De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

lunes, 5 de marzo de 2012

Créeme.

Yo, que una vez fui joven, ahora sólo siento que lo soy.

Yo, que una vez fui bella, ahora sólo creo que lo soy.

Yo, que una vez lo tuve todo, ahora sólo estoy convencida de que lo tengo.

Pero nunca lo he sentido tan cierto.

Porque es tremendamente más poderoso creer que ser.
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Video Games - Lana del Rey.

martes, 21 de febrero de 2012

Estoy harta.

Sí. Estoy harta. Cabreada. Molesta. Por cómo somos, por cómo nos comportamos.

Harta de que casi nadie dude y casi todos afirmen.

El individuo, como tal, casi no existe. Casi no existe el pensamiento propio, la ideología propia. La gente ya no decide cuáles son, una a una, sus ideas. La gente decide que pertenece a un grupo y todas las ideas de ese grupo, le son válidas. Todo es "conmigo o contra mí". Si no soy de derechas, soy roja. Si no soy de izquierdas, soy facha.

Hay gente que podría definirse a sí misma usando, en lugar de adjetivos, los grupos a los que pertenecen.

Qué poquitos son los que se paran a analizar las diferentes posturas. Qué poquitos los que se fijan en los matices de las cuestiones. Qué poquitos los que se ponen en el lugar del otro. Porque TODOS tenemos nuestras propias razones. Razones que explican por qué actuamos así.

Nos encanta juzgar. Nos encanta pensar que nuestra postura es la correcta y como tal, válida para cualquiera. Nos encanta criticar al prójimo por cómo lleva su vida, por querer a quien quiere, por cómo usa su dinero. Pero ¿acaso hay alguien a quien no se le haya presentado alguna circunstancia en su vida por la cual haya tenido que ver cómo se tambalean todos sus principios? ¿Acaso no todos hemos tenido que cambiar de opinión alguna vez?

Nadie tiene toda la razón. Y en cambio, todos pensamos que la tenemos. Y muchos, en lugar de defenderla, se dedican a agredir, a insultar a cualquiera que no piense igual.

Y esto no pertenece solamente a bandas violentas radicales. No. Basta con pasear por la calle, basta con abrir Twitter, basta con leer los comentarios de cualquier blog, periódico o foro. Es impresionante la cantidad de gente que insulta, que dice verdaderas barbaridades ofensivas, que sólo tiene ánimo de destrucción y no de discusión. Gente que se permite el lujo de insultar a entrenadores, dependientes, médicos, pilotos, taxistas, barrenderos, programadores, periodistas, abogados, contables, modelos, seleccionadores, informáticos, cocineros, parados, funcionarios, cantantes, mensajeros, diseñadores, conductores de autobús... De insultarlos de manera gratuita. Porque sí. Porque pensamos que somos nosotros los que sí sabemos hacer las cosas, los que tenemos la solución para todo, los que conocemos el camino recto.

¡Claro que tenemos derecho a opinar! ¡Claro que debemos opinar! Pero leo cada vez menos opiniones y más imposiciones, más insultos.

Se supone que en una sociedad avanzada, en pleno siglo XXI, debería primar el diálogo, la empatía, la comunicación abierta. Pero es la tecnología la que avanza. Son las modas las que avanzan. Pero los seres humanos somos todos nuevos y no aprendemos ni de los errores ni de los aciertos de los que vivieron en siglos anteriores. Y nuestro principal error suele ser, precisamente, creer que tenemos la razón.

Creo que pocas veces he sido tan vehemente en este blog. Sólo quiero defender el debate, la discusión, el intercambio de pareceres, la dialéctica en contraposición al insulto fácil y a la cerrazón de oídos.

jueves, 2 de febrero de 2012

Cuidados intensivos.

Siempre he pensado que hay dos tipos de personas: las que se fijan en las cosas y las que se fijan en la gente. Yo soy de las que me fijo en las cosas y, por eso, me pierdo sucesos realmente interesantes.

