De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

lunes, 21 de julio de 2014

Yo confieso.

Hoy voy a hacer una confesión a los cuatro vientos. Varios (pocos) amigos míos conocen esta... llamémosle "peculiaridad" sobre mí. Pero hoy la conocerá todo el que lea esto. Voy a hablar sobre una fobia que tuve durante 37 años y de la que probablemente nunca hayáis oído hablar: la fobia a los conflictos internacionales.

Sí, adelante, podéis reíros. Algunos lo han hecho. Yo misma lo he hecho, con esa estúpida tendencia que tengo a quitarle importancia a mi dolor. Pero lo cierto es que una fobia es angustiosa, inhabilitante... te impide ver, vivir, en definitiva.

Ya, ya sé que a nadie le agradan las guerras y las tensiones y que todos deseamos la paz mundial. Pero lo mío era una fobia de padre y muy señor mío.

El primer recuerdo que tengo de ello o, tal vez, precisamente el desencadenante de la fobia, fue una excursión a Toledo en 3º de E.G.B. El cole nos llevó a ver la ciudad y la visita incluía un exhaustivo repaso histórico al Alcázar. A los 9 años, la imaginación casi no tiene límites y yo creí ver las sombras de los heridos de guerra en las paredes de la sala de operaciones. Aquella conversación entre Moscardó y su hijo justo antes de entregarlo para que lo fusilaran me impresionó sobremanera. Porque hasta 2010, esta grabación era una atracción más del Alcázar, cuando visitabas el despacho del general.

El caso es que a la vuelta estuve casi una semana sin poder dormir. Imaginándome cómo había sido la Guerra Civil y leyendo todo lo que caía en mis manos sobre el tema (poco, dada mi edad).

Desde entonces, siempre que había una tensión militar o diplomática a nivel internacional, yo no vivía. Literalmente.

A pesar de que los comienzos de los 80 los viví con el alma en vilo con la guerra fría y los dimes y diretes entre Reagan y Andrópov, Chernenko y Gorbachov, según tocara (especialmente en el verano del 83 en una playa de Castelldefels, que menudas vacaciones me dieron), uno de los momentos más intensos de mi fobia se dio en 1986, con el conflicto de Estados Unidos y Libia. La base la OTAN en Rota y yo estábamos en alerta roja. Cada noche soñaba con Gadafi. En clase, cuando un caza sobrevolaba el barrio, yo encogía las piernas para no temblar.

En 1989, el mundo me dio una tregua con la caída del muro de Berlín. Estaba en mi habitación, leyendo "La casa de Bernarda Alba", para el cole y en la radio anunciaron lo que estaba pasando. Lloré de emoción. Sé que muchos lo hicisteis también, pero para mí... imaginaos. Fóbica perdida que estaba... Compensó la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos, que sucedería poco después.

No os quiero contar cómo lo pasé el 2 de agosto de 1990. Volvía de la playa, en Alcocebre y, en la tele del salón del apartamento, una de tubo de 14", daban la noticia de que Iraq había invadido Kuwait. Para mí, se acabó el verano. Nada tenía sentido.

Durante los días siguientes, en el Telediario salía George Bush (padre) haciendo footing por Washington D.C. Mi padre me decía: "Bush haciendo footing y tú aquí mordiéndote las uñas. Probablemente serías feliz si fueras el Secretario General de la ONU". Pues sí. Seguramente. No poder mediar era lo que me sacaba de quicio. De hecho, mi tercera opción para elegir carrera era Políticas, porque no me disgustaba el tema diplomático.

¿Sabéis eso que pasa con las cosas que nos dan miedo, que a la vez nos dan un morbo increíble? Pues con esto también me sucedía. A veces me daba por pasar por los kioskos sin mirar por si veía una portada, o por esconderme con la música alta mientras daban las noticias en la tele. En cambio, otras, optaba por devorar todo lo que se decía o se publicaba al respecto. Teniendo información tendría menos miedo.

Así pasé la madrugada del 17 de enero de 1991, oyendo la radio, esperando el anunciado comienzo de la primera Guerra del Golfo. Una vez consumados los hechos, me quedé más tranquila, siguiendo día a día la evolución del conflicto.

Después vino la guerra en Yugoslavia y de nuevo otra guerra en el Golfo Pérsico...

Y, por supuesto, el 11 de septiembre. Imagino que ese día todos estábamos más o menos igual. Aterrorizados, preocupados, nerviosos, estupefactos... Así que ese día pasé más desapercibida. Estaba en la oficina y me tuve que ir a vomitar al baño en cuanto lo vi en la tele. Después, me fui al servicio médico de la empresa. No había sido la única a la que habían atendido. Mal de muchos, consuelo de tontos.

El caso es que, bueno, resumiendo, tomé medidas (no a nivel internacional, a mi pesar, que ya me hubiera gustado a mí ser Kofi Annan...) y superé la fobia y todos aquellos sueños apocalípticos y mi pena de no tener un amor de mi vida al que correr a decirle "te quiero" antes de morir bajo un hongo nuclear.

Y parte del tratamiento simplemente era aceptar la realidad. Acepté que no puedo controlarlo todo, que las cosas que no están en mi mano no pueden estar en mi mente todo el rato. Que podemos hacer cosas pequeñas, como simplemente, intentar ser felices, no persiguiendo lo que no tenemos sino valorando todo lo que hoy nos rodea, porque ¿sabéis? podría ser mucho peor. Podría ser Palestina, Siria, Iraq, Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Ucrania, Yemen o la República Centroafricana. Y para los habitantes de esos países, hubo un día que fue tan aburrido como el que probablemente has tenido hoy. Disfruta tu aburrimiento.
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Y si llega a pasar algo así, ya sabes... sólo abrázame. Just Hold Me - Maria Mena.