De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 31 de agosto de 2010

Brevemente.

Hemos estado planteándonos si nos gustaría o no vivir en Nueva York. Yo me he decantado por el no. Y es que no le veo, personalmente, ningún valor añadido respecto a Madrid. Aquí hay muchísima más oferta de ocio, eso es verdad. Pero ¿para qué iba a querer yo más oferta de la que tengo allí, si no aprovecho ni la décima parte de lo que hay en mi ciudad?

Otros dirán que Central Park es más grande. Ya. Pero es que aquí tiene que haber parque para 14 millones de personas. El Retiro es más que suficiente para los 5 millones de madrileños.

O las tiendas. Las numerosísimas tiendas de lujo. ¿Para qué? No puedo pagar lo que venden, ni aquí ni en Madrid.

¿La oferta gastronómica? No sé... aquí venden perritos literalmente en cada esquina, pero no cambio ninguno por los de Nebraska.

Nueva York me encanta. Es entretenidísimo. Pero no para vivir. Aquí se viviría muy bien siendo millonario. Pero en esas condiciones, se vive bien en cualquier parte. Creo que es una ciudad hostil para el pobre, y la clase media tampoco vive mejor que en otras grandes ciudades. ↲↲Madrid es... más manejable. O tal vez me estoy haciendo mayor...

Hemos estado en Wall Street y me he quedado de piedra al ver que no tenía ni idea de cómo es esa calle. ¡Estrechísima! Sinuosa, angosta, peatonal en algún tramo y en pendiente. En general, el distrito financiero no es en absoluto como lo imaginaba. Ni en el ambiente, ni en las calles... Tiene mucha más gracia trabajar en la 5ª Avenida, con esos portales señoriales, como en el cine.

Mañana sigo. No tengo mucho tiempo. Aunque estoy menos cansada.

Y contaré la cena en Tao.

lunes, 30 de agosto de 2010

Otra ciudad.

Nunca se puede juzgar a una ciudad en domingo. Eso es lo que he aprendido hoy. Bueno, es algo obvio, sí, pero hoy lo he visto con más claridad.

La ciudad que vimos ayer era algo tristona. Y hoy, en cambio, ya era NUEVA YORK. La que esperas que sea.

Dije anoche que iba a contar qué tal nos había ido por Central Park (y fue estupendo), qué vimos en la 9ª Avenida (y fue curioso), qué me compré en B&H (y fue un teleobjetivo) y qué tal cenamos en Pera (y fue bien). Pero no lo voy a hacer, al menos con detalle, porque si no, ¿qué me queda para contaros en Madrid?

Así que hoy, sólo dibujaré unos trazos de lo que ha sido el día.

Hemos estrenado nuestras tarjetas de transporte (Metrocard) para coger el metro a Times Square. Un metro que es un horror: feo, viejo, oscuro, ajado, tremendamente caluroso... Los trenes, por el contrario, tienen su gracia. Son increíblemente largos, de color plata y bastante anchos, cómodos y fresquitos. En conjunto, es una experiencia curiosa, un poco agotadora, pero que merece la pena. Como todo aquí, es igual que en las películas.



Después hemos ido al Museo de Historia Natural. A este museo, le dedican 4 páginas en las guías de la ciudad y, poniendo por delante mi casi absoluto desconocimiento sobre Antropología, Paleontología, Zoología y Etnología, tengo que decir que los museos que de estas disciplinas tenemos en Madrid, le dan mil vueltas. Pero los americanos tienen una increíble habilidad para hacer creer al resto del mundo que lo suyo es siempre lo mejor. Es decir, que son los reyes de la publicidad.

Pero no ha estado mal la visita al Planetario Hayden...

Por la tarde hemos hecho el tour de la NBC, una de las grandes cadenas de televisión norteamericanas. Lo mío tiene delito.

