Cuando se acerca el momento de despedirme de algo que me gusta, me aferro a ello de una forma tan vehemente, que estoy convencida de que un buen pedacito se queda físicamente en mí.
Algo así me ha pasado hoy. Hemos pasado todo el día en la pequeña playa del Moro, una cala de ambiente familiar multilingüe que nos acoge cada verano. Y me he estado despidiendo de ella desde que he llegado.
El Mediterráneo tiene aquí una temperatura idónea. No es caldoso como el del Levante más sureño, ni frío como el de las corrientes del estrecho. Refresca sin ser hostil. Y yo adoro flotar sobre él, entregándome al vaivén suave del nacimiento de las olas. Como ritual de despedida, me he concentrado en ser consciente de dónde estaba y de cada cosa que percibía. Así, he ido parando mis pensamientos en cada uno de mis sentidos: mis ojos sólo veían mar, cielo y la desnudez de mis pies rompiendo la línea del horizonte. Mis oídos separaban los cuatro únicos sonidos que llegaban a ellos: el rumor de los niños jugando, el agua salpicando sobre mi cuerpo, las olas rompiendo en las rocas y una discreta brisa. Mi piel se relajaba vestida de mar y mi rostro agradecía la ternura del viento y sus caricias. Mis labios se bañaban de sal. Y el único olor que percibía era el del verano.
Y en primera fila de mis pensamientos estaba la consciencia del aquí y ahora. Un aquí y ahora que será completamente distinto en sólo siete días. Un aquí y ahora que echaré de menos todo el invierno.
Tras el "hasta la vista" al mar y a la arena, hemos visitado un mercado medieval. Una callecita trasera reunía puestos de diversas mercancías, todas artesanales, rebosantes de salud, incitantes... El irresistible olor a almendras garrapiñadas y a turrones al peso, da paso a tenderetes de encurtidos, de prendas de cuero, de objetos de madera o plata, de hierbas aromáticas y piedras curativas. Me he llevado a casa un collar que sé que no me pondré pronto, porque lucirá precioso con un vestido que no tengo. También se vienen conmigo dos pastillas de jabón, de aroma de limón y de chocolate negro. Varias bolsas de grandes caramelos de tomillo, de anís, de fresas salvajes... Y me he recreado los ojos con un maravilloso mostrador repleto de grandes magdalenas, rosquillas de azúcar, tartas de trufa y enormes quesadas, todo ello hecho para llegar al alma por la boca, pasando mucho antes por la vista.
Un poco más tarde, con el atardecer coloreando el cielo, en esa hora en la que el color blanco es mucho más blanco y todo parece comenzar a ir más lento, hemos vuelto a casa, a limpiarnos la sal, la arena y el sol. Para poder recibir a la noche con la piel calmada.
Hay por aquí cerca un restaurante estupendo, subiendo por una pequeña y algo salvaje carretera que trepa por la sierra de Irta. Desde allí se divisa toda la costa del pueblo, sus cinco playas, todas distintas y personales, los pinares, las piscinas, las buganvillas, los caminos, las adelfas y los veleros que adornan el horizonte. Y allí hemos combinado la cerveza y el queso de cabra con una larga conversación sobre el individuo y el Estado, sobre los conflictos internacionales, sobre qué me hubiera gustado ser de mayor...
Y ya estoy aquí, despidiéndome de nuevo, en la terraza, con Sagitario y Escorpio frente a mí, jugando a esconderse tras unas nubes que ya no me importan.
Estas vacaciones, estéis donde estéis, ya sea el mar, la montaña, el campo, lejanos países o vuestra propia ciudad, sed conscientes de todas las sensaciones que os ofrezca el lugar o la actividad que realicéis. Sentid todo lo que no podéis sentir cuando no estáis ahí. Disfrutad del dolce far niente. De que lo único que marca las horas, son las ganas.
----------
Una gran canción, que habla de que no hay que tener buen oído para sentir. Y que combina perfectamente con el verano...
Desafinado - George Michael & Astrud Gilberto
http://open.spotify.com/track/57mCZqiXj13YnDiGbSZFq5
De dónde sale esto.
En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.
viernes, 30 de julio de 2010
jueves, 29 de julio de 2010
Aceptación.
En vacaciones, combino la lectura de algún libro con la de más de una decena de revistas de cualquier tipo, que compro de manera casi compulsiva en el supermercado o gasolinera de turno.
