuesto de la península, en su parte atlántica, en tierras lusas.

El viaje hasta aquí es largo, pero no pesado. La carretera de Extremadura tiene un paisaje variado y numerosas poblaciones importantes y atractivas a lo largo del camino: Talavera, Trujillo (donde, por cierto, en otra ocasión probamos unos bizcochos fabulosos -yo siempre pensando en lo mismo, ya sé), Almaraz y su imponente central nuclear, Badajoz, etc.

En el trayecto, me he puesto a pensar en la cantidad de construcciones distintas que hay en los campos españoles, que no tengo ni la menor idea de para qué pueden servir. Imagino que todas están pensadas para labores agrícolas o ganaderas, pero sus formas me llaman mucho la atención: torres hexagonales con diminutos ventanucos que supongo, iluminan una escalera espiral interior, larguísimos barracones con varias puertas y estrechas cristaleras horizontales, edificios con techos abovedados... Algún día tengo que investigar sus nombres y sus funciones.

Sin darnos cuenta, porque no se anuncia de forma espectacular, ni con luminosos, ni con barreras, ni con grandes carteles, nos hemos metido en Portugal y, de repente, la autopista se vacía de coches. No exagero si digo que en los primeros 120 kilómetros, hemos coincidido con unos cinco vehículos en nuestra misma dirección. Apenas coches, apenas gasolineras y casi ningún pueblo a la vista. Así que, durante ese tramo, da la sensación de que uno ha entrado no sólo en otro país, sino también en otro mundo mucho más tranquilo y desde luego, mucho más solitario.

Pero todo eso se acaba al llegar a los alrededores de Lisboa. Hay dos entradas posibles por autopista: el puente Vasco de Gama, una moderna construcción de 13 kilómetros sobre el Tajo, y el puente 25 de Abril, el típico y antiguo puente colgante. Puede que no tan mítico ni tan alto como el Golden Gate, pero a mí me parece infinitamente más romántico ir cruzando el río mientras se divisan las colinas de la ciudad portuguesa, sus tejados, su cúpulas y sus almenas.

Sintra es un pueblo construido a partir de un sueño. Parece que se hubiera dado la orden de edificar todas las casas bellas. Y todas son tan distintas y tan personales, que sorprende que tal diversidad de estilos pueda resultar tan armónica. Cada rincón está cubierto de musgo y las plantas parecen nacer unas encima de las otras: hortensias, helechos, secuoyas, eucaliptos, álamos... Pero he escrito tantas veces sobre este lugar, que no se me ocurre nada nuevo que decir.

Por la tarde, con un viento sorprendente y una temperatura que no ha subido de los 20 grados, hemos ido a la costa y nos hemos encontrado con el impactante paisaje de la playa de Magoito, casi por casualidad. Es el típico lugar al que jamás harán justicia las fotografías, porque nunca pueden abarcar la inmensidad del paisaje. No pueden mostrar correctamente las proporciones de los acantilados, ni las texturas de las extrañas formas creadas por la erosión del viento y del mar. Ni las que yo he hecho, ni las que he encontrado por Internet, son capaces de recrear la imagen real.

Jugueteando en esa playa, me he bañado "sin querer" en el frío Atlántico y casi me quedo sin zapatos y sin salud. Pero todo da igual cuando hay tiempo y buen humor.

Por la noche, la curiosidad y el capricho nos han llevado a cenar al borde del Atlántico, en Guincho, justo enfrente del atardecer y junto al Cabo da Roca, el punto más occidental del continente. El viento es aquí tan fuerte, que la arena de la playa cubre la carretera y pasa al otro lado, formando enormes y suaves dunas entre la vegetación.

El restaurante, además de ser precioso, era también de esos típicos sitios "finos", con un maître que puede recomendarte un plato en cualquier idioma y con una vajilla que nunca me voy a poder permitir. Y me pregunto si a todos los comensales que estaban allí les pasaba lo mismo que a mí: ¿no estaban encantadísimos de estar allí? ¿No estaban deseando hacer miles de fotos y expresar su alegría de forma espontánea? ¡Era lo que me pasaba a mí! En un sitio tan, tan bonito, con esa luz, con ese crepúsculo tan impresionante y ¿nadie quiere hacer fotos? ¡¡¡Yo sí quería!!! Pero tenía que guardar la compostura y hacer como que estoy acostumbradísima a comer con tenedores Christofle sobre una butaca tapizada en terciopelo azul, mirando al océano. En fin, soy una paleta. Por muy baratos que sean los restaurantes caros de Portugal... yo sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

viernes, 30 de julio de 2010

Diario de sensaciones.