Y luego, a divisar Manhattan desde el Top of the Rock. Sin palabras. No se puede contar. Hay que verlo. No me he puesto a llorar, como hice en lo alto de Notre Dame en París, pero poco me ha faltado.

Estoy realmente cansada. Y muy gorda. No es una exageración, sino una realidad. Los viajes me engordan nada más emprenderlos. No sé si me hincha la felicidad, o los nervios, o el ansia... Pero mi perímetro ensancha por momentos.

En fin... el dolor de pies me afecta a la cabeza y, de verdad, no puedo ser creativa.

Un beso neoyorkino.

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La canción de hoy es, para mi gusto, la mejor interpretación de una letra que haya oído jamás. Más que una canción, es una obrita de teatro...
http://open.spotify.com/track/6XVpKaD3oxpA2ohiLyTGPC
Vikki Carr - It must be him.

domingo, 29 de agosto de 2010

Second day.

Segundo día en Nueva York. O primero, según se mire, porque lo de ayer sólo fueron unas horitas....

En el post de ayer, escueto por mi cansancio, comenté las tremendas diferencias que hay entre Business Class y turista. Aquello me trajo a la mente un anuncio de la compañía Southern Airways, de los años 70, que Canal + recuperó en el 92, en un especial sobre publicidad. Me ha costado encontrarlo, pero aquí está:
http://www.youtube.com/watch?v=yulxnzAsWEM (no me funciona lo de insertar vínculos, así que es mejor que copiéis y peguéis).

Pues algo así sentí...

Bueno, estoy de broma... ¡pero mis riñones, no!

Un taxi nos trajo al hotel, en medio de un tráfico infernal. O mejor dicho, un extraño tráfico infernal. Una autopista de 4 carriles, atestada de coches en ambos sentidos, pero por la que, curiosamente, todo el mundo circula a unos 90 kms/h.

Entramos por el puente de Queensboro, desde donde vimos todo Manhattan iluminado. Todas aquellas bombillas dibujaban la conocidísima forma del skyline de Nueva York. Poco a poco, calle a calle, nos metimos de lleno en la ciudad, en medio de la cual está nuestro hotel.

Se encuentra en la calle 41 Este, también conocida como Library Way, porque lleva directamente a la entrada de la Biblioteca de Nueva York. Las aceras están llenas de placas doradas con textos breves de Albert Camus, Ernest Hemingway, Lewis Carroll...
El hotel está dedicado enteramente a los libros. En recepción y en la sala de desayunos hay muchísimos libros de todas clases. Cada planta está dedicada a un género distinto y cada habitación, a un subgénero. Nosotros estamos en la octava planta, dedicada a la novela y nuestro cuarto es, concretamente, el de la literatura erótica. El más entretenido del hotel, ¡vamos! Está llena de libros dedicados a las artes amatorias, casi todos en inglés o en italiano y muchos, con "interesantes" ilustraciones. Nada que ver con lo aburrida que debe ser la habitación contigua, dedicada a "Los clásicos".



Para luchar contra el jet-lag, nos dimos una vuelta hasta la hora de dormir. Y nos encontramos con la maravillosa estación central, escenario de un montón de películas, entre ellas, Con la muerte en los talones. Un laberinto de mármol, pasadizos y escaleras, presidido por su famoso reloj de cuatro esferas y un techo abovedado con las constelaciones del Zodíaco pintadas en dorado sobre verde.

A la salida, un perrito caliente callejero y algo de música de fondo en las esquinas. Y el imponente edificio Chrysler, brillante y plateado en su cima y custodiado por sus gárgolas.

Pero eso fue ayer. Hoy hemos empezado el día con un opíparo desayuno en una agradable sala con libros y piano de cola. Bagels, cruasanes, zumo de pomelo y un bol de frutas frescas (arándanos, piña, melón cantalupo, uvas y fresas). Si me las presentaran así, cortaditas y lavadas cada mañana, las desayunaría siempre, seguro...

