En aquella tele, limitada por dos únicos canales que emitían sólo unas doce horas diarias, la gente hablaba muy bien. Todos parecían saber mucho sobre lo que se trataba. Tenían buenas voces, buena presencia... Y uno de mayor quería ser un poco como ellos. Dibujar como José Ramón Sánchez, o ser un poco cultureta y moderno como los que presentaban Plastic, o saber tanto del universo como Carl Sagan en Cosmos, o ser abogado matrimonialista como Imanol Arias en Anillos de oro.
Era un modelo aspiracional, tal como fue el star system de Hollywood. Fabricaban un mundo al que nos gustaría pertenecer. Nos hacían querer ser mejores, más listos, más educados, más elegantes, más valientes. En la tele sólo salía aquel que pudiera ser un ejemplo de algo positivo.
Pero llegaron los 90 y con ellos la deseada televisión privada. ¿A quién no le iba a gustar tener a su disposición dos nuevos canales con novísimas ofertas por descubrir? Y con la televisión privada llegó la lucha por la audiencia. Porque las televisiones comerciales son, ante todo, un negocio. No son un derecho ni una obligación. Son una oferta y viven de que tú quieras comprar lo que te ofrecen. Y, por supuesto, la única manera de crecer como negocio es captar más clientes.
Así que ya no vale con mostrar un mundo de gente estupenda que sabe mucho o habla muy bien. Y el secreto es bien fácil: hacer de ti, espectador, el verdadero protagonista de ese mundo.
De esa forma, el ciudadano de a pie comienza a ser la pieza clave en casi todos los programas: talk-shows donde cuentan sus miserias o alegrías, espectáculos donde son sorprendidos con su cantante favorito, noticieros baratos donde se desgrana ese suceso del que jamás te hubieras enterado a no ser que fueras vecino de la víctima y, por supuesto, el reality-show.
Y entonces es cuando en la tele comienza a salir gente como tú. O mejor aún: gente peor que tú. Gente que habla mal, gente maleducada, gente sin pudor, gente sin escrúpulos. Y te alegras inmensamente de que exista esa gente. Y entonces ya no te avergüenzas de tu incultura. Llegas incluso a jactarte de ella, porque... ¿acaso no habla así Belén Esteban y ahí la tienes?
Cuando uno es adulto ya poco hay que hacer, para lo bueno y para lo malo y entonces poco te van a afectar este tipo de espectáculos ni en tu moral, ni en tu cultura, ni en tus principios. Puedes verlos desde el mero entretenimiento, sin pensar, con el encefalograma totalmente plano. Y ojo, eso es sano muchas veces, en estas vidas en las que los que no sabemos meditar tenemos que encontrar otras formas de poner la mente en blanco...
Lo que a mí me preocupa es la infancia y la adolescencia. Ellos también quieren ser como lo que ven. Y lo que ven es gente que gana más dinero cuanto menos valores tengan. La más choni, el más chulo, la más arrabalera, el más zafio... Eso, que antes daba vergüenza, hoy da dinero. Y a mí, mucho miedo.
Interesante reflexión. El dinero es el valor, lo más íntimo de la gente se compra y se vende en la TV privada, eso es lo que interesa.
ResponderEliminarAy! Doña nadie.. tu forma de expresarte revuelve todo mi armario cerebral , lo pone patas arriba ..dándome la oportunidad de recolocar y seleccionar cada pieza , de tirar lo inservible y quedarme con lo antiguo "que no viejo " por que quizas tenga más...fundamento.
ResponderEliminar