Uno de esos momentos eran los viajes de trabajo. Me impresionaban las reuniones, conocer a gente que parecía saber mucho más que yo sobre los temas que se trataban. Y me impresionaba la soltura con la que se enfrentaban a ellos algunos compañeros de viaje.
Es por eso por lo que aquel soleado día de octubre en una ciudad francesa, cuando mientras corríamos hacia la siguiente reunión una paloma decidió soltar su vientre sobre las cabelleras de mis dos guapos, altos, elegantes, refinados, brillantes y preparados compañeros de trabajo, no pude reprimir una carcajada interna y celebrar una callada victoria. No entendía por qué no me había cagado a mí la paloma, sintiéndome yo aquella chica patosa e insegura en aquel ambiente tan profesional e internacional. Yo solía ser la dueña de la maleta perdida de Iberia, la que se equivocaba de calzado y le mataban las rozaduras, a la que se le rompía la cremallera del vestido justo antes de llegar a un visionado, la que casi perdía el avión... Así que aquella paloma que escogió sus cabezas en lugar de la mía para depositar sus excrementos, me llenó de confianza.
A veces, el mal ajeno nos alegra el día. Así de miserables somos.
Y fueron pasando los años, los viajes de trabajo y las palomas y yo gané en seguridad, sintiendo que no era mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera. Y esa sensación de que ya no tienes miedo mas que al miedo, de que no puede contigo ningún estirado, de que el poder que sobre ti tengan los demás no se lo otorga nadie más que tú mismo se fue apoderando de mí, haciendo por fin invisible a aquella chica invisible que fui.
Pero ayer...una paloma decidió soltar su vientre sobre mi cabellera. Y eso no hizo más que confirmar que no soy mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera.
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El tema de hoy, por supuesto, When Doves Cry, Prince and the Revolution.
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