Y luego, largo, largo paseo de mañana dominical. Quinta Avenida: unas cuantas tiendas famosas, aún cerradas a esas horas. Y la famosísima Apple Store, un original local subterráneo al que se accede por un cubo de cristal que hay en la superficie.


Pies entrando y saliendo de la Apple Store.

Es extraña mi reacción ante la ciudad. La he visto tantas veces en el cine, las series, las fotos... que creía que la conocía y, en cambio, una vez aquí, las cosas no me resultan como imaginaba. ¿Os ha pasado alguna vez que soñáis con un sitio que conocéis mucho, pero en el sueño no se parece a la realidad? Pues a mí me pasa así, pero al revés. Estoy desubicada.

Y como es una ciudad que hasta ahora sólo había visto en cine o tele, resulta que ahora la encuentro silenciosa. Siempre había recorrido sus calles en escenas ambientadas con música, o con el ruido infernal del tráfico, pero en directo, no me ha dado esa sensación en absoluto. No es desagradable acústicamente hablando.

Mañana continuaré. Me cuesta escribir, porque lo hago al final del día y aquí estoy llegando a las noches con demasiado cansancio...

Así que, mañana hablaré de Central Park, 9th Avenue, Macy's y el restaurante Pera, de Madison.

Besos exhaustos desde la Gran Manzana.

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Si me pidiérais un tema musical, hoy os daría este, relajante y suave, para dormir bien, soñar con lo que más deseéis y dejar volar la imaginación hasta donde alcance:
http://open.spotify.com/track/4wGZEPwMAYnctthqFYrBSR
Amore - Ryuichi Sakamoto.

sábado, 28 de agosto de 2010

Doña Nadie en clase turista.

Este blog comenzó con motivo de un viaje a Los Ángeles, ciudad a la que llegué fresca como una rosa tras 12 horas de vuelo en Business Class. Y hoy continúa en la costa opuesta de los Estados Unidos, en Nueva York.

Hace unas cuatro horas que he aterrizado y, aunque el viaje es mucho más corto que el que hice a California, mis riñones no dirían lo mismo. Después de aquella maravillosa experiencia de confort, espacio, ocio a elegir, champagne y relajación... la clase turista me parece intolerable. Cinco kilos más y no quepo en mi asiento. Colas de 20 minutos para un baño con la misma higiene que el de una estación de autobuses... Y eso que he viajado junto a la puerta de emergencia y podía estirar los pies... En fin, que a lo bueno uno se acostumbra de una forma muy natural.

No puedo extenderme más ahora mismo. Para mí son las 5:40 de la madrugada (y sigo con los ojos abiertos como platos), pero aquí son las 23:40. No me queda batería en el portátil y casi tampoco en el cerebro, así que mañana contaré lo impresionante que es Grand Central Station y el edificio Chrysler, vecinos míos. Y también hablaré de nuestro peculiar hotel y de nuestra especialísima habitación. Y de lo bien que suena Strangers in the night en un saxo callejero de Park Avenue, dándonos la bienvenida.

De momento, os deseo buenos días, desde la 801 del Library Hotel.
299 Madison Ave.
NYC.

jueves, 19 de agosto de 2010

Versos 388 a 424.

Yo no necesito tiempo
para saber cómo eres:
conocerse es el relámpago.
¿Quién te va a ti a conocer
en lo que callas, o en esas
palabras con que lo callas?
El que te busque en la vida
que estás viviendo, no sabe
mas que alusiones de ti,
pretextos donde te escondes.
Ir siguiéndote hacia atrás
en lo que tú has hecho, antes,
sumar acción con sonrisa,
años con nombres, será
ir perdiéndote. Yo no.
Te conocí en la tormenta.
Te conocí, repentina,
en ese desgarramiento
brutal de tiniebla y luz,
donde se revela el fondo
que escapa al día y la noche.
Te vi, me has visto, y ahora,
desnuda ya del equívoco,
de la historia, del pasado,
tú, amazona en la centella,
palpitante de recién
llegada sin esperarte,
eres tan antigua mía,
te conozco tan de tiempo,
que en tu amor cierro los ojos,
y camino sin errar,
a ciegas, sin pedir nada
a esa luz lenta y segura
con que se conocen letras
y formas y se echan cuentas
y se cree que se ve
quién eres tú, mi invisible.

