De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 22 de junio de 2010

Calores.

Ya es verano. Ya empezamos a sudar, a bufar mientras mascullamos "qué calorrr". Ya llegan las noches de ventanas abiertas y los amaneceres madrugadores que hacen que el sol te despierte y tengas que levantarte a bajar la persiana.

Me encanta el verano. Soy de esa mitad de la población que prefiere el calorazo al frío. Por muchas razones: te vistes más rápido, vas más cómodo... y, por mi parte, en esta época estoy mucho más activa. Me cuesta menos moverme, salir... Lo de la manta en el sofá me da una pereza tremenda, porque el frío me paraliza. En cambio, combatir el calor es mucho más divertido: una ducha fresca, un granizado de limón bien ácido, poca ropa...

Y llega el verano y llegan las piscinas. Y las playas. Y es en esos lugares donde ocurre un fenómeno social que nunca he entendido: la pérdida absoluta del pudor.

Tanto en las piscinas como en las playas, la gente, lógicamente, se despoja de sus ropajes y enseña más o menos carne. Los michelines, las celulitis, los pelos, las nalgas, algunos pechos... todo queda al aire. Y da igual. Da exactamente igual. ¿Por qué? Porque en estos sitios, estamos protegidos por una valla/muro/duna/seto, que nos separa de un mundo vestido. Porque si traspasas esa linde sin haberte puesto algo encima, será un escándalo.

Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención. Yo puedo estar sentadita en el murete de un paseo marítimo, al borde de la playa. Si miro hacia la arena y veo, refrescando sus pies, a un venerable anciano danés que pasea orgulloso su ajustado tanga amarillo limón, me parece normal. Forma parte del paisaje playero. Me parece poco estético, pero normal. En cambio, si ese mismo caballero se pasea de la misma guisa, pero por la acera de enfrente del paseo marítimo y yo le observo desde el mismo murete... me seguirá pareciendo poco estético, pero también escándalo público. Porque ese murete, por estrecho que sea, nos protege. Tras el murete, la celulitis, los pelos, los pechos turgentes o caídos, los muslos flácidos o fibrosos no importan.

En verano y en las playas nos tomamos unas licencias a las que no encuentro lógica alguna. Por ejemplo, yo no hago top-less. Pero siempre me he preguntado una cosa: si te pasas el año tapando tus pechos, si te daría una vergüenza horrorosa que tus amigos y conocidos te vieran semidesnuda en el mes de enero, en la calle, en la oficina... ¿ese pudor desaparece por completo en la playa? Si te encuentras a tu vecino de enfrente, del que te escondes tras las cortinas mientras te vistes por la mañana, pero estás en top-less junto al mar, ¿ya te da igual? Son los mismos pechos y están más cerca...

Es parte de la libertad del verano. Fuera mangas, fuera calcetines, fuera fajas, fuera pudor.

Feliz canícula.

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Y como ahora, una tímida luna domina el cielo, os dejo esta bellísima melodía, para que durmáis maravillosamente bien y soñéis, dormidos o despiertos con quien o lo que os haga sonreír...
Debussy – Claire De Lune

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