Cuando se acerca el momento de despedirme de algo que me gusta, me aferro a ello de una forma tan vehemente, que estoy convencida de que un buen pedacito se queda físicamente en mí.

Algo así me ha pasado hoy. Hemos pasado todo el día en la pequeña playa del Moro, una cala de ambiente familiar multilingüe que nos acoge cada verano. Y me he estado despidiendo de ella desde que he llegado.

El Mediterráneo tiene aquí una temperatura idónea. No es caldoso como el del Levante más sureño, ni frío como el de las corrientes del estrecho. Refresca sin ser hostil. Y yo adoro flotar sobre él, entregándome al vaivén suave del nacimiento de las olas. Como ritual de despedida, me he concentrado en ser consciente de dónde estaba y de cada cosa que percibía. Así, he ido parando mis pensamientos en cada uno de mis sentidos: mis ojos sólo veían mar, cielo y la desnudez de mis pies rompiendo la línea del horizonte. Mis oídos separaban los cuatro únicos sonidos que llegaban a ellos: el rumor de los niños jugando, el agua salpicando sobre mi cuerpo, las olas rompiendo en las rocas y una discreta brisa. Mi piel se relajaba vestida de mar y mi rostro agradecía la ternura del viento y sus caricias. Mis labios se bañaban de sal. Y el único olor que percibía era el del verano.

Y en primera fila de mis pensamientos estaba la consciencia del aquí y ahora. Un aquí y ahora que será completamente distinto en sólo siete días. Un aquí y ahora que echaré de menos todo el invierno.

Tras el "hasta la vista" al mar y a la arena, hemos visitado un mercado medieval. Una callecita trasera reunía puestos de diversas mercancías, todas artesanales, rebosantes de salud, incitantes... El irresistible olor a almendras garrapiñadas y a turrones al peso, da paso a tenderetes de encurtidos, de prendas de cuero, de objetos de madera o plata, de hierbas aromáticas y piedras curativas. Me he llevado a casa un collar que sé que no me pondré pronto, porque lucirá precioso con un vestido que no tengo. También se vienen conmigo dos pastillas de jabón, de aroma de limón y de chocolate negro. Varias bolsas de grandes caramelos de tomillo, de anís, de fresas salvajes... Y me he recreado los ojos con un maravilloso mostrador repleto de grandes magdalenas, rosquillas de azúcar, tartas de trufa y enormes quesadas, todo ello hecho para llegar al alma por la boca, pasando mucho antes por la vista.

Un poco más tarde, con el atardecer coloreando el cielo, en esa hora en la que el color blanco es mucho más blanco y todo parece comenzar a ir más lento, hemos vuelto a casa, a limpiarnos la sal, la arena y el sol. Para poder recibir a la noche con la piel calmada.

Hay por aquí cerca un restaurante estupendo, subiendo por una pequeña y algo salvaje carretera que trepa por la sierra de Irta. Desde allí se divisa toda la costa del pueblo, sus cinco playas, todas distintas y personales, los pinares, las piscinas, las buganvillas, los caminos, las adelfas y los veleros que adornan el horizonte. Y allí hemos combinado la cerveza y el queso de cabra con una larga conversación sobre el individuo y el Estado, sobre los conflictos internacionales, sobre qué me hubiera gustado ser de mayor...

Y ya estoy aquí, despidiéndome de nuevo, en la terraza, con Sagitario y Escorpio frente a mí, jugando a esconderse tras unas nubes que ya no me importan.

Estas vacaciones, estéis donde estéis, ya sea el mar, la montaña, el campo, lejanos países o vuestra propia ciudad, sed conscientes de todas las sensaciones que os ofrezca el lugar o la actividad que realicéis. Sentid todo lo que no podéis sentir cuando no estáis ahí. Disfrutad del dolce far niente. De que lo único que marca las horas, son las ganas.

