De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 27 de julio de 2010

Mercadillo.

La mayoría de mis vecinos veraniegos es francófona. Así que me paso buena parte del día oyendo hablar la bonita lengua francesa. Me parece un idioma romántico y elegante. Todos parecen hablar de amor y conocer personalmente a Carolina de Mónaco. Además, su pronunciación moldea el gesto de sus bocas, que resultan pequeñas y dan la sensación de lanzar diminutos besos, como si dijeran constantemente "confitura, confitura".

Antes, me encantaba oír hablar ruso. En el colegio, me encargaron un trabajo sobre la, entonces, aún existente Unión Soviética. Para recopilar información, como no teníamos Internet, había que echar mano de libros y de visitas a embajadas, consulados... Lo pasé estupendamente visitando la curiosa e inquietante oficina del Partido Comunista Soviético en la Gran Vía, o intentando ir a la agencia de prensa Novosti y conseguir un ejemplar del diario Pravda... En la embajada, que entonces tenía una pequeña sede provisional en la calle Serrano, disfruté como una enana escuchando hablar a dos soviéticos y una soviética entre un gran retrato de Lenin y una máquina de Coca-Cola. Seguramente, estarían comentando qué folletos podían darme, pero a mí me daba la sensación de que estaban decidiendo si me deportaban o no a Siberia. Me imponían muchísimo y también me fascinaban.

En fin... volvamos a España.

Hoy ha tocado visitar el mercadillo. Todos los martes, instalan una buena cantidad de puestos cerca del mar. Yo siempre voy con bastante ilusión. Con la sensación de que me voy a comprar un montón de cosas, todas muy baratas. Pero siempre, siempre, me pasa lo mismo: me llevo una enorme decepción. Casi todos los puestos tienen la misma ropa. Otros, una enorme colección de espantosas toallas de playa y de baño, con puntillas, o enormes caballos, o falsos bordados... También hay puestos artesanales, puestos ecológicos, puestos con imitaciones de imitaciones... Aunque, al final, el éxito se lo lleva el puesto de churros y los de frutas, verduras y quesos.

Es siempre lo mismo. El ritual se repite martes tras martes, año tras año. Y siempre vamos. Todos repetimos. Aún sabiendo que la mercancía apenas varía de uno a otro. La mercancía y los diálogos: "¡Niña! ¡Moda de París!", "¡Diez euros por ser tú!", "¡Vamos, que me lo quitan de las manos!".

Pero siempre es una entretenida excusa para el paseo vespertino.

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Ayer actuó en Madrid, y no sé muy bien si me da o no pena habérmelo perdido, porque tiene buen gusto, canta bonito, pero a menudo me resulta algo fría.
Aunque, esta canción... esta canción es... bueno... es... Da igual. Juzgad vosotros.


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