Dicen que la Navidad con niños es otra cosa. No sé si algún día podré comprobarlo. En mi familia no hay niños. Ni siquiera jóvenes o adolescentes y no sé si en un futuro tendré un hijo o un sobrino, así que la mía es una Navidad de adultos.
Y son tres semanas que duelen cuando falta alguien. Tres semanas en las que el cuerpo no te pide celebrar... y en cambio sería peor no reunirse a hacerlo, aunque sea sin grandes alharacas.
A mi edad ya conozco a mucha gente que piensa como yo. Gente para la que la Navidad es dura, a veces incluso cruel. Los anuncios, las luces de las calles, el espumillón, las ofertas... nada respeta el dolor que algunas personas sienten y que miran todo ese espectáculo como si estuviera sucediendo en otro planeta. Porque no es una época cualquiera. Ese contraste hace que las cosas que faltan, se echen mucho más en falta... y no digamos ya cuando lo que falta no son cosas, sino personas.
A los que aún la vivís con la misma ilusión de un niño en la noche de Reyes, os deseo una muy feliz Navidad, de todo corazón... y que nada ni nadie os empañe esa alegría.
Y a los que, como yo, estáis deseando que pasen lo antes posible... os deseo que os rodeéis de todo el calor de los que están, que disfrutéis cada sonrisa, cada abrazo, porque ahora, quizás, se necesitan más que nunca. Y tal vez algún día volvamos a sentir la magia que perdimos, cuando menos lo esperemos.