----------
Una gran canción, que habla de que no hay que tener buen oído para sentir. Y que combina perfectamente con el verano...
Desafinado - George Michael & Astrud Gilberto
http://open.spotify.com/track/57mCZqiXj13YnDiGbSZFq5

jueves, 29 de julio de 2010

Aceptación.

En vacaciones, combino la lectura de algún libro con la de más de una decena de revistas de cualquier tipo, que compro de manera casi compulsiva en el supermercado o gasolinera de turno.

Hoy, mientras desayunaba hace un par de horas en la terraza, estaba leyendo una de ellas. Una revista femenina de "prestigio". Y, página a página, mi indignación iba creciendo y creciendo. Hasta que no he podido más y he tenido que ponerme a "descargar" escribiendo aquí.

Me he indignado por las declaraciones de dos mujeres importantes en sendas entrevistas. También por el hecho de que se le dedique un reportaje de seis páginas a un tipo que, ESTOY SEGURA de que el 95% de las lectoras de esa revista (y de cualquier otra) no tienen ni puñetera idea de quién es y que, para averiguarlo, tengas que leerte media entrevista y luego descubrir que se trata de un editor jefe de dicha publicación y que merece el reportaje porque tiene un apartamento en Nueva York que bien podría pertenecer a Barbie Superstar. Y le tildan de "lord" porque sus maneras de gay rosa y delicado le dan un toque de clase, sensibilidad y distinción que ningún heterosexual (u homosexual menos afeminado) de pelo en pecho podría emular.

También me he indignado porque Marc Jacobs, un joven pero inspirado diseñador de moda, ha decidido que este año "se llevan las curvas, las caderas anchas y las tetas grandes" y, para demostrarlo, realiza un desfile donde la inmensa mayoría de las modelos no superan un perímetro pectoral de 87 cm. Es decir: lo que seguramente mide mi generosa cintura por estas fechas.

Pero el colmo de mi indignación ha llegado con un extenso reportaje dedicado al pubis. A la importancia de tener un pubis "bonito, turgente, libre de vello". Porque, según este artículo, hoy en día no basta con depilarse para lucir decentemente el bikini o embellecer la ropa interior, o por mera coquetería para los encuentros íntimos. Hoy en día, surge el tremendo problema de descubrir que, una vez depilada, tu pubis está "fláccido, descolgado o con exceso de grasa". Y ahí viene la solución: un par de sencillas operaciones que devuelven todo a "su sitio" y le dan a tu pubis el aspecto que tenía cuando tenías 10 años y no estaba cubierto por todo ese vello que ahora tienes que arrancarte.

En este reportaje, un cirujano plástico, un tal doctor Mañero, dice textualmente: "Con el rasurado total del vello (...) muchas mujeres se dieron cuenta de que su vagina no tenía el aspecto que pensaban -el de una rajita- ya que tenían el recuerdo previo a la adolescencia y el nacimiento del vello púbico. Con la depilación integral descubren una vagina muy diferente a la que recordaban: con una presencia de unos labios o un clítoris que pueden ser hipertróficos (demasiado grandes) o un monte de Venus con exceso de grasa o descolgado". Y más tarde, añade: "Cuando las pacientes vienen con sus parejas, éstas últimas siempre manifiestan que no entienden por qué quieren operarse. Esto demuestra que es una necesidad propia de la mujer. Algunas tienen tal sentimiento de malestar y vergüenza que evitan mostrarse y tener relaciones. Es una cuestión de autoestima".

Voy por partes. No voy a juzgar que una mujer tenga la autoestima por los suelos y centre esa falta de autoconfianza en una parte de su cuerpo que puede ser la nariz, la tripa o, como en estos casos, el pubis. Pero eso sólo se arregla en un psicólogo. Porque cuando tenga el pubis de Lucía Lapiedra, le parecerá que sus sobacos son un horror. Y vuelta a empezar.

