De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

jueves, 18 de septiembre de 2014

¿Qué quieres ser de mayor?

Hace poco me puse a recordar cómo era la tele de cuando era pequeña. La recuerdo sobria, a veces austera, pero sobre todo la recuerdo "progre". No todo satisfacía mis gustos, por supuesto; era una cría. Pero mirados con distancia, había programas interesantes. Aparte del Un, dos, tres..., de La bola de cristal o de 3, 2, 1, contacto, estaban aquellos como La Clave, sí, ese del UHF que ponían los viernes por la noche, donde una gente muy seria comentaba una película normalmente sesuda. O las tertulias de Hermida. 

En aquella tele, limitada por dos únicos canales que emitían sólo unas doce horas diarias, la gente hablaba muy bien. Todos parecían saber mucho sobre lo que se trataba. Tenían buenas voces, buena presencia... Y uno de mayor quería ser un poco como ellos. Dibujar como José Ramón Sánchez, o ser un poco cultureta y moderno como los que presentaban Plastic, o saber tanto del universo como Carl Sagan en Cosmos, o ser abogado matrimonialista como Imanol Arias en Anillos de oro.

Era un modelo aspiracional, tal como fue el star system de Hollywood. Fabricaban un mundo al que nos gustaría pertenecer. Nos hacían querer ser mejores, más listos, más educados, más elegantes, más valientes. En la tele sólo salía aquel que pudiera ser un ejemplo de algo positivo.

Pero llegaron los 90 y con ellos la deseada televisión privada. ¿A quién no le iba a gustar tener a su disposición dos nuevos canales con novísimas ofertas por descubrir? Y con la televisión privada llegó la lucha por la audiencia. Porque las televisiones comerciales son, ante todo, un negocio. No son un derecho ni una obligación. Son una oferta y viven de que tú quieras comprar lo que te ofrecen. Y, por supuesto, la única manera de crecer como negocio es captar más clientes.

Así que ya no vale con mostrar un mundo de gente estupenda que sabe mucho o habla muy bien. Y el secreto es bien fácil: hacer de ti, espectador, el verdadero protagonista de ese mundo.

De esa forma, el ciudadano de a pie comienza a ser la pieza clave en casi todos los programas: talk-shows donde cuentan sus miserias o alegrías, espectáculos donde son sorprendidos con su cantante favorito, noticieros baratos donde se desgrana ese suceso del que jamás te hubieras enterado a no ser que fueras vecino de la víctima y, por supuesto, el reality-show.

Y entonces es cuando en la tele comienza a salir gente como tú. O mejor aún: gente peor que tú. Gente que habla mal, gente maleducada, gente sin pudor, gente sin escrúpulos. Y te alegras inmensamente de que exista esa gente. Y entonces ya no te avergüenzas de tu incultura. Llegas incluso a jactarte de ella, porque... ¿acaso no habla así Belén Esteban y ahí la tienes?

Cuando uno es adulto ya poco hay que hacer, para lo bueno y para lo malo y entonces poco te van a afectar este tipo de espectáculos ni en tu moral, ni en tu cultura, ni en tus principios. Puedes verlos desde el mero entretenimiento, sin pensar, con el encefalograma totalmente plano. Y ojo, eso es sano muchas veces, en estas vidas en las que los que no sabemos meditar tenemos que encontrar otras formas de poner la mente en blanco...

Lo que a mí me preocupa es la infancia y la adolescencia. Ellos también quieren ser como lo que ven. Y lo que ven es gente que gana más dinero cuanto menos valores tengan. La más choni, el más chulo, la más arrabalera, el más zafio... Eso, que antes daba vergüenza, hoy da dinero. Y a mí, mucho miedo.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Esa estúpida mueca.

Me he propuesto ser constante con este blog. No dejarlo abandonado durante tanto tiempo esperando a que me llegue una inspiración que a veces tarda meses en llegar. Un poco de disciplina no me viene mal. Y para que la inspiración llegue, de vez en cuando hay que buscarla. Hace años tenía la necesidad de escribir casi cada día. Llenaba folios (sí, folios de aquellos que ya ni vemos) de poemas, de artículos, de relatos eróticos, de diálogos humorísticos... de cualquier cosa. Ahora me cuesta.

Un recurso que utilizo para esa búsqueda es recurrir a antiguos textos de tiempos más prolíficos, aunque sean muy lejanos. En uno de ellos, de 1999, he encontrado esta frase: "Por fuera, sonrío. ¿Algo mejor que sonreír? Supongo que esa estúpida y permanente mueca en mi cara transmite cierta sensación de superficialidad. Pero me da igual. Además, probablemente, si mi rostro mostrase mi sentir interno, en muchas ocasiones, tendría que llorar."

