De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Where everybody knows your name.

A veces compro tabaco en el bar de la esquina. Bueno, más concretamente en el bar del chaflán de enfrente. Es un bar al que jamás iría a otra cosa que a comprar tabaco. Nada me invita a ello. Hace cosa de un año, cambiaron de dueños e hicieron reforma. Antes de esa reforma, nunca había entrado allí, pero la primera vez que fui, no logré entender qué podrían haber reformado. Es el típico bar de barrio de periferia, con una carencia absoluta de decoración, iluminado por unos tubos fluorescentes que aumentan la tonalidad verde hospital de sus paredes y que dejan a oscuras el interior de la barra. Las bebidas están repartidas por unas baldas baratas y el cartel de "Reservado el derecho de admisión" está impreso en un folio manchado de grasa y semioculto tras el mando a distancia de la máquina de tabaco. Hay cuatro mesas colocadas sin orden, entre las que no se puede transitar por falta de espacio. Lo único que en ese lugar parece tener menos de 25 años es la televisión.

En mi calle, como en casi todas las de Madrid, hay muchos sitios para tomar algo. Cada uno de ellos tiene cierto encanto, un cierto toque de decoración que lo hace cálido y distinto. Uno es tipo árabe, otro, un pub estilo inglés, otro, el local de comida casera de toda la vida, o una cafetería bien servida con un menú de cierto nivel. Pero el bar del chaflán no tiene nada de esto y, en cambio, es tan necesario...

Lo es por las personas que acuden a él. No paso mucho tiempo allí cuando voy. A lo sumo, dos o tres minutos, dependiendo si necesito cambio o no. Pero en ese ratito, me da tiempo a escuchar alguna que otra conversación y a observar al personal. La mayor parte de los clientes van solos. Algunos se toman un café o una copa en silencio, en un rincón, limitándose a observar o a leer el periódico. Otros hablan con la camarera y otros, hablan entre ellos, aunque no hayan ido juntos. Y todos cuentan su historia. Historias duras, en su mayoría. Lo mal que lo pasaron en el 60, cuando tuvieron la polio. Lo mucho que les duele la cadera cuando llega el invierno. Lo duro que es no saber nada de su hija desde que se fue con ese malnacido. Lo insoportable que se hace ir a trabajar con esa mierda de jefe.

Muchos tienen la piel ajada. Otros, enrojecida. Algunos llevan muletas. Otras, abrigos raídos o llenos de lamparones. La voz ronca. La mirada caída. Las manos moradas, a veces.

Por eso es tan necesario ese bar. Mucho más que el de los camareros con pajarita o el del té marroquí. Porque los bares son las iglesias de los ateos. En el bar, te perdonan tus pecados, te resguardan del frío, escuchan tus confesiones y el vino te limpia de culpas y te aplaca el dolor.

Es un símil manido. De ahí, seguramente, el nombre de "parroquianos" para los clientes habituales. Pero es tremendamente cierto. Todos necesitamos nuestros psicólogos, sea uno colegiado, un sacerdote, tu vecina del sexto o tu camarero habitual.

Y probablemente ese bar tan feo y mal iluminado sea el lugar más bello del mundo para quienes sólo son escuchados allí.

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Me gusta mucho él. Por su arrogancia y porque es un showman como la copa de un pino. Y por esta canción.
No Regrets - Robbie Williams

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