De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 23 de diciembre de 2014

Tres semanas al año.

La verdad es que hasta hace bien poco pensaba que nunca sería capaz de pensar como pienso ahora acerca de la Navidad. Los que me conocéis, sabéis que aprecio mucho mi parte infantil, que me gusta ver las cosas con optimismo, que sigue gustándome jugar y no tomarme las cosas demasiado en serio... Pero en esto, creo que ya he dejado de ser una niña.

Dicen que la Navidad con niños es otra cosa. No sé si algún día podré comprobarlo. En mi familia no hay niños. Ni siquiera jóvenes o adolescentes y no sé si en un futuro tendré un hijo o un sobrino, así que la mía es una Navidad de adultos.

Y son tres semanas que duelen cuando falta alguien. Tres semanas en las que el cuerpo no te pide celebrar... y en cambio sería peor no reunirse a hacerlo, aunque sea sin grandes alharacas.

A mi edad ya conozco a mucha gente que piensa como yo. Gente para la que la Navidad es dura, a veces incluso cruel. Los anuncios, las luces de las calles, el espumillón, las ofertas... nada respeta el dolor que algunas personas sienten y que miran todo ese espectáculo como si estuviera sucediendo en otro planeta. Porque no es una época cualquiera. Ese contraste hace que las cosas que faltan, se echen mucho más en falta... y no digamos ya cuando lo que falta no son cosas, sino personas.

A los que aún la vivís con la misma ilusión de un niño en la noche de Reyes, os deseo una muy feliz Navidad, de todo corazón... y que nada ni nadie os empañe esa alegría.

Y a los que, como yo, estáis deseando que pasen lo antes posible... os deseo que os rodeéis de todo el calor de los que están, que disfrutéis cada sonrisa, cada abrazo, porque ahora, quizás, se necesitan más que nunca. Y tal vez algún día volvamos a sentir la magia que perdimos, cuando menos lo esperemos.


jueves, 13 de noviembre de 2014

Noviembre.

Y noviembre se echó encima como los años lo hacen sobre los hombres que viven al sol.

La vida empezó a doblarse. Y el corazón tuvo que tomar la forma de su nueva cama, como el agua se adapta a sus recipientes.

Pero fue entonces cuando me alegré de haber saltado a todos los precipicios que me impuse por mi propio deseo, porque no me da miedo la caída a estos a los que me empujan... y menos aún el regreso al borde de otros abismos.

Noviembre nos llueve. Echa sobre nuestros hombros las hojas de cien árboles. Pero también nos echa el viento que barre el polvo.

jueves, 2 de octubre de 2014

Ahora.

Había una corriente de escritores que escribían borrachos. Estoy en mi coche en Colon. He salido a fumar mientras mi amigo y su novio arreglan sus cosas. Tengo las sienes y los mofletes dormidos. Si no hubiera bebido diría mejillas. Pero he bebido. Mucho. Hoy.

Tengo un taxi al lado. Se mueve y me marea.

Tengo ganas de llorar, pero rio. Y de reír, pero lloro. Y no tengo ganas de corregir las tildes. Hay una luna preciosa y no es necesario.

No he bebido tanto. 3 sangrías. Da igual, para mi es un río de alcohol.

Creo que me quedaría dormida aquí pero vendría alguien a insultarme, o a buscarme o a robarme o a salvarme o a multarme.

Los jueves son así. Casi viernes pero no.

Casi viernes.

Detrás de mi hay alguien enfadado que grita. No se grita en Colon. Hay una bandera gigante y no se debe gritar. Es feo.

Ahora se ha parado un coche negro. Y arranca. Se va.

Mi amigo y su novio estarán hablando y besándose. Yo miro la luna pero esta partida y borrosa.

Solo se que quiero irme y no se a donde. A donde podría? A Sri Lanka. Vámonos a Sri Lanka a pescar como los lugareños.

El tío que grita detrás dice que una es una hija de puta. Seguramente lo es. Hay muchas. Yo no. Yo soy estupenda. Quizás demasiado. Y ahí, ahí, es donde esta el problema. Que el mundo es de los poco estupendos pero altivos.



jueves, 18 de septiembre de 2014

¿Qué quieres ser de mayor?

Hace poco me puse a recordar cómo era la tele de cuando era pequeña. La recuerdo sobria, a veces austera, pero sobre todo la recuerdo "progre". No todo satisfacía mis gustos, por supuesto; era una cría. Pero mirados con distancia, había programas interesantes. Aparte del Un, dos, tres..., de La bola de cristal o de 3, 2, 1, contacto, estaban aquellos como La Clave, sí, ese del UHF que ponían los viernes por la noche, donde una gente muy seria comentaba una película normalmente sesuda. O las tertulias de Hermida. 