Ayer, una amiga mía y yo estábamos comiendo en un restaurante. Nuestra mesa estaba junto a un gran ventanal. Afortunadamente, mi amiga es de las que se fijan en la gente y gracias a eso, presenciamos una escena de lo más curiosa.

A través del ventanal, se veía el parking del recinto. Mi amiga me dijo: "Fíjate en esa chica. Ha salido del coche y ha hecho varios estiramientos, como si llegara de hacer un viaje de 600 kilómetros". Yo dije: "Bueno, lo mismo es que efectivamente, acaba de hacerlo".

Seguimos comiendo y charlando y, al rato, mi amiga vuelve a fijar su atención en la chica y me dice: "¡Pero bueno! ¡Se ha quitado la camisa, se ha puesto una cazadora y está limpiando el coche con la camisa!".

Efectivamente, así era. Había cogido su camisa de cuadros, la había retorcido y estaba limpiando el capó y el parabrisas con ella. Desde ese momento, dedicamos toda nuestra atención a seguir sus movimientos.

La chica terminó con el capó y siguió con los faros, las puertas, la parte de atrás... A todo esto hay que decir que el coche estaba ya reluciente cuando la chica llevaba la camisa aún puesta. Estaba quitándole el polvo, pero a conciencia.

Después de un buen rato, cuando acabó su tarea, empezó a observar el coche desde todos los ángulos. Se fue a la ventanilla del conductor y miró el interior a través del cristal. Seguidamente, fue a la ventanilla del copiloto e hizo lo mismo. Volvió a mirar el coche, repasó el capó de nuevo con la camisa y comprobó, una a una, que las cuatro puertas del vehículo estaban bien cerradas. Cuando acabó con la última puerta, repitió la comprobación, en el mismo orden.

Con cierta inseguridad, se alejó del coche, para entrar en el recinto, pero paró, se dio la vuelta y volvió a observar el coche.

Después de esto, con la camisa metida en una bolsa, la chica se fue.

¡Y yo me quedé con unas ganas locas de seguirla! ¡Tenía mil preguntas en mi cabeza! ¿A dónde iría después? ¿De dónde venía? ¿Había hecho un largo viaje? ¿El coche era de alquiler? ¿Tal vez robado? ¿Habría cometido un crimen con el coche? ¿Haría la misma operación siempre que lo aparcaba? ¿Le costaba despedirse del coche? ¿Cuánto tiempo iba a dejar el coche aparcado allí?

Me da rabia no ser del tipo de personas que se fijan en la gente. A pesar de este suceso, sé que seguiré fijándome en las tiendas, las matrículas y el mobiliario urbano. Y quién sabe cuántas historias me estaré perdiendo...

domingo, 29 de enero de 2012

Sonrisas y lágrimas.

No estoy nada inspirada, por eso paso poco por aquí. Tengo un montón de cosas que ocupan últimamente mi cabeza y ninguna de ellas alimenta mi creatividad. Pero hace un rato, escuchando música, se me ha ocurrido una tontería y he pensado que podría ser una ocasión para escribir aquí unas líneas. Y esta es la tonta reflexión.

Curiosamente, las dos canciones que más me hacen llorar, nada más empezar a escucharlas, contienen la palabra "sonrisa" en el título. Resulta contradictorio, ¿no?

The Shadow Of Your Smile - Frank Sinatra

En esta versión la canta Sinatra, pero el autor de la pieza es Henry Mancini, un auténtico experto en tocar fibras melómanas sensibles, como la mía.

Smile - Nat King Cole

Y ésta, cantada por Nat King Cole, es original de Charles Chaplin, experto en sonrisas y lágrimas.

Más canciones con sonrisa: Can't Smile Without You - Barry Manilow. Puede que sea más cursi, pero en un día tonto, puede hacerme también derramar varios lagrimones. Claro, que a Barry se le puede perdonar, porque su clásico Copacabana siempre logra animarme.