Pero, ¿cuál es el canon de belleza de un pubis depilado? ¿Alguna vez os habéis acostado con un hombre que os haya dicho: "vaya, cariño, me gustas mucho, pero ¿no crees que tienes el pubis algo descolgado?" o "nena, deberías inyectarte algo de grasa en tu monte de Venus"? ¿Qué será lo próximo para complacer a un hombre? ¿Tener el bazo turgente? ¿el hígado luminoso y flexible?

Ya es hora de que nos vayamos dando cuenta de que a los hombres, a los que tenemos al lado, a los que nos encontramos en el ascensor, en el supermercado, en el bar, en la oficina, en la playa... a esos hombres les gustamos en general y al natural . Y no se dan cuenta de si tenemos las puntas abiertas, o si llevamos la manicura francesa, o si hoy no nos hemos dado gloss, o si no medimos exactamente 90-60-90, o si se nos ha descolgado un poquito el pubis. Ellos son muchíiiiisimo más tolerantes con nuestro físico de lo que jamás seremos nosotras. Y eso que se supone que la mayoría de las torturas a las que nos sometemos, son para gustarles a ellos, por mucho que nos queramos convencer de que "sólo lo hacemos por nosotras mismas".

martes, 27 de julio de 2010

Mercadillo.

La mayoría de mis vecinos veraniegos es francófona. Así que me paso buena parte del día oyendo hablar la bonita lengua francesa. Me parece un idioma romántico y elegante. Todos parecen hablar de amor y conocer personalmente a Carolina de Mónaco. Además, su pronunciación moldea el gesto de sus bocas, que resultan pequeñas y dan la sensación de lanzar diminutos besos, como si dijeran constantemente "confitura, confitura".

Antes, me encantaba oír hablar ruso. En el colegio, me encargaron un trabajo sobre la, entonces, aún existente Unión Soviética. Para recopilar información, como no teníamos Internet, había que echar mano de libros y de visitas a embajadas, consulados... Lo pasé estupendamente visitando la curiosa e inquietante oficina del Partido Comunista Soviético en la Gran Vía, o intentando ir a la agencia de prensa Novosti y conseguir un ejemplar del diario Pravda... En la embajada, que entonces tenía una pequeña sede provisional en la calle Serrano, disfruté como una enana escuchando hablar a dos soviéticos y una soviética entre un gran retrato de Lenin y una máquina de Coca-Cola. Seguramente, estarían comentando qué folletos podían darme, pero a mí me daba la sensación de que estaban decidiendo si me deportaban o no a Siberia. Me imponían muchísimo y también me fascinaban.

En fin... volvamos a España.

Hoy ha tocado visitar el mercadillo. Todos los martes, instalan una buena cantidad de puestos cerca del mar. Yo siempre voy con bastante ilusión. Con la sensación de que me voy a comprar un montón de cosas, todas muy baratas. Pero siempre, siempre, me pasa lo mismo: me llevo una enorme decepción. Casi todos los puestos tienen la misma ropa. Otros, una enorme colección de espantosas toallas de playa y de baño, con puntillas, o enormes caballos, o falsos bordados... También hay puestos artesanales, puestos ecológicos, puestos con imitaciones de imitaciones... Aunque, al final, el éxito se lo lleva el puesto de churros y los de frutas, verduras y quesos.

Es siempre lo mismo. El ritual se repite martes tras martes, año tras año. Y siempre vamos. Todos repetimos. Aún sabiendo que la mercancía apenas varía de uno a otro. La mercancía y los diálogos: "¡Niña! ¡Moda de París!", "¡Diez euros por ser tú!", "¡Vamos, que me lo quitan de las manos!".

Pero siempre es una entretenida excusa para el paseo vespertino.

----------
Ayer actuó en Madrid, y no sé muy bien si me da o no pena habérmelo perdido, porque tiene buen gusto, canta bonito, pero a menudo me resulta algo fría.
Aunque, esta canción... esta canción es... bueno... es... Da igual. Juzgad vosotros.


domingo, 25 de julio de 2010

Una doña nadie en Castellón.

¿Me saldrán palabras diferentes si las escribo desde un lugar diferente? He cambiado el ordenador que tengo sobre la mesa de la habitación pequeña por el miniportátil que reposa sobre una mesa de terraza. He cambiado la lámpara del techo por la luz de la luna y los ladrillos del edificio de enfrente por las suaves olas del mar.

