De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

miércoles, 29 de junio de 2011

Beauté.

La gente ya se dirige a mí en francés. Obvian, incluso, mi cámara de fotos. Me preguntan por calles, autobuses... Y creo que es porque me ven increíblemente cómoda. No me siento extranjera.

Odio sentirme extranjera, vaya donde vaya. Quiero saber cómo viven los demás, lo que comen, dónde compran, cómo se trasladan de un lado a otro... No quiero ser alguien que va a pasar una semana en un sitio. Quiero ser alguien que se muda a vivir a un sitio, aunque sólo sea una semana.

Hoy he visto tantas cosas bellas en todos los sentidos, que ni siquiera puedo escribirlas. Mi expresión no está a la altura de tanta belleza.
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Me encantaría que este tema me persiguiera por la ciudad.
Protection - Massive Attack.

martes, 28 de junio de 2011

Marchant dans le soleil et la pluie.

A veces, ser turista es más duro que ir a trabajar. Me he puesto a comparar por un momento cualquier mañana de mis martes con la que he tenido hoy y... menos mal que las vistas, las vivencias y el ánimo compensan, porque físicamente, no hay punto de comparación.

Cualquiera de mis martes comienzan a eso de las 9:10, cuando por fin decido poner un pie en el suelo. Me pongo un vestidito, me plancho el pelo, me calzo unos tacones y me pinto el ojo. Y hala, al coche, con el aire acondicionado y la musiquita a tope. Después, me siento en la silla giratoria y, salvo visitas al baño, al tabaco y a la impresora o algún departamento colindante, no me muevo de allí.

Hoy me he levantado sobre las 9 también. Pero le he dado doscientas vueltas a la decisión de qué ropa ponerme para pasar el menos calor posible. Por supuesto, nada de tacones y mi pelo, con sus rizos habituales. Y después, a andar, con 38º a la sombra, a las 10 de la mañana, bañada en sudor. Abanico por aquí, sombrero por allá, uf, ay, otra vez uf...

Para colmo, en París no se lleva el aire acondicionado. Un número sorprendente de restaurantes carecen de él. Por no hablar de las tiendas o los autobuses. En una boutique de la Plaza de la Ópera, una gota de sudor (mío) ha caído sobre el ticket donde estaba plantando mi firma a la hora de pagar. En las Galerías Lafayette Haussmann, sí lo tienen puesto, pero a unos 27º. Por lo tanto, aquí ni siquiera existe el alivio que tenemos en Madrid, de entrar en El Corte Inglés cada vez que la solana nos pilla en medio de la calle.

Está claro que es porque aquí, lo normal es que haga fresquito. Pero cuando no es así, las bacterias de París deben reproducirse como ratas.


Aún así, todo me ha dado igual. Me he lanzado a las calles a eso de las 17:30 y ya no podía parar. Cada esquina me atrapaba. Y he subido todas las escaleras de Montmartre y he bajado todas sus cuestas. Y he visto todos los obscenos escaparates del Boulevard de Clichy. Y todas las vidrieras y palcos de Lafayette. Y los cines con títulos franceses. Y los puestos de crépes.

Apenas he sacado mi cámara. Por primera vez en ¿toda mi vida? no siento la necesidad de ver una ciudad a través de ella. Sólo quiero verla a través de mis lentillas. Será que la estoy viviendo en lugar de visitarla.
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Simplemente.
Le Monde - Thievery Corporation.

lunes, 27 de junio de 2011

Arrivée à Paris.

Segundo día de viaje.

El primero, estuvo marcado por los constantes cambios de paisaje y el constante aumento de las temperaturas.

Burdeos nos brindó una calurosa acogida. Tanto, que nos fue imposible aguantar más de una hora de paseo. Treinta y nueve grados a la sombra, a las 9 de la noche, se hacen difícilmente soportables.

Y hoy, tras parar en Chenonceaux y en Amboise, dos pueblos de cuento con castillos incluídos, hemos llegado a París.

La entrada por la llamada Puerta de Orléans, ofrece enseguida una vista de la Torre Eiffel. Y este hecho, lo encuentro decepcionante. Ya sé que, dada su altura, es imposible, pero ¿no debería hacerse un poco de rogar? ¿No debería ser más difícil descubrirla? Tal vez diga esto influida por la película French Kiss, pero me hubiera gustado tener que esforzarme un poco para vislumbrar su cima. Y eso, que es la tercera vez que la veo.