En aquella tele, limitada por dos únicos canales que emitían sólo unas doce horas diarias, la gente hablaba muy bien. Todos parecían saber mucho sobre lo que se trataba. Tenían buenas voces, buena presencia... Y uno de mayor quería ser un poco como ellos. Dibujar como José Ramón Sánchez, o ser un poco cultureta y moderno como los que presentaban Plastic, o saber tanto del universo como Carl Sagan en Cosmos, o ser abogado matrimonialista como Imanol Arias en Anillos de oro.

Era un modelo aspiracional, tal como fue el star system de Hollywood. Fabricaban un mundo al que nos gustaría pertenecer. Nos hacían querer ser mejores, más listos, más educados, más elegantes, más valientes. En la tele sólo salía aquel que pudiera ser un ejemplo de algo positivo.

Pero llegaron los 90 y con ellos la deseada televisión privada. ¿A quién no le iba a gustar tener a su disposición dos nuevos canales con novísimas ofertas por descubrir? Y con la televisión privada llegó la lucha por la audiencia. Porque las televisiones comerciales son, ante todo, un negocio. No son un derecho ni una obligación. Son una oferta y viven de que tú quieras comprar lo que te ofrecen. Y, por supuesto, la única manera de crecer como negocio es captar más clientes.

Así que ya no vale con mostrar un mundo de gente estupenda que sabe mucho o habla muy bien. Y el secreto es bien fácil: hacer de ti, espectador, el verdadero protagonista de ese mundo.

De esa forma, el ciudadano de a pie comienza a ser la pieza clave en casi todos los programas: talk-shows donde cuentan sus miserias o alegrías, espectáculos donde son sorprendidos con su cantante favorito, noticieros baratos donde se desgrana ese suceso del que jamás te hubieras enterado a no ser que fueras vecino de la víctima y, por supuesto, el reality-show.

Y entonces es cuando en la tele comienza a salir gente como tú. O mejor aún: gente peor que tú. Gente que habla mal, gente maleducada, gente sin pudor, gente sin escrúpulos. Y te alegras inmensamente de que exista esa gente. Y entonces ya no te avergüenzas de tu incultura. Llegas incluso a jactarte de ella, porque... ¿acaso no habla así Belén Esteban y ahí la tienes?

Cuando uno es adulto ya poco hay que hacer, para lo bueno y para lo malo y entonces poco te van a afectar este tipo de espectáculos ni en tu moral, ni en tu cultura, ni en tus principios. Puedes verlos desde el mero entretenimiento, sin pensar, con el encefalograma totalmente plano. Y ojo, eso es sano muchas veces, en estas vidas en las que los que no sabemos meditar tenemos que encontrar otras formas de poner la mente en blanco...

Lo que a mí me preocupa es la infancia y la adolescencia. Ellos también quieren ser como lo que ven. Y lo que ven es gente que gana más dinero cuanto menos valores tengan. La más choni, el más chulo, la más arrabalera, el más zafio... Eso, que antes daba vergüenza, hoy da dinero. Y a mí, mucho miedo.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Esa estúpida mueca.

Me he propuesto ser constante con este blog. No dejarlo abandonado durante tanto tiempo esperando a que me llegue una inspiración que a veces tarda meses en llegar. Un poco de disciplina no me viene mal. Y para que la inspiración llegue, de vez en cuando hay que buscarla. Hace años tenía la necesidad de escribir casi cada día. Llenaba folios (sí, folios de aquellos que ya ni vemos) de poemas, de artículos, de relatos eróticos, de diálogos humorísticos... de cualquier cosa. Ahora me cuesta.

Un recurso que utilizo para esa búsqueda es recurrir a antiguos textos de tiempos más prolíficos, aunque sean muy lejanos. En uno de ellos, de 1999, he encontrado esta frase: "Por fuera, sonrío. ¿Algo mejor que sonreír? Supongo que esa estúpida y permanente mueca en mi cara transmite cierta sensación de superficialidad. Pero me da igual. Además, probablemente, si mi rostro mostrase mi sentir interno, en muchas ocasiones, tendría que llorar."