En definitiva, estoy de vacaciones.

Estos días los dedico a cosas lo más sencillas posibles. Básicamente, realizo cinco actividades simples: leer, charlar, dormir, flotar y mirar. Así que, creo que ya sé cómo estaré cuando regrese a casa: más instruida, más descansada, más morena y más rellenita.

Bueno, a lo que vamos. En medio de una de las charlas, me han contado que en una revista hablaban sobre los límites del ser humano. Por ejemplo, cuánto tiempo se puede estar vivo sin respirar, o sin dormir, o sin beber... basándose en los récords que se han registrado hasta el momento. Y, hasta el momento, el cociente intelectual más alto lo poseía una persona que en los tests obtuvo nada menos que un 240 (estando la media entre 90 y 100). Uno de los (múltiples) problemas con los que el hombre se encontraba era que recordaba absolutamente todo lo que veía, leía o le contaban. En definitiva, una verdadera tortura.

Ello me ha hecho pensar en que la estupidez es, en el fondo, una de las múltiples defensas del organismo, tal como lo son la fiebre o los linfocitos. Siempre he estado de acuerdo con aquella frase que dice "cuanto más tonto, más feliz". La ignorancia nos protege de miedos, de dudas. Porque cuanto más sabes, más te preguntas y cuanto más te preguntas, menos respuestas obtienes en comparación. Y la ansiedad crece y crece hasta hacerte desear no haberte preguntado nada.

Por otra parte, si el hecho de no ser tan inteligentes hace que podamos olvidar las cosas... debemos dar gracias a la mediocridad de nuestro intelecto. Pocas torturas imagino tan crueles como la de recordar todo nítidamente. La memoria selectiva es una de las grandes bondades del cerebro medio. Olvidar el dolor para volver a arriesgarnos. Olvidar el placer para poder redescubrirlo...

Saberlo todo, recordarlo todo, deducirlo todo, comprenderlo todo, debe ser algo absolutamente descorazonador, que te hace vivir en la más completa de las soledades.

Puede que sea "mal de muchos" y, desde luego es "consuelo de tontos". Pero estoy segura de que estar muy, muy por debajo del límite superior de la inteligencia humana es un don que debo apreciar. Debo disfrutar todo lo que pueda de mi ignorancia.

----------
Un elegante grupo que me encanta, con una canción nocturna, urbana, relajante, perfecta para un chill-out, o para observar la luna que ahora refleja el mar...

jueves, 22 de julio de 2010

Estupendo.

En castellano, para calificar a algo que nos gusta, disponemos de muchos adjetivos: bueno, fabuloso, magnífico, maravilloso, excelente, agradable, fantástico...

Pero yo siempre he sido partidaria de usar la palabra "estupendo" y ello se debe, como muchas otras cosas que me pasan, a una tontería: no sabía de dónde venía esa palabra. Todas las demás, podía relacionarlas con otros conceptos ("bueno" de bondad, "fabuloso" de fábula, etc.)

Pero "estupendo" era, simple y llanamente, "estupendo". Y hoy había llegado el día en que tenía que asegurarme de que, efectivamente, es una palabra "única". Y, claro, no lo es. De algún sitio viene.

Tengo una extraña afición a la Etimología. Otros la tienen al vino, pero yo me entretengo con estas cositas. Así que he buscado en Internet y me he dado cuenta de la escasez de recursos que se encuentran sobre este tema. Pero han sido suficientes para informarme de que la palabra "estupendo" tiene el mismo origen que la palabra "estúpido". Cierto es que muchas cosas estúpidas pueden resultar estupendas, y viceversa.

"Estupendo" viene de "stupeo", un verbo latino que significa "estar aturdido" o "atontarse" o "mirar con asombro". También quería decir "quedarse paralizado" o incluso "congelarse". Así que, algo estupendo es algo que nos produce asombro y que nos deja tontos, atónitos... estúpidos. Por supuesto, también tiene que ver con el "estupor".

En fin, es sólo un apunte curioso sobre una palabra que me encanta.

