De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

domingo, 1 de agosto de 2010

O primeiro dia em Sintra.

Escribo esta noche desde el lado opuesto de la península, en su parte atlántica, en tierras lusas.

El viaje hasta aquí es largo, pero no pesado. La carretera de Extremadura tiene un paisaje variado y numerosas poblaciones importantes y atractivas a lo largo del camino: Talavera, Trujillo (donde, por cierto, en otra ocasión probamos unos bizcochos fabulosos -yo siempre pensando en lo mismo, ya sé), Almaraz y su imponente central nuclear, Badajoz, etc.

En el trayecto, me he puesto a pensar en la cantidad de construcciones distintas que hay en los campos españoles, que no tengo ni la menor idea de para qué pueden servir. Imagino que todas están pensadas para labores agrícolas o ganaderas, pero sus formas me llaman mucho la atención: torres hexagonales con diminutos ventanucos que supongo, iluminan una escalera espiral interior, larguísimos barracones con varias puertas y estrechas cristaleras horizontales, edificios con techos abovedados... Algún día tengo que investigar sus nombres y sus funciones.

Sin darnos cuenta, porque no se anuncia de forma espectacular, ni con luminosos, ni con barreras, ni con grandes carteles, nos hemos metido en Portugal y, de repente, la autopista se vacía de coches. No exagero si digo que en los primeros 120 kilómetros, hemos coincidido con unos cinco vehículos en nuestra misma dirección. Apenas coches, apenas gasolineras y casi ningún pueblo a la vista. Así que, durante ese tramo, da la sensación de que uno ha entrado no sólo en otro país, sino también en otro mundo mucho más tranquilo y desde luego, mucho más solitario.

Pero todo eso se acaba al llegar a los alrededores de Lisboa. Hay dos entradas posibles por autopista: el puente Vasco de Gama, una moderna construcción de 13 kilómetros sobre el Tajo, y el puente 25 de Abril, el típico y antiguo puente colgante. Puede que no tan mítico ni tan alto como el Golden Gate, pero a mí me parece infinitamente más romántico ir cruzando el río mientras se divisan las colinas de la ciudad portuguesa, sus tejados, su cúpulas y sus almenas.

Sintra es un pueblo construido a partir de un sueño. Parece que se hubiera dado la orden de edificar todas las casas bellas. Y todas son tan distintas y tan personales, que sorprende que tal diversidad de estilos pueda resultar tan armónica. Cada rincón está cubierto de musgo y las plantas parecen nacer unas encima de las otras: hortensias, helechos, secuoyas, eucaliptos, álamos... Pero he escrito tantas veces sobre este lugar, que no se me ocurre nada nuevo que decir.

Por la tarde, con un viento sorprendente y una temperatura que no ha subido de los 20 grados, hemos ido a la costa y nos hemos encontrado con el impactante paisaje de la playa de Magoito, casi por casualidad. Es el típico lugar al que jamás harán justicia las fotografías, porque nunca pueden abarcar la inmensidad del paisaje. No pueden mostrar correctamente las proporciones de los acantilados, ni las texturas de las extrañas formas creadas por la erosión del viento y del mar. Ni las que yo he hecho, ni las que he encontrado por Internet, son capaces de recrear la imagen real.

Jugueteando en esa playa, me he bañado "sin querer" en el frío Atlántico y casi me quedo sin zapatos y sin salud. Pero todo da igual cuando hay tiempo y buen humor.

Por la noche, la curiosidad y el capricho nos han llevado a cenar al borde del Atlántico, en Guincho, justo enfrente del atardecer y junto al Cabo da Roca, el punto más occidental del continente. El viento es aquí tan fuerte, que la arena de la playa cubre la carretera y pasa al otro lado, formando enormes y suaves dunas entre la vegetación.

El restaurante, además de ser precioso, era también de esos típicos sitios "finos", con un maître que puede recomendarte un plato en cualquier idioma y con una vajilla que nunca me voy a poder permitir. Y me pregunto si a todos los comensales que estaban allí les pasaba lo mismo que a mí: ¿no estaban encantadísimos de estar allí? ¿No estaban deseando hacer miles de fotos y expresar su alegría de forma espontánea? ¡Era lo que me pasaba a mí! En un sitio tan, tan bonito, con esa luz, con ese crepúsculo tan impresionante y ¿nadie quiere hacer fotos? ¡¡¡Yo sí quería!!! Pero tenía que guardar la compostura y hacer como que estoy acostumbradísima a comer con tenedores Christofle sobre una butaca tapizada en terciopelo azul, mirando al océano. En fin, soy una paleta. Por muy baratos que sean los restaurantes caros de Portugal... yo sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

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