Aunque creo que ya no uso un lenguaje tan dramático (la edad siempre quita dramatismo a la vida, mientras ésta gana en drama real), el significado no ha variado mucho. Sigo sonriendo. Estúpidamente o no, pero sigo sonriendo. Esta lectura ha hilado con una conversación que he tenido hoy en el trabajo. Un compañero que es conocido por su, a priori, sequedad, me ha llamado por teléfono y ha cortado la conversación para decirme que le resulta admirable que con todo lo que tengo encima siempre esté sonriendo y de buen humor. Evidentemente, me ha alegrado el día, claro que sí... por mucho que él pensase que mi día ya era alegre. Que lo era, pero ese es otro asunto.

Mirad, supongo que genéticamente o por mi educación familiar tiendo a sonreír. No puedo evitarlo. Una sonrisa es lo primero que me sale cuando hablo con alguien. También es lo primero que se me quita cuando ese alguien no me devuelve la sonrisa más de dos veces. Pero existe cierta tendencia social a pensar que la gente que sonríe mucho es más estúpida, más fácil de engañar, más inocente... Pues queridos míos... definitivamente no. Yo misma he creído durante largo tiempo que la gente de gesto serio era más estable, más "madura", más de fiar y un ejemplo a seguir. Pero no. Una sonrisa, la tuya, la mía, tienen un poder infinito. Pero no sólo la sonrisa que le dedicas a quien se cruza contigo, sino también las que te das a ti. Si sonríes, es más probable que te sonrían y a todos nos agrada eso.

Me gusta sonreír y me gusta decir cosas bonitas a quien quiero decírselas. Es algo que me nace, que me sale de dentro y que no quiero cohibir por parecer más seria o más lista o más estable. Así que ya no me avergüenzo por ser la típica que sonríe y con ello prescinde de un halo de misterio. No me disfrazo de nada, sólo respeto quién soy. Que a todos, a estas edades, nos ha costado mucho ser quienes somos.
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Hoy, que va de sonrisas... uno de los temas más románticos que se han cantado:
The Shadow Of Your Smile - Frank Sinatra.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Leyes de la Naturaleza.

Conozco a una chica rumana de treinta y muchos años a la que llamaremos Ecaterina. Vino a España a buscarse la vida y la de su marido desde un pueblo pequeño de Transilvania. Hace un par de años su padre enfermó y murió. Si ya es duro perder a un padre, no poder acompañarle hasta el final lo hace aún más difícil. Pero esta chica tuvo que sumar a su dolor el terrible peso de la tradición. En su pueblo es costumbre que, cuando muere un paisano, la familia debe invitar a comer y cenar a los vecinos lo más opíparamente posible. Ecaterina contaba llorando las dificultades que su familia tenía para afrontar ese gasto. Por no hablar de la presencia de ánimo que precisarían para soportar aquello.

Y no pude evitar pensar lo cruel que es el ser humano consigo mismo. Ecaterina describía aquella tradición como el que describe una catástrofe natural, como algo inevitable, como una ley inamovible. Como algo que hay que hacer irremediablemente.

Este tipo de cosas no es algo que sólo suceda en los pueblos. Hay tradiciones, costumbres tiránicas en todas partes y en todos los ámbitos de la vida. Todas y cada una de ellas creadas por nosotros. Las reglas de un juego que hay que cumplir para no perder la dignidad, el estatus o simplemente el buen nombre. Una ley no escrita que nos obliga a sentirnos mal si alguien no se acuerda de nuestro cumpleaños, a bombardear al vecino porque no nos entiende y no nos queda otra que matarle, o a trabajar para vivir.

Porque la mayoría de los problemas que tenemos vienen de algo que nosotros mismos hemos creado a través de los siglos.  Nos hemos impuesto esta forma de vivir. No ha sido nadie más que nosotros, por más que millones de personas se empeñen en responsabilizar a algún dios de todo esto.

Deshacer este entuerto me parece utópico, porque no tengo mucha fe en nuestra especie. Hemos tenido miles de años para enderezar las cosas y la mayoría no mejoran... Y no nos engañemos: todas las generaciones anteriores, por remotas que parezcan se creían tan avanzadas como nosotros, tecnológica y moralmente. Y todas confiaban en que en un futuro el mundo sería más justo. Pero lo único que cambia es el tipo de injusticia.

Pero como mi naturaleza es irremediablemente optimista, creo que sí podemos cambiar algunas cosas. Seamos nuestros propios dioses y hagámonos felices. Con pequeños gestos, con palabras cariñosas o amables, con una sonrisa. El mundo está lleno de mierda según donde mires... Es importante que esa mierda no la veas cuando te mires a ti mismo.

lunes, 21 de julio de 2014

Yo confieso.