----------
Y hoy, una canción estupenda:


lunes, 19 de julio de 2010

Soy clásica.

Este fin de semana, por pereza y porque no me encontraba muy bien, pasé mucho tiempo entre el sofá y el sillón. En algún momento tenía que cansarme de Internet y de las revistas y de los libros... y, por supuesto, de lo que ponen en la tele (algo que desconocería totalmente, si no fuera porque me pagan por saberlo). Así que opté por hacer algo que llevaba mucho tiempo sin hacer: bajarme películas y verlas tranquilamente en el salón.

Repasando el listado de títulos que cierta página me ofrecía, me di cuenta de que no me apetecía ver prácticamente ninguna de las que no había visto y, no es que yo sea muy exigente con la calidad cinematográfica. Con que me entretenga, vale. Quiero decir que no me hace falta que la peli en cuestión haya obtenido varios Osos de Oro, Conchas de Plata y Palmas de Cannes. Sólo pido que no me haga sufrir mucho.

Estuve a punto de tirar la toalla y verme por enésima vez algún episodio de Friends o de Sexo en Nueva York, pero entonces, aparecieron varios títulos clásicos y... no me pude resistir.

Estoy educada en el cine clásico. En el cine en blanco y negro. Cuando era pequeña, pensaba que la vida adulta era un poco así. Que yo sería una especie de Katharine Hepburn, que acudiría a fiestas (con unos vestidos maravillosos y un peinado muy complicado), donde los hombres vestirían con pajarita y todo el mundo sonreiría amablemente con una copa de champagne en la mano. Probablemente yo sería la anfitriona y llamaría "queridos" a todos los invitados: "Querida, tienes un aspecto encantador", "Querido Charles, tú siempre con tus bromas"...

Recuerdo que me pasé media infancia deseando ver Cantando bajo la lluvia. Como no había vídeo, tenías que esperar a que la pusieran en la tele. Mientras tanto, yo la idealizaba muchísimo. Había visto tantas veces la escena de Gene Kelly bailando con aquella farola... (¿hay alguna otra escena en la historia que describa igual de bien la felicidad de un hombre enamorado y correspondido?). Me sabía la canción entera. Me acuerdo perfectamente de mí misma, transcribiendo fonéticamente la letra mientras la oía en un radiocassette, porque aún no sabía inglés, pero quería cantarla. Cuando, por fin, un día, la pusieron, recuerdo que estuve todo el día ilusionadísima. Y no me defraudó. Yo creo que pocas cosas te defraudan cuando eres pequeño y tienes mucha ilusión. Y eso que, incluso entonces, la escena de baile de Broadway Melody con la estupenda Cyd Charisse, se me hizo larguísima.

Cuando mis padres sabían que esa noche había en la tele una película antigua que a ellos les encantaba, siempre nos lo contagiaban y hacían de aquello un evento único. Historias de Filadelfia, Atrapa a un ladrón, Charada, Irma la Dulce...

Así que, eso fue lo que hice este fin de semana: dejarme llevar por la magia inigualable de una película antigua y en blanco y negro.

----------
Por supuesto, hoy tengo que poner la canción favorita de mi infancia...

Y la escena...

viernes, 16 de julio de 2010

Individuos.

Somos pequeños. Insignificantes. Poco importantes para el resto del mundo. No saben nuestros nombres. No saben nuestros gustos. Muchos, ni siquiera entienden nuestra lengua.

Paseamos por nuestras propias calles y nadie nos saluda. Giran en la siguiente esquina y ni siquiera nos recuerdan.

En cambio, protagonizamos películas. Cuentan nuestras historias en los libros. Hacen grandes series con nuestras vidas.

Porque todos guardamos secretos, decimos mentiras, todos tenemos sueños por los que luchamos abiertamente o en silencio. Guardamos recuerdos de vivencias asombrosas. Nuestro cerebro atesora momentos mágicos. Nuestro corazón esconde pasiones vividas o idealizadas. Amores imposibles, deseos cumplidos, victorias, derrotas, drama, comedia.

Todo el arte está inspirado en nosotros. Tan pequeños. Insignificantes. Poco importantes para el resto del mundo.