Europa (Earth's Cry Heaven's Smile) - Santana. ¿Se ha hecho tema más sexy? Sexy al estilo de los 70, pero... ¿acaso no fue una década sexy? Esta canción inspira, tal vez, otro tipo de sonrisa, digamos que más... "vertical".

En cambio, esta sí que me hace sonreír: Secret Smile - Semisonic. No es que sea feliz, pero lo que inspira es eso, una sonrisa secreta, una sonrisa oculta. Una interesante sonrisa.

Y, para acabar, aunque creo que este tema ha envejecido un poco, sí logró hacerme sonreír en su momento y hacer honor a su título: Inner Smile - Texas.

¿Qué canciones os hacen sonreír a vosotros?

sábado, 14 de enero de 2012

De cada década.

Cualquier tiempo pasado fue mejor... excepto el de la década anterior.

Sí. Es una conclusión a la que llegué el otro día, así, de repente, sin darle muchas vueltas. Más bien, primero pensé la frase y luego busqué la forma de hacer que fuera cierta. ¡Y es cierta!

Una década sólo será buena cuando hayan pasado al menos 20 años desde su inicio.

La primera década en la que yo tuve criterio para decidir lo que pensaba de la anterior fue la de los 80. La empecé con 8 años y la acabé con 17. Y durante toooodo ese tiempo, odiaba los 70. Los pantalones de campana me parecían un espanto. Las solapas grandes, las películas, la música... Con lo contenta que andaba yo con mis calentadores, los pantalones aquellos que se enganchaban en los pies, el tupé, las hombreras, Modern Talking...

Pero claro, llegaron los 90 y, un día, ataviada con un vestido de terciopelo brillante del que hacía aguas, adornada con dos fabulosos pendientes dorados y negros colgando de mis orejas y escuchando tranquilamente a Mariah Carey en mi walkman Sony, cayó en mis manos una foto del 86 y pegué un grito ante tal espanto. Poco tiempo después, me compré un pantalón de campana y un disco de ABBA. ¡Los 70 eran magníficos!

Y ¿veis? Aún nadie echa de menos el look de Belén Rueda en el Vip Noche. ¡Ni a Mariah Carey! Porque, aunque estamos en la segunda década del siglo XXI, nuestro espíritu aún no se ha renovado, pero ya veréis, ya, cuando pasen 3 ó 4 años y empecemos a copiar aquel inconfundible estilo de las hermanas Valverde en la época Lazaroviana de Telecinco. De hecho, ya llevamos muchos cuantos años adorando a los 80. Vuelven las hombreras, aquellos horribles pantalones... y no me digáis que The Killers o Hurts no podrían ser competencia directa de Ultravox o Erasure.

De todas formas, el siglo XXI me está dando la sensación de que todavía no ha encontrado una identidad demasiado definida. Claro, que eso mismo pensaba yo en el 86. Es como que todo vale (menos lo de los 90, claro).

Eso sí, una vez superada la prueba de los 20 años, cualquier década ya pasa a ser clásica y se convierte en un icono. Hoy en día puedes tener en el armario un vestidito tipo charlestón, una falda por debajo de la rodilla, peinarte con ondas al agua, una falda con cancán, un abrigo evasé, una blusa hippy, unas mallas de colores... porque pertenecen a décadas consolidadas y respetables.

Todo esto me hace pensar que sólo nos aceptamos a nosotros mismos cada 20 años. Por eso siempre se repite la historia, por eso la humanidad nunca aprende. Porque sólo reconocemos los últimos errores que hemos cometido. Los demás, nos parecen perdonables. Son errores "vintage".

viernes, 30 de diciembre de 2011

Relativizando.

El otro día, fisgando entre los libros de El Corte Inglés de Goya, encontré El mundo amarillo, de Albert Espinosa. Este verano me leí del tirón, en un vuelo La Coruña-Madrid, su famoso "Si tú me dices ven, lo dejo todo... pero dime ven" y me interesé por ese otro título suyo, que desconocía.