Hoy voy a hacer una confesión a los cuatro vientos. Varios (pocos) amigos míos conocen esta... llamémosle "peculiaridad" sobre mí. Pero hoy la conocerá todo el que lea esto. Voy a hablar sobre una fobia que tuve durante 37 años y de la que probablemente nunca hayáis oído hablar: la fobia a los conflictos internacionales.

Sí, adelante, podéis reíros. Algunos lo han hecho. Yo misma lo he hecho, con esa estúpida tendencia que tengo a quitarle importancia a mi dolor. Pero lo cierto es que una fobia es angustiosa, inhabilitante... te impide ver, vivir, en definitiva.

Ya, ya sé que a nadie le agradan las guerras y las tensiones y que todos deseamos la paz mundial. Pero lo mío era una fobia de padre y muy señor mío.

El primer recuerdo que tengo de ello o, tal vez, precisamente el desencadenante de la fobia, fue una excursión a Toledo en 3º de E.G.B. El cole nos llevó a ver la ciudad y la visita incluía un exhaustivo repaso histórico al Alcázar. A los 9 años, la imaginación casi no tiene límites y yo creí ver las sombras de los heridos de guerra en las paredes de la sala de operaciones. Aquella conversación entre Moscardó y su hijo justo antes de entregarlo para que lo fusilaran me impresionó sobremanera. Porque hasta 2010, esta grabación era una atracción más del Alcázar, cuando visitabas el despacho del general.

El caso es que a la vuelta estuve casi una semana sin poder dormir. Imaginándome cómo había sido la Guerra Civil y leyendo todo lo que caía en mis manos sobre el tema (poco, dada mi edad).

Desde entonces, siempre que había una tensión militar o diplomática a nivel internacional, yo no vivía. Literalmente.

A pesar de que los comienzos de los 80 los viví con el alma en vilo con la guerra fría y los dimes y diretes entre Reagan y Andrópov, Chernenko y Gorbachov, según tocara (especialmente en el verano del 83 en una playa de Castelldefels, que menudas vacaciones me dieron), uno de los momentos más intensos de mi fobia se dio en 1986, con el conflicto de Estados Unidos y Libia. La base la OTAN en Rota y yo estábamos en alerta roja. Cada noche soñaba con Gadafi. En clase, cuando un caza sobrevolaba el barrio, yo encogía las piernas para no temblar.

En 1989, el mundo me dio una tregua con la caída del muro de Berlín. Estaba en mi habitación, leyendo "La casa de Bernarda Alba", para el cole y en la radio anunciaron lo que estaba pasando. Lloré de emoción. Sé que muchos lo hicisteis también, pero para mí... imaginaos. Fóbica perdida que estaba... Compensó la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos, que sucedería poco después.

No os quiero contar cómo lo pasé el 2 de agosto de 1990. Volvía de la playa, en Alcocebre y, en la tele del salón del apartamento, una de tubo de 14", daban la noticia de que Iraq había invadido Kuwait. Para mí, se acabó el verano. Nada tenía sentido.

Durante los días siguientes, en el Telediario salía George Bush (padre) haciendo footing por Washington D.C. Mi padre me decía: "Bush haciendo footing y tú aquí mordiéndote las uñas. Probablemente serías feliz si fueras el Secretario General de la ONU". Pues sí. Seguramente. No poder mediar era lo que me sacaba de quicio. De hecho, mi tercera opción para elegir carrera era Políticas, porque no me disgustaba el tema diplomático.

¿Sabéis eso que pasa con las cosas que nos dan miedo, que a la vez nos dan un morbo increíble? Pues con esto también me sucedía. A veces me daba por pasar por los kioskos sin mirar por si veía una portada, o por esconderme con la música alta mientras daban las noticias en la tele. En cambio, otras, optaba por devorar todo lo que se decía o se publicaba al respecto. Teniendo información tendría menos miedo.

Así pasé la madrugada del 17 de enero de 1991, oyendo la radio, esperando el anunciado comienzo de la primera Guerra del Golfo. Una vez consumados los hechos, me quedé más tranquila, siguiendo día a día la evolución del conflicto.

Después vino la guerra en Yugoslavia y de nuevo otra guerra en el Golfo Pérsico...