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Y una canción, cuya traducción merece la pena:
Alanis Morrissette -Ironic

martes, 17 de agosto de 2010

No me fío.

Estaba intentando encontrar en Internet algún poema bonito para ponerlo aquí. He intentado escribir uno yo misma pero... creo que ya pasó esa época de mi vida, en la que mis pensamientos más íntimos pasaban del pecho al papel sin ningún pudor.

Y buscando, buscando, he encontrado uno de Benedetti (¿De qué se ríe?) y mis intenciones en cuanto a esta entrada han cambiado por completo.

Porque me ha venido a la mente algo que nunca he podido soportar: ver reír a un político. Pocas cosas me parecen tan macabras como la risa de un político. Especialmente, si está en el poder.

Siempre imagino a un cabeza de familia en paro, viendo cómo se ríe el político. O a una víctima de cualquier género de violencia, contemplando lo bien que se lo pasa el político.

Un político jamás debería reír en público mientras las cosas no vayan realmente bien en su país.

Quizás esto viene de los recuerdos que tengo de Bill Clinton partiéndose de risa en la Casa Blanca, mientras sus muchachos bombardeaban Yugoslavia.

Algunos pueden pensar que todos esos gestos simpáticos, las risas, las bromas, hacen del político alguien cercano, sencillo, más humano. A mí, en cambio, me transmite una imagen de irresponsabilidad.

Puede que yo sea especialmente sensible. De hecho, nunca entendí que George Bush padre pudiera hacer footing alegremente por Washington mientras enviaba tropas al Golfo Pérsico, allá por la madrugada del 17 de enero de 1991 (no he tenido que buscarlo, tengo esa maldita estupenda memoria para las fechas que me marcan por algo).

Los políticos que se carcajean me gustan tan poco como los que parecen siempre enfadados. En general, no me gustan los políticos. Puedo estar generalizando. Alguien podría pensar que decir esto es como decir que no me gustan los Ingenieros de Minas. Pero no me fío de ninguno de los que están allí arriba, en la cúpula de los partidos, de cualquier partido.

Siempre imagino cómo entra uno en política y cómo va subiendo. Imagino que uno empieza joven, lleno de sueños, de proyectos, de ganas sinceras de cambiar las cosas, de beneficiar a los demás, de ayudar. Supongo que casi todos son idealistas. Pero, también supongo que, cuando están dentro, poco a poco tienen que ir viendo tanta suciedad por el camino (corrupción, amiguismo, intereses, chantajes, sobornos, puñaladas traperas), que si son capaces de llegar hasta lo más alto sin que la vergüenza y la desilusión les haga bajarse antes de ese burro... no me resultan de fiar.

Por no hablar de que me resulta absolutamente imposible aceptar que haya alguien que esté completamente de acuerdo con todas y cada una de las ideas que predica su partido. ¿Existe realmente alguien con el que estés de acuerdo en todo? Si diferimos (en ocasiones, escandalosamente) de las ideas de nuestros seres más queridos, ¿cómo es posible que todos los militantes de un partido político piensen exactamente igual respecto a todo? Y, si no lo hacen, ¿cómo es posible que puedan vender unas ideas en las que no creen? Y ¿cómo podría yo fiarme de alguien que vende una idea en la que no cree?

Hablar de esto, no me sirve para nada, soy consciente. No me gusta quejarme, sobre todo, si no tengo nada mejor que aportar, si no tengo una solución. Pero expreso mi pena ante la ausencia de alternativas. Mientras los políticos sean seres humanos, me temo que todo seguirá siendo igual (y, bueno, espero que sean siempre seres humanos, porque otra opción sería realmente inquietante).