Leí la sinopsis y en ella, se hablaba de los "seres amarillos", que es así como llama Espinosa a esas personas que se cruzan en nuestra vida, ya por unos segundos, ya por muchos años, y que la marcan de forma significativa, que la transforman, que hacen que cambiemos ciertos principios, o creencias, o perspectivas...

Uno de mis seres amarillos, para ayudarme a superar un miedo que me acompañaba desde pequeña, me dijo una frase que logró borrar de un plumazo el 80% de la intensidad de mi fobia: "A mayor mal, mayor bien".

Se podría entender de muchas maneras, pero en aquel contexto se refería a que, cuanta más cantidad de actos malvados hay en el mundo, más cantidad de actos buenos se llevan a cabo. Y es verdad.

Tras una tragedia, siempre nos han sorprendido las reacciones de solidaridad, de unión. Es en la adversidad donde sale lo peor y lo mejor de nosotros mismos.

Está claro que todo se comprende y todo existe porque tiene un opuesto. No hay ruido sin silencio, no hay luz sin oscuridad, no hay mentira sin verdad... y parece ser que no hay bien sin mal. Ni mal sin bien.

Sería fantástico que todos fuéramos capaces de ser solidarios, generosos y amables sin que fuera una simple reacción. Que lo fuéramos porque sí, constantemente. Que los anuncios navideños de Coca-Cola no tuvieran que apelar a ello.

Pero... llegará el 9 de enero y todos volveremos a ser los mismos. Porque el pobre en Navidad da más pena que en agosto. Porque queda peor estropearle al vecino la Nochebuena que el 12 de mayo. Porque es importante cenar con los compañeros en diciembre y en abril no viene a cuento.

Y todo esto no es más que por el contraste, por nuestra dualidad inherente, porque todo es relativo.

Feliz año nuevo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Treinta años después.

Hay que ver la cantidad de espectáculos que proliferan alrededor de la vida del treintañero medio.

Aparte de que se trata, obviamente, de un público "deseable", comercialmente hablando, es llamativo que muchas de estas producciones apelen a la nostalgia de los que ahora tenemos treinta y tantos.

Es cierto que la nuestra fue la primera generación cuya infancia estuvo marcada por la televisión y esto hace que tengamos muchos más referentes que nuestros padres. También fuimos, quizás, los primeros en mucho tiempo en tener una infancia más bien consumista. Había "más de todo": miles de marcas de chucherías, un montón de juguetes innovadores...

Para colmo, cumplidos los treinta, la mayoría siguieron siendo un poco niños. Muchos aún no han podido salir de casa de sus padres y eso nos da la sensación, quizás, de tener la infancia más cercana.

Y nos comparamos con los que hoy en día son niños y sentimos pena por ellos, porque casi no juegan al rescate o a la goma, porque no tienen Barrio Sésamo, porque están más gordos, etc., etc.

Nos parece que los de ahora tienen demasiadas cosas y menos infancia. Pero... esto es exactamente lo que nuestros padres pensaban de nosotros. Probablemente sus infancias fueron más difíciles y mucho, mucho menos consumistas, pero a ellos les parecía maravillosa. Igual que a nosotros la nuestra. E igual que les parecerá a los niños de ahora cuando tengan treinta y tantos.

A todos nos encanta recordar, encontrarnos aquel juguete que nos trajeron los Reyes en el 79, ver vídeos de 3, 2, 1, Contacto o de Tocata. Apelar a la nostalgia es comercialmente inteligente.

Es bueno recrearse en los buenos recuerdos y a ello contribuyen estupendamente estos espectáculos. Pero dejémoslo ahí, en el escenario, sin llevarlo como bandera en nuestra treintañera vida diaria. Creer que el pasado fue mejor es un síntoma claro de vejez, pero no de sabiduría.

Es más que probable que, dentro de 25 años, proliferen los monólogos en los que se toque la fibra sensible hablando de Bob Esponja y Justin Bieber, de aquellos obsoletos iPads o de un juguete del paleolítico llamado PlayStation3.
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Toca un tema retro, ¿no? Especial para treintañeros...
The Love Boat