Y, por supuesto, el 11 de septiembre. Imagino que ese día todos estábamos más o menos igual. Aterrorizados, preocupados, nerviosos, estupefactos... Así que ese día pasé más desapercibida. Estaba en la oficina y me tuve que ir a vomitar al baño en cuanto lo vi en la tele. Después, me fui al servicio médico de la empresa. No había sido la única a la que habían atendido. Mal de muchos, consuelo de tontos.

El caso es que, bueno, resumiendo, tomé medidas (no a nivel internacional, a mi pesar, que ya me hubiera gustado a mí ser Kofi Annan...) y superé la fobia y todos aquellos sueños apocalípticos y mi pena de no tener un amor de mi vida al que correr a decirle "te quiero" antes de morir bajo un hongo nuclear.

Y parte del tratamiento simplemente era aceptar la realidad. Acepté que no puedo controlarlo todo, que las cosas que no están en mi mano no pueden estar en mi mente todo el rato. Que podemos hacer cosas pequeñas, como simplemente, intentar ser felices, no persiguiendo lo que no tenemos sino valorando todo lo que hoy nos rodea, porque ¿sabéis? podría ser mucho peor. Podría ser Palestina, Siria, Iraq, Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Ucrania, Yemen o la República Centroafricana. Y para los habitantes de esos países, hubo un día que fue tan aburrido como el que probablemente has tenido hoy. Disfruta tu aburrimiento.
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Y si llega a pasar algo así, ya sabes... sólo abrázame. Just Hold Me - Maria Mena.


martes, 29 de abril de 2014

Dar la talla.

Dentro de poco se va a estrenar un documental llamado "A perfect 14", dirigido por Giovanna Morales y James Earl O'Brien, que habla sobre el mundo de la moda centrándose en las tallas grandes. He estado leyendo un poco acerca de él y me ha hecho reflexionar.

Una de las cosas a las que alude este documental es al hecho de que la mayoría de las portadas de las revistas están protagonizadas por modelos escuálidas y casi nunca por modelos entradas en carnes.

Si echáis un vistazo a las imágenes que aparecen en Google si buscáis modelos "XL" o "plus size" o "de tallas grandes", muchas de las chicas que salen están, directamente, obesas.

Pues bien, la que os habla tiene ahora mismo un sobrepeso de unos 10 kilos, así que no soy sospechosa de defender la extrema delgadez. Pero si criticamos que se venda una imagen de mujer casi anoréxica, también debemos criticar que se venda la de una mujer con un sobrepeso severo. Porque no es bueno estar gordo. No estoy hablando de que sea más feo o más bonito. Eso siempre irá en gustos. Hay quien desea a una mujer delgada, espigada y hay quien la desea más curvilínea y entrada en carnes. Estoy hablando de salud y eso es lo único que debería venderse. Un cuerpo saludable.

Por supuesto, eso no tiene nada que ver con decir que las personas deben recibir el mismo respeto y trato en todas las situaciones, independientemente de su talla. Pero no cuidarse es no quererse. Evidentemente, cada cuerpo es un mundo y para hay quien está sanísimo con una 36 y obeso con una 40 y hay quien por debajo de la 44 está demacrada.

Uno tiene que rondar su peso saludable. Así que no contraataquemos una portada de una modelo esquelética con la de una de 120 kilos, porque ambas son situaciones no deseables.

El término medio existe en el mundo de la moda en modelos como Bar Rafaeli, Heidi Klum, Naomi Campbell o la menos conocida Robyn Lawley (esta última, de tallas especiales, por increíble que parezca en muchas de sus fotos...) y siempre será más deseable que irse a los extremos.


lunes, 21 de abril de 2014

Nessun dorma.

Nunca me ha gustado dormir. No puede gustarme hacer algo que no sé que estoy haciendo.

Siempre hay cosas más interesantes que hacer que dormir, aunque esa cosa sea simplemente no hacer nada. Porque eso sí que se disfruta.

Pero, como a pesar de mi apariencia y mi cerebro, soy humana, TENGO QUE dormir y, puesto que no tengo práctica, cada vez me cuesta más. Entonces la gente te cuenta truquis para conciliar el sueño, como por ejemplo, "lee un libro". A ver. Entiendo que a esa gente no le gusta leer, porque cuando yo leo un libro es porque me gusta y si me gusta, siempre termino incorporándome y devorándolo con avidez. Luego no me duermo.

También te dicen que oigas algo de música. Tampoco me vale. Me sé todas las canciones y las termino cantando. Y si no, me recuerdan a alguien y ese alguien siempre me ha hecho reír, llorar o sencillamente le odio, por lo que me recreo en mi dolor y no me duermo.