Aunque creo que ya no uso un lenguaje tan dramático (la edad siempre quita dramatismo a la vida, mientras ésta gana en drama real), el significado no ha variado mucho. Sigo sonriendo. Estúpidamente o no, pero sigo sonriendo. Esta lectura ha hilado con una conversación que he tenido hoy en el trabajo. Un compañero que es conocido por su, a priori, sequedad, me ha llamado por teléfono y ha cortado la conversación para decirme que le resulta admirable que con todo lo que tengo encima siempre esté sonriendo y de buen humor. Evidentemente, me ha alegrado el día, claro que sí... por mucho que él pensase que mi día ya era alegre. Que lo era, pero ese es otro asunto.

Mirad, supongo que genéticamente o por mi educación familiar tiendo a sonreír. No puedo evitarlo. Una sonrisa es lo primero que me sale cuando hablo con alguien. También es lo primero que se me quita cuando ese alguien no me devuelve la sonrisa más de dos veces. Pero existe cierta tendencia social a pensar que la gente que sonríe mucho es más estúpida, más fácil de engañar, más inocente... Pues queridos míos... definitivamente no. Yo misma he creído durante largo tiempo que la gente de gesto serio era más estable, más "madura", más de fiar y un ejemplo a seguir. Pero no. Una sonrisa, la tuya, la mía, tienen un poder infinito. Pero no sólo la sonrisa que le dedicas a quien se cruza contigo, sino también las que te das a ti. Si sonríes, es más probable que te sonrían y a todos nos agrada eso.

Me gusta sonreír y me gusta decir cosas bonitas a quien quiero decírselas. Es algo que me nace, que me sale de dentro y que no quiero cohibir por parecer más seria o más lista o más estable. Así que ya no me avergüenzo por ser la típica que sonríe y con ello prescinde de un halo de misterio. No me disfrazo de nada, sólo respeto quién soy. Que a todos, a estas edades, nos ha costado mucho ser quienes somos.
----------
Hoy, que va de sonrisas... uno de los temas más románticos que se han cantado:
The Shadow Of Your Smile - Frank Sinatra.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Leyes de la Naturaleza.

Conozco a una chica rumana de treinta y muchos años a la que llamaremos Ecaterina. Vino a España a buscarse la vida y la de su marido desde un pueblo pequeño de Transilvania. Hace un par de años su padre enfermó y murió. Si ya es duro perder a un padre, no poder acompañarle hasta el final lo hace aún más difícil. Pero esta chica tuvo que sumar a su dolor el terrible peso de la tradición. En su pueblo es costumbre que, cuando muere un paisano, la familia debe invitar a comer y cenar a los vecinos lo más opíparamente posible. Ecaterina contaba llorando las dificultades que su familia tenía para afrontar ese gasto. Por no hablar de la presencia de ánimo que precisarían para soportar aquello.

Y no pude evitar pensar lo cruel que es el ser humano consigo mismo. Ecaterina describía aquella tradición como el que describe una catástrofe natural, como algo inevitable, como una ley inamovible. Como algo que hay que hacer irremediablemente.

Este tipo de cosas no es algo que sólo suceda en los pueblos. Hay tradiciones, costumbres tiránicas en todas partes y en todos los ámbitos de la vida. Todas y cada una de ellas creadas por nosotros. Las reglas de un juego que hay que cumplir para no perder la dignidad, el estatus o simplemente el buen nombre. Una ley no escrita que nos obliga a sentirnos mal si alguien no se acuerda de nuestro cumpleaños, a bombardear al vecino porque no nos entiende y no nos queda otra que matarle, o a trabajar para vivir.

Porque la mayoría de los problemas que tenemos vienen de algo que nosotros mismos hemos creado a través de los siglos.  Nos hemos impuesto esta forma de vivir. No ha sido nadie más que nosotros, por más que millones de personas se empeñen en responsabilizar a algún dios de todo esto.

Deshacer este entuerto me parece utópico, porque no tengo mucha fe en nuestra especie. Hemos tenido miles de años para enderezar las cosas y la mayoría no mejoran... Y no nos engañemos: todas las generaciones anteriores, por remotas que parezcan se creían tan avanzadas como nosotros, tecnológica y moralmente. Y todas confiaban en que en un futuro el mundo sería más justo. Pero lo único que cambia es el tipo de injusticia.

Pero como mi naturaleza es irremediablemente optimista, creo que sí podemos cambiar algunas cosas. Seamos nuestros propios dioses y hagámonos felices. Con pequeños gestos, con palabras cariñosas o amables, con una sonrisa. El mundo está lleno de mierda según donde mires... Es importante que esa mierda no la veas cuando te mires a ti mismo.