De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 17 de agosto de 2010

No me fío.

Estaba intentando encontrar en Internet algún poema bonito para ponerlo aquí. He intentado escribir uno yo misma pero... creo que ya pasó esa época de mi vida, en la que mis pensamientos más íntimos pasaban del pecho al papel sin ningún pudor.

Y buscando, buscando, he encontrado uno de Benedetti (¿De qué se ríe?) y mis intenciones en cuanto a esta entrada han cambiado por completo.

Porque me ha venido a la mente algo que nunca he podido soportar: ver reír a un político. Pocas cosas me parecen tan macabras como la risa de un político. Especialmente, si está en el poder.

Siempre imagino a un cabeza de familia en paro, viendo cómo se ríe el político. O a una víctima de cualquier género de violencia, contemplando lo bien que se lo pasa el político.

Un político jamás debería reír en público mientras las cosas no vayan realmente bien en su país.

Quizás esto viene de los recuerdos que tengo de Bill Clinton partiéndose de risa en la Casa Blanca, mientras sus muchachos bombardeaban Yugoslavia.

Algunos pueden pensar que todos esos gestos simpáticos, las risas, las bromas, hacen del político alguien cercano, sencillo, más humano. A mí, en cambio, me transmite una imagen de irresponsabilidad.

Puede que yo sea especialmente sensible. De hecho, nunca entendí que George Bush padre pudiera hacer footing alegremente por Washington mientras enviaba tropas al Golfo Pérsico, allá por la madrugada del 17 de enero de 1991 (no he tenido que buscarlo, tengo esa maldita estupenda memoria para las fechas que me marcan por algo).

Los políticos que se carcajean me gustan tan poco como los que parecen siempre enfadados. En general, no me gustan los políticos. Puedo estar generalizando. Alguien podría pensar que decir esto es como decir que no me gustan los Ingenieros de Minas. Pero no me fío de ninguno de los que están allí arriba, en la cúpula de los partidos, de cualquier partido.

Siempre imagino cómo entra uno en política y cómo va subiendo. Imagino que uno empieza joven, lleno de sueños, de proyectos, de ganas sinceras de cambiar las cosas, de beneficiar a los demás, de ayudar. Supongo que casi todos son idealistas. Pero, también supongo que, cuando están dentro, poco a poco tienen que ir viendo tanta suciedad por el camino (corrupción, amiguismo, intereses, chantajes, sobornos, puñaladas traperas), que si son capaces de llegar hasta lo más alto sin que la vergüenza y la desilusión les haga bajarse antes de ese burro... no me resultan de fiar.

Por no hablar de que me resulta absolutamente imposible aceptar que haya alguien que esté completamente de acuerdo con todas y cada una de las ideas que predica su partido. ¿Existe realmente alguien con el que estés de acuerdo en todo? Si diferimos (en ocasiones, escandalosamente) de las ideas de nuestros seres más queridos, ¿cómo es posible que todos los militantes de un partido político piensen exactamente igual respecto a todo? Y, si no lo hacen, ¿cómo es posible que puedan vender unas ideas en las que no creen? Y ¿cómo podría yo fiarme de alguien que vende una idea en la que no cree?

Hablar de esto, no me sirve para nada, soy consciente. No me gusta quejarme, sobre todo, si no tengo nada mejor que aportar, si no tengo una solución. Pero expreso mi pena ante la ausencia de alternativas. Mientras los políticos sean seres humanos, me temo que todo seguirá siendo igual (y, bueno, espero que sean siempre seres humanos, porque otra opción sería realmente inquietante).

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Recupero hoy una canción de 1988, que yo adoraba. Al oírla ahora (durante este tiempo, la he cantado y tarareado miles de veces, pero no había vuelto a escucharla), me doy cuenta de que los años han pasado por ella... pero me sigue pareciendo un poema maravilloso.
Cómplices - Sonrisa plateada

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