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Recupero hoy una canción de 1988, que yo adoraba. Al oírla ahora (durante este tiempo, la he cantado y tarareado miles de veces, pero no había vuelto a escucharla), me doy cuenta de que los años han pasado por ella... pero me sigue pareciendo un poema maravilloso.
Cómplices - Sonrisa plateada

lunes, 16 de agosto de 2010

Corrígeme si me equivoco.

Estoy leyendo un libro que me está gustando mucho. Ahora puedo decirlo, porque voy por la página 287 (de 352). Trata, por una parte, sobre la historia de un periódico de habla inglesa con sede en Roma, fundado en los años 50 y, por otra, sobre las historias personales de varios trabajadores del periódico en la época actual, de manera individual.

En el capítulo que protagoniza el jefe de correctores del diario hay varias erratas. Por ejemplo, pone "altas" en lugar de "atlas" y también "techas" en lugar de "teclas". Como, hasta ese momento, no había encontrado ningún otro error, pensé que se trataba de una especie de juego que el autor proponía. Como si así nos implicáramos más con la trama del corrector, en la que él corrige, entre otras cosas, un titular que decía "Salam Hussein". Entonces, me resultó un guiño simpático. De hecho pensé que al final del capítulo habría una nota haciendo referencia a esas erratas.

Pero no. Eran erratas de verdad.

En capítulos posteriores, en los que el personaje del corrector no tenía nada que ver, también había otros errores.

Me desilusioné mucho. El resto de la edición está bien. La portada me gusta. Tiene unas letras en relieve, muy trabajadas y también un buen diseño en general. Pero me pregunto cómo es posible que se cuelen tantos errores en un libro y, especialmente, en un libro que habla, entre otras cosas, del arte de escribir.

El corrector real que corregía el episodio del corrector ficticio... ¿no debería haberle puesto más empeño, precisamente porque hablaban de un trabajo parecido al suyo? ¿O, tal vez por eso mismo, se despistó?

También pensé que el error podría partir del texto original, pero claro, en inglés "atlas", también se dice "atlas" y en cambio, "altas" es "tall". No se parecen. Aunque tengan casi las mismas letras.

En el otro libro que leí este verano no encontré este tipo de errores. En cambio, la traducción no me pareció buena. Decía cosas del tipo "temprano en la mañana". ¿Quién dice en España "temprano en la mañana"? Lo más normal es "por la mañana temprano" o algo así ¿no? Estaba traducido literalmente del inglés, "early in the morning". Como lo de "from lost to the river", vamos.

Cientos de veces habré cometido errores así. Y cientos de esos cientos de veces habrán sido en este blog. Pero no deja de sorprenderme que eso suceda en libros impresos cuyo precio no baja de los 17 euros. En buenas ediciones de buenas editoriales.

Cosas que pasan y que me distraen de una entretenida lectura.

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Un buen amigo mío, grandísimo amante de los libros, del cine y de las bandas sonoras, me recomendó hace un par de años, que escuchara la de la película Babel. Lo hice y ahora le agradezco que me diera a conocer, entre otros, este tema. Creo que es perfecto para escucharlo con unos cascos, mientras se viaja y se mira por la ventana del vehículo que nos transporte... y pasan ante nuestros ojos las casas, los árboles, los postes de teléfono, las señales...
Es un poco especial, tal vez no muy fácil de escuchar, pero si aceptáis el reto, aquí está:
Endless flight - Gustavo Santaolalla.
http://open.spotify.com/track/0vHL21PTHKgH9xm6so2vNC

martes, 10 de agosto de 2010

Señales.

Sigo en baja forma para escribir.