Una vez instalados en nuestros aposentos y, aprovechando que mi ilusión era, de momento, más fuerte que mi cansancio, me he echado andar sola por las calles de la ciudad, cámara en mano, en busca del crepúsculo.

Se supone que París es la ciudad del amor y que no hay nada más romántico que pasear con tu pareja bajo los árboles de los Campos Elíseos, pero a mí París me debía un paseo con ella de la mano. Solas la ciudad y yo.

Mis pies me han llevado hasta la Rue Fauburg-Saint Honoré, y he caminado bajo los muros de la actual residencia de Carla Bruni. Un cielo rosa aparecía tras el contraluz del Arco del Triunfo y se reflejaba, justo al otro lado, en el obelisco de la Plaza de la Concordia.

Para llegar al Sena desde allí, hay que pasar delante del Petit y el Grand Palais, dos imponentes edificios que ahora albergan restaurantes y exposiciones y, como hoy, a veces dan cobijo a un par de enamorados que parecían formar parte del paisaje, pues, sentados al pie de la escalinata, se han dado un beso del que, durante mi paseo, no he podido ver el principio, ni tampoco el fin. Se besaban quietos, como si no supieran hacer nada más en la vida que besarse el uno al otro.

Enseguida, alcancé el fastuoso puente de Alejandro III, que sirve de pasarela para llegar a la explanada de los Inválidos, donde miles de personas disfrutan del césped y donde yo misma, hace ya demasiados años, dormí una plácida siesta.

El sol se escondía definitivamente tras el Sena y la Torre Eiffel y yo desanduve mis pasos.

He parado a comprar una botella de agua en un puestecillo cercano. El dependiente me ha preguntado de dónde soy y al despedirse, me ha dicho: "Aurrevoire, mon chèri" "Très belle, tu est très belle". Yo sólo acertaba a sonreír y a decir "merci beaucoup" mientras me alejaba, pero, el tipo, insistente, me gritaba desde lejos "eh, mademoisielle!!! sil vous plait!!!!" y gesticulaba pidiéndome que me quedara a charlar con él. Supongo que en una peli, yo habría accedido y según el género del film, yo podría haber terminado pasando una apasionada noche en su buhardilla de Pigalle, o ahogada en el Sena, sin documentación y sin cámara. Y sin botella de agua. Así que, he decidido hacer caso omiso y decir que tengo prisa, eso sí, con una espléndida sonrisa.

Viajando al extranjero me siento como una sueca en Torremolinos a finales de los 60. Y no es una mala sensación sentirse "exótica". En España, cuando compro agua, sólo me dan el cambio y las buenas tardes.

En fin... París siempre será mi segunda ciudad. Nos entendemos muy bien y nunca me decepciona. Veremos si mañana sigue portándose tan bien como hoy.
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Por supuesto, hoy un tema en francés con una delicada voz femenina. Aparecía en un anuncio de tónica de los 90... y me conquistó.
Latitudes - Ollano.

sábado, 25 de junio de 2011

Le jour avant le voyage.

No sé cuántas veces habré dicho en este blog que las dos cosas que más me gustan son la música y viajar. Creo que sin ellas, no disfrutaría tanto de la vida. Quizás sea porque viajo y escucho música desde que nací, literalmente.

Cada vez que viajo, es como si hiciera una pausa en el argumento de mi existencia. O tal vez, un giro. Lo dejo prácticamente todo y me voy a ser otra persona. Tengo ojos nuevos y piel nueva, todo listo para percibir las diferencias entre el nuevo sitio y mi entorno habitual.

El día antes del viaje, siempre estoy más atenta a lo que me rodea. Sé que hoy estoy sentada en mi sofá blanco con mi portátil blanco, que me acostaré en mi cama de florecitas rojas, que me despediré del día, como cada noche, regalándole una amplia sonrisa al espejo del baño. Pero mañana todo será diferente. Escribiré en este blog desde la cama de un hotel de Burdeos y el espejo del baño será distinto. Sólo mi sonrisa será igual. O tal vez no. Tal vez sea una sonrisa más cansada, pero mucho más ilusionada.

Me da igual viajar por España que por el resto del mundo, pero cuando salgo al extranjero las sensaciones son completamente distintas. La mente se evade mucho más. Yo soy más en esencia. Y según cruzo una frontera, o una aduana, es como si comenzase un libro: todo es nuevo, todo lo quiero leer, descifrar, entender...