"Date un baño caliente". ¡Qué estrés, por Dios! No sé qué tiene de relajante el estruendo del chorro durante los 15 minutos que tarda en llenarse la bañera, esperar a que se enfríe porque tus manos nunca aciertan con la temperatura real del agua, intentar no clavarte el grifo, buscar la postura correcta para que los muslos y las rodillas no sobresalgan y se enfríen, estar el tiempo justo para no arrugarse, controlar que no baje el nivel del agua porque se escapa un poco por el sumidero y, finalmente, intentar salir del baño con dignidad. Muy bonito todo, pero no compensa, de verdad. Al menos, en mi bañera.

"Tómate una infusión de tila, melisa, valeriana y pasiflora y esparce unas gotas de esencia de lavanda por la almohada". Ah, sí, espera, tengo que tener algo de eso en la despensa... ¡Oh, no! No hay. Lo más parecido es un Ambipur de flores de Oriente caducado y una caja de Earl Grey que me trajo Pedro de Londres. Pedro... valiente sinvergüenza. "Mañana te llamo y cenamos", dijo. Y cené, pero sin él, esa noche y la siguiente y las siguientes... Que le pillaba en un momento complicado, me dijo. Tan complicado como que se casó a los dos meses, de penalti. Pero mira que era guapo, ¿eh? Joer, qué sonrisa... Y aquel día que se presentó por sorpresa en el trabajo a recogerme... Es que tenía cada cosa... ¡Madre mía, las tres menos cuarto y sigo despierta! Mañana sin falta compro la pasiflora. Por cierto... siempre me sale decir "palsiflora", a ver si no meto la pata en la tienda. ¡Anda! Rima con cantimplora. Ay... qué bonita aquella excursión con Pedro...

"Ponte tapones en los oídos". Vale. Ah, mira, pues es verdad que no se oye nada. ¿A ver? Pues no. ¡Espera! ¿Qué es eso? "Pumpun, pumpun, pummmmpun" ¡Es mi corazón! Ay, qué grima. Va muy rápido, ¿no? ¿Y si se me para de repente? ¡Ay, ese pumpun ha sido distinto!

Sí, dormir parece fácil. Tanto que puede hacerse con los ojos cerrados. Pero a veces cuesta mucho echar el cierre.
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Y para ver si dormimos... una nanita: Lullaby - The Cure.


sábado, 19 de abril de 2014

¿Se equivocó la paloma?

Hasta hace no muchos años, yo era una chica tímida en determinados ambientes. Supongo que la inseguridad y la sensación de estar rodeada de gente que me parecía superior a mí en un montón de aspectos, hacían que me sintiera invisible en algunos momentos.

Uno de esos momentos eran los viajes de trabajo. Me impresionaban las reuniones, conocer a gente que parecía saber mucho más que yo sobre los temas que se trataban. Y me impresionaba la soltura con la que se enfrentaban a ellos algunos compañeros de viaje. 

Es por eso por lo que aquel soleado día de octubre en una ciudad francesa, cuando mientras corríamos hacia la siguiente reunión una paloma decidió soltar su vientre sobre las cabelleras de mis dos guapos, altos, elegantes, refinados, brillantes y preparados compañeros de trabajo, no pude reprimir una carcajada interna y celebrar una callada victoria. No entendía por qué no me había cagado a mí la paloma, sintiéndome yo aquella chica patosa e insegura en aquel ambiente tan profesional e internacional. Yo solía ser la dueña de la maleta perdida de Iberia, la que se equivocaba de calzado y le mataban las rozaduras, a la que se le rompía la cremallera del vestido justo antes de llegar a un visionado, la que casi perdía el avión... Así que aquella paloma que escogió sus cabezas en lugar de la mía para depositar sus excrementos, me llenó de confianza.

A veces, el mal ajeno nos alegra el día. Así de miserables somos.

Y fueron pasando los años, los viajes de trabajo y las palomas y yo gané en seguridad, sintiendo que no era mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera. Y esa sensación de que ya no tienes miedo mas que al miedo, de que no puede contigo ningún estirado, de que el poder que sobre ti tengan los demás no se lo otorga nadie más que tú mismo se fue apoderando de mí, haciendo por fin invisible a aquella chica invisible que fui.

Pero ayer...una paloma decidió soltar su vientre sobre mi cabellera. Y eso no hizo más que confirmar que no soy mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera.
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El tema de hoy, por supuesto, When Doves Cry, Prince and the Revolution.