Pero una cosita me ha hecho pensar en aquella costumbre que tenía de creer en las "señales". Sabéis de lo que hablo, ¿verdad? A todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza que las cosas no suceden por casualidad y que, en realidad, son mensajes que "la vida" nos envía para indicarnos el camino correcto o para confirmarnos que lo que deseamos se va a cumplir.

Ya no creo en las señales. Quiero decir que no creo que tengan, desde luego, ninguna base ni científica, ni paranormal, ni espiritual, ni nada parecido. Pero... sigue siendo estupendo tomarlas como tales. Me sigue divirtiendo y sorprendiendo que se den ciertas coincidencias.

Le da un toque de magia a la vida. Y yo creo que sí está científicamente comprobado que darle magia a la vida es sanísimo.

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Hace tiempo que no pongo música. Pero hoy debo. Porque esta canción, en dos días, ha aparecido primero en mi cabeza, luego en una conversación y finalmente, hace unos minutos, en la tele. Y, teniendo en cuenta que se trata de un tema de 1975... creo que puedo tomar todo esto como una "señal".
Pink Floyd - Wish you were here:
http://www.youtube.com/watch?v=IXdNnw99-Ic

jueves, 5 de agosto de 2010

Otra vez Madrid.

Mañana vuelvo al trabajo. Estoy cansada y tengo un incipiente síndrome post-vacacional. Por lo tanto, tengo la creatividad bajo mínimos...

Así que hoy, sólo dejo algo de música.

La pieza pertenece a una de las bandas sonoras más bellas y apasionadas que conozco: la de la película de Truffaut Fahrenheit 451, compuesta por el músico habitual de Hitchcock, Bernard Herrmann:
http://open.spotify.com/track/2oTC0qfr45fi5m7yICuA2F

Y, ¿por qué no? También un beso para quien esté leyendo (aprovechando que me consta que casi no me leen desconocidos y... hay confianza).

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ainda.

Ainda es mi palabra favorita en portugués. No conozco muchísimas más, pero ésta me gusta mucho. Significa "aún", "todavía".

Hoy voy a escribir, de nuevo, a modo de diario. Lo necesito, porque lo que me inspira es lo que he visto y lo que he vivido.

Hace cuatro años, estuvimos alojados en el mismo lugar. Aquel verano, pasamos unos días tan estupendos y el entorno nos pareció tan perfecto, que estábamos deseando volver. Y es una alegría saber que el tiempo no había hecho que idealizáramos el sitio, porque sigue siendo tan bello como lo recordábamos. No es que conozca muchísimo mundo, pero puedo decir que esta casa, sus jardines y sus paisajes, es de lo más bonito que he visto en mi vida.

La dueña es una mujer mayor, delgada, de figura elegante. De esas mujeres mayores que pueden permitirse no teñirse sus blancos cabellos porque emanan una belleza que va mucho más allá del físico. Una mujer mayor que transmite en su sonrisa que ha leído, que ha viajado, que ha vivido.

Tiene la casa llena de antigüedades. Supongo que muchas habrán sido adquiridas y otras tantas, seguramente, heredadas. También hay un montón de libros, muchos de ellos, de Medicina.

Uno de los clientes, madrileño como nosotros, nos ha contado que suele viajar por todo el mundo a lo largo del año (no sabemos si por placer o por trabajo), pero que desde hace ya tiempo, se viene a pasar un mes entero aquí todos los veranos. Realmente es a lo que este sitio invita. A volver. A hacer de esto, otro hogar.

Anoche el cielo estaba absolutamente limpio de nubes y las estrellas se veían con una nitidez imposible de apreciar en la ciudad. Obvié las bajas temperaturas y me recorrí el jardín con la cámara de fotos. Esto es una muestra de mi tarea:



Me quedaría aquí un mes más, escribiendo, leyendo, fotografiando estrellas, intentando que las ranas del riachuelo que cruza el césped, no se percataran de mi presencia y me dejaran verlas, disfrutando de esta cama recién hecha y de la sombra de las secuoyas.