Pocas cosas imagino mejores que viajar con música y ver cómo los árboles, los ríos, los pequeños pueblos y las señales de tráfico, se mueven al compás de la melodía adecuada. La combinación perfecta de mis dos medicinas.
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Comienza el viaje.
Wouldn't It Be Nice? - The Beach Boys

martes, 21 de junio de 2011

Diferentes.

Es un hecho que los hombres y las mujeres somos distintos. Pero ¿por qué en lugar de marcar tanto esas diferencias, no nos aprovechamos de ellas? ¿Por qué no terminamos de aceptar esta realidad, unos y otras?

Las mujeres solemos quejarnos de que los hombres no nos entienden. En eso, ambos sexos estamos de acuerdo: ellos también dicen que no nos entienden.

Y lo cierto es que nosotras tampoco nos esforzamos mucho en entenderlos a ellos y encima, les tachamos de simples. ¿No es paradójico? ¿Es que acaso admitimos que no entendemos la sencillez?

Ellos se empeñan en que nosotras tengamos una lógica aplastante; en que digamos que sí cuando queremos decir sí; en que contemos, a la primera de cambio, qué demonios nos pasa, sin que nos lo tengan que preguntar más de una vez; en que no cambiemos de humor sin motivo (aparente)...

Y nosotras nos empeñamos en que cuando ellos dicen que no, tal vez estén diciendo sí; en que si están callados, es porque les pasa algo; en que cuando miran a la vecina de al lado, también están pensando en el horrible vestido que lleva; en que se den cuenta de que nos hemos dado unos reflejos dorados; en que distingan el azul turquesa del pavo real...

Nunca le pedirías a una rana que aprendiera sueco. ¿Por qué nos pedimos los unos a los otros que hagamos cosas que no podemos hacer? Aceptemos que la rana sólo croa y seguramente, nos llevaremos todos mejor. Pero aceptémoslo con alegría, no con amargura. Recreémonos en nuestras diferencias y aprendamos de lo bueno que tenemos cada uno, que es mucho más de lo que pensamos.
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Y hoy, peticiones del oyente:
Two Completely Different Things - Jamiroquai.

jueves, 16 de junio de 2011

Amor útil.

Jesús dijo: "Ama al prójimo como a ti mismo". Creyentes o no, esta frase deberíamos entenderla, a veces, al revés: "Ámate a ti mismo como amas al prójimo".

No hay amor más importante que el amor propio. Nunca te querrán tanto como cuando demuestras que realmente te amas a ti.

No se trata de orgullo, ni de soberbia, ni de egoísmo. Se trata de amor. Se trata de cuidarse, de mimarse, de respetarse, de saber que merecemos todo lo bueno.

Se trata de comprender que todo el mundo creerá lo que tú crees de ti. Y si crees que no vales nada, probablemente el mundo también lo crea. Y si crees que te mereces simpatía, respeto, cariño y consideración, seguramente el mundo lo considere de igual forma.

No se trata de ir diciendo en voz alta lo buenos y lo dignos que somos. Se trata de sentirlo de verdad, de saberlo, de interiorizarlo, de dejar que ese sentimiento se mimetice con nosotros mismos de forma natural.

Amémonos a nosotros mismos como a veces amamos al resto: incondicionalmente.
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Sin más.
Want - Natalie Imbruglia

domingo, 12 de junio de 2011

Amor inútil.

Me pregunto... ¿sirve de algo un amor no correspondido?

El amor carnal, siempre es una moneda de cambio. Siempre es un amor egoísta, un amor que necesita ser compensado. Entonces ¿por qué somos capaces de amar a quien no nos ama? E incluso, ¿por qué somos capaces de amar a quien ni siquiera ha reparado en nosotros?

Probablemente, no exista ningún otro sentimiento humano que pueda subsistir sin una recompensa. Odiar sin ser "correspondido" es mucho más fácil. Sólo esperas que la otra persona sufra y hasta tú mismo puedes hacerla sufrir.

Pero amar sin ser correspondido es dar duros a peseta. Es dejarse la luz del baño encendida cuando no hay nadie en casa. Es meter billetes de 500 euros en la lavadora. Es intentar llenar de agua un colador. Cocinar para nueve y que sólo vengas tú a comer.

No hay mayor gasto inútil que ese tipo de amor. No te hace mejor persona. No te hace más feliz. Ni más mártir, ni más santo.
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Así son las cosas.
The Killers - The world that we live in.