----------
Pasan los años y sigue siendo estupenda en música y, sobre todo, en letra. Pura pasión física y mental.

miércoles, 14 de julio de 2010

Algo bonito.

Hace un par de horas escasas, salía del edificio donde trabajo. Iba bastante cargada, con un bolso hasta los topes, un neceser, llaves, etc. De repente, una voz femenina que venía de detrás de mí, me grita: "¡Perdona!".

"Ya está, ya se me ha caído algo", he pensado yo, porque es lo que suele sucederme, que alguien me avise de alguna torpeza que acabo de cometer (una vez, juro que una señora, en la cola de los probadores de El Corte Inglés, me echó literalmente una bronca por la imprudencia de llevar mi bolso abierto). Pero no, esta vez se trataba de algo agradable. La chica quería saber dónde me había comprado esas sandalias tan monas que tengo.

Siempre había querido que me pasara algo así. Que alguien me pare por la calle para preguntarme dónde me he comprado ese fabuloso vestido, o qué perfume tan estupendo utilizo. Y siempre he querido contestar algo como: "en una tiendecita del barrio de Le Marais, en París" o "es una edición limitada de un perfumista libanés". Pero bueno, no se puede tener todo (al menos, de golpe) y he contestado la (sencilla) verdad: "Pues en una zapatería de la calle del Carmen que hay, según vas a Sol, a la izquierda".

La chica ha quedado encantada, contándome que las quiere en otro color, pero que son monísimas y blablabla.

Luego, he pensado que por qué yo no soy así. Por qué yo veo miles de cosas preciosísimas en los cuerpos ajenos y nunca le he preguntado a nadie de dónde lo ha sacado. ¡Con lo halagador que resulta eso!

Hay veces que estamos deseando que nos pasen cosas que nosotros nunca vamos a hacer que les pasen a los demás (¿enrevesada la frase, tal vez?). Pero, si me entendéis (obviamente), sabréis a qué me refiero.

Con lo momentáneamente feliz que me ha hecho que alguien alabe mi gusto para las alpargatas, ¿por qué yo soy incapaz de hacer tan feliz a alguien desconocido preguntándole dónde ha adquirido tan fabuloso bolígrafo? (Por cierto... algún día dedicaré un post a mi pasión por el material de papelería).

Seguramente es porque lo que a mí me hace feliz a otros les fastidia, si no es que, simplemente, les importa un bledo. (Acabo de buscar en la RAE la palabra "bledo", porque hasta ahora, no me había preguntado qué significa... no vaya a ser que en realidad un bledo sea algo que me importe mucho, pero no, ha resultado ser sólo una planta de la familia de las Quenopodiáceas y, además, de tallos "rastreros").

En fin, sed felices, con lo que os haga feliz.

----------
Esta noche, esta canción, que una vez fue previa a un viaje de fin de semana que duró mucho más...

lunes, 12 de julio de 2010

Tu voz.

Casi me había acostumbrado a escribir, al menos, día sí y día no. Por mí, lo haría todos los días. Pero, a veces no se puede porque no sale nada de nada. En ocasiones porque no hay nada de nada y en ocasiones, porque hay demasiado, pero no para escribirlo.

Así es que, como también escribí este sábado, para ser constante, al menos, hoy dejo una canción y alguna reflexión sobre ella.

No es habitual que algo te pueda cambiar el estado de ánimo por completo, súbitamente y sólo con unas notas de piano, seguidas de algo que a mí, por lo que sea... me parece perfecto. Simplemente, porque me remueve el pecho y me provoca palpitaciones que no reconozco.

Cada vez que oigo este tema, da igual cómo me sienta en ese momento, da igual lo que suceda a mi alrededor. Indefectiblemente, se me cierra la garganta y rompo a llorar.

Por eso, no sé si amo esta canción. Porque se supone que lo que amas te hace feliz y Llevo Tu Voz sólo me provoca un llanto tremendamente apasionado. Algo muy especial. Una fusión mágica entre música y letra.

No tiene por qué gustarle a todo el mundo. Sólo estoy hablando de mí.

Por desgracia, no la encuentro en Spotify, pero sí en Youtube.
http://www.youtube.com/watch?v=U5t-brCS1tU