La tarde la hemos pasado repasando Lisboa. A veces, la gente se sorprende de que me parezca una ciudad más romántica que Roma o París. Puedo entenderlo, porque París es inconmensurablemente bella y no hay suficientes palabras bonitas para describir a Roma. Pero hablo de romanticismo y no de estética. Y Lisboa me parece más romántica, tal vez, precisamente, porque no se ha filmado, escrito ni fotografiado tanto como otras ciudades. Porque los rincones están aquí por descubrir. Porque está aquí, sin que se note demasiado su presencia. Está aquí, discreta, pero viva. Con una vida que sale por los marcos de sus ventanas, por sus caóticos adoquines y por sus cristales rotos. Porque sus fachadas desconchadas son las arrugas que deja el tiempo, por las risas, por los enfados, por los llantos...

Puede ser melancólica, porque es una ciudad en constante atardecer. Pero es bella y serena, como todo lo discreto.

martes, 3 de agosto de 2010

Yo misma.

Hace tan sólo unos minutos, estaba pasando por unos momentos de verdadero sufrimiento, como muestra esta imagen que debe abstenerse de mirar cualquier persona que padezca enfermedades coronarias, hipertensión, ansiedad, depresión, aún no se haya ido de vacaciones o, peor aún, haya regresado ya:



No os preocupéis por mí. En un par de días volveré a la sombra de mi despacho y aliviaré estas desventuras.

Pues, mientras sufría, he tenido fuerzas para empezar a leer mi segundo libro del verano y alternarlo con otros articulillos de varias publicaciones. En esta época del año, en la que se alienta, desde casi todas las revistas, a hacer buenos propósitos para el nuevo curso, se dan buenos consejos para la "vuelta al cole" y estar guapo/a por dentro y por fuera. Y para estar guapo por dentro, casi todas te recomiendan que "seas tú mismo".

Ja.

La cura para todos los males, la solución a todos tus problemas y la llave que te abrirá cualquier puerta social, es que seas tú mismo, que te muestres tal como eres, sin artificios. Pero digo yo, que depende de quién seas, ¿no? Porque si eres un borde insoportable, no puedes ir por la vida siendo tú mismo y pretender caer bien. Y menos aún si eres un asesino, por ejemplo.

No puedes ser tú mismo y triunfar en sociedad si eres tremendamente tímido. No puedes ser tú mismo y ligarte a tu vecina si eres un guarro y vas lleno de rotos y de manchas. No puedes ser tú mismo y triunfar en el trabajo si eres más vago que la chaqueta de un guardia.

Si yo fuera yo misma, realmente, sin otros esfuerzos, pesaría unos 25 kilos más, no podría cerrar los cajones de mi cómoda, tendría las cuentas en números rojos fosforitos, me habría dado un ataque al corazón por no dormir y varias desgracias más que prefiero no visualizar. Y no me pasa nada de eso (aún), porque cada día intento con todas mis fuerzas no ser yo misma en toda mi plenitud.

Así que, el mejor consejo es: "Sé tú mismo... si puedes".

domingo, 1 de agosto de 2010

O primeiro dia em Sintra.

Escribo esta noche desde el lado opuesto de la península, en su parte atlántica, en tierras lusas.

El viaje hasta aquí es largo, pero no pesado. La carretera de Extremadura tiene un paisaje variado y numerosas poblaciones importantes y atractivas a lo largo del camino: Talavera, Trujillo (donde, por cierto, en otra ocasión probamos unos bizcochos fabulosos -yo siempre pensando en lo mismo, ya sé), Almaraz y su imponente central nuclear, Badajoz, etc.

En el trayecto, me he puesto a pensar en la cantidad de construcciones distintas que hay en los campos españoles, que no tengo ni la menor idea de para qué pueden servir. Imagino que todas están pensadas para labores agrícolas o ganaderas, pero sus formas me llaman mucho la atención: torres hexagonales con diminutos ventanucos que supongo, iluminan una escalera espiral interior, larguísimos barracones con varias puertas y estrechas cristaleras horizontales, edificios con techos abovedados... Algún día tengo que investigar sus nombres y sus funciones.

Sin darnos cuenta, porque no se anuncia de forma espectacular, ni con luminosos, ni con barreras, ni con grandes carteles, nos hemos metido en Portugal y, de repente, la autopista se vacía de coches. No exagero si digo que en los primeros 120 kilómetros, hemos coincidido con unos cinco vehículos en nuestra misma dirección. Apenas coches, apenas gasolineras y casi ningún pueblo a la vista. Así que, durante ese tramo, da la sensación de que uno ha entrado no sólo en otro país, sino también en otro mundo mucho más tranquilo y desde luego, mucho más solitario.

Pero todo eso se acaba al llegar a los alrededores de Lisboa. Hay dos entradas posibles por autopista: el puente Vasco de Gama, una moderna construcción de 13 kilómetros sobre el Tajo, y el puente 25 de Abril, el típico y antiguo puente colgante. Puede que no tan mítico ni tan alto como el Golden Gate, pero a mí me parece infinitamente más romántico ir cruzando el río mientras se divisan las colinas de la ciudad portuguesa, sus tejados, su cúpulas y sus almenas.

Sintra es un pueblo construido a partir de un sueño. Parece que se hubiera dado la orden de edificar todas las casas bellas. Y todas son tan distintas y tan personales, que sorprende que tal diversidad de estilos pueda resultar tan armónica. Cada rincón está cubierto de musgo y las plantas parecen nacer unas encima de las otras: hortensias, helechos, secuoyas, eucaliptos, álamos... Pero he escrito tantas veces sobre este lugar, que no se me ocurre nada nuevo que decir.

Por la tarde, con un viento sorprendente y una temperatura que no ha subido de los 20 grados, hemos ido a la costa y nos hemos encontrado con el impactante paisaje de la playa de Magoito, casi por casualidad. Es el típico lugar al que jamás harán justicia las fotografías, porque nunca pueden abarcar la inmensidad del paisaje. No pueden mostrar correctamente las proporciones de los acantilados, ni las texturas de las extrañas formas creadas por la erosión del viento y del mar. Ni las que yo he hecho, ni las que he encontrado por Internet, son capaces de recrear la imagen real.

Jugueteando en esa playa, me he bañado "sin querer" en el frío Atlántico y casi me quedo sin zapatos y sin salud. Pero todo da igual cuando hay tiempo y buen humor.

Por la noche, la curiosidad y el capricho nos han llevado a cenar al borde del Atlántico, en Guincho, justo enfrente del atardecer y junto al Cabo da Roca, el punto más occidental del continente. El viento es aquí tan fuerte, que la arena de la playa cubre la carretera y pasa al otro lado, formando enormes y suaves dunas entre la vegetación.

El restaurante, además de ser precioso, era también de esos típicos sitios "finos", con un maître que puede recomendarte un plato en cualquier idioma y con una vajilla que nunca me voy a poder permitir. Y me pregunto si a todos los comensales que estaban allí les pasaba lo mismo que a mí: ¿no estaban encantadísimos de estar allí? ¿No estaban deseando hacer miles de fotos y expresar su alegría de forma espontánea? ¡Era lo que me pasaba a mí! En un sitio tan, tan bonito, con esa luz, con ese crepúsculo tan impresionante y ¿nadie quiere hacer fotos? ¡¡¡Yo sí quería!!! Pero tenía que guardar la compostura y hacer como que estoy acostumbradísima a comer con tenedores Christofle sobre una butaca tapizada en terciopelo azul, mirando al océano. En fin, soy una paleta. Por muy baratos que sean los restaurantes caros de Portugal... yo sigo siendo una doña nadie en Hollywood.