Hoy, mientras desayunaba hace un par de horas en la terraza, estaba leyendo una de ellas. Una revista femenina de "prestigio". Y, página a página, mi indignación iba creciendo y creciendo. Hasta que no he podido más y he tenido que ponerme a "descargar" escribiendo aquí.
Me he indignado por las declaraciones de dos mujeres importantes en sendas entrevistas. También por el hecho de que se le dedique un reportaje de seis páginas a un tipo que, ESTOY SEGURA de que el 95% de las lectoras de esa revista (y de cualquier otra) no tienen ni puñetera idea de quién es y que, para averiguarlo, tengas que leerte media entrevista y luego descubrir que se trata de un editor jefe de dicha publicación y que merece el reportaje porque tiene un apartamento en Nueva York que bien podría pertenecer a Barbie Superstar. Y le tildan de "lord" porque sus maneras de gay rosa y delicado le dan un toque de clase, sensibilidad y distinción que ningún heterosexual (u homosexual menos afeminado) de pelo en pecho podría emular.
También me he indignado porque Marc Jacobs, un joven pero inspirado diseñador de moda, ha decidido que este año "se llevan las curvas, las caderas anchas y las tetas grandes" y, para demostrarlo, realiza un desfile donde la inmensa mayoría de las modelos no superan un perímetro pectoral de 87 cm. Es decir: lo que seguramente mide mi generosa cintura por estas fechas.
Pero el colmo de mi indignación ha llegado con un extenso reportaje dedicado al pubis. A la importancia de tener un pubis "bonito, turgente, libre de vello". Porque, según este artículo, hoy en día no basta con depilarse para lucir decentemente el bikini o embellecer la ropa interior, o por mera coquetería para los encuentros íntimos. Hoy en día, surge el tremendo problema de descubrir que, una vez depilada, tu pubis está "fláccido, descolgado o con exceso de grasa". Y ahí viene la solución: un par de sencillas operaciones que devuelven todo a "su sitio" y le dan a tu pubis el aspecto que tenía cuando tenías 10 años y no estaba cubierto por todo ese vello que ahora tienes que arrancarte.
En este reportaje, un cirujano plástico, un tal doctor Mañero, dice textualmente: "Con el rasurado total del vello (...) muchas mujeres se dieron cuenta de que su vagina no tenía el aspecto que pensaban -el de una rajita- ya que tenían el recuerdo previo a la adolescencia y el nacimiento del vello púbico. Con la depilación integral descubren una vagina muy diferente a la que recordaban: con una presencia de unos labios o un clítoris que pueden ser hipertróficos (demasiado grandes) o un monte de Venus con exceso de grasa o descolgado". Y más tarde, añade: "Cuando las pacientes vienen con sus parejas, éstas últimas siempre manifiestan que no entienden por qué quieren operarse. Esto demuestra que es una necesidad propia de la mujer. Algunas tienen tal sentimiento de malestar y vergüenza que evitan mostrarse y tener relaciones. Es una cuestión de autoestima".
Voy por partes. No voy a juzgar que una mujer tenga la autoestima por los suelos y centre esa falta de autoconfianza en una parte de su cuerpo que puede ser la nariz, la tripa o, como en estos casos, el pubis. Pero eso sólo se arregla en un psicólogo. Porque cuando tenga el pubis de Lucía Lapiedra, le parecerá que sus sobacos son un horror. Y vuelta a empezar.
Pero, ¿cuál es el canon de belleza de un pubis depilado? ¿Alguna vez os habéis acostado con un hombre que os haya dicho: "vaya, cariño, me gustas mucho, pero ¿no crees que tienes el pubis algo descolgado?" o "nena, deberías inyectarte algo de grasa en tu monte de Venus"? ¿Qué será lo próximo para complacer a un hombre? ¿Tener el bazo turgente? ¿el hígado luminoso y flexible?
Ya es hora de que nos vayamos dando cuenta de que a los hombres, a los que tenemos al lado, a los que nos encontramos en el ascensor, en el supermercado, en el bar, en la oficina, en la playa... a esos hombres les gustamos en general y al natural . Y no se dan cuenta de si tenemos las puntas abiertas, o si llevamos la manicura francesa, o si hoy no nos hemos dado gloss, o si no medimos exactamente 90-60-90, o si se nos ha descolgado un poquito el pubis. Ellos son muchíiiiisimo más tolerantes con nuestro físico de lo que jamás seremos nosotras. Y eso que se supone que la mayoría de las torturas a las que nos sometemos, son para gustarles a ellos, por mucho que nos queramos convencer de que "sólo lo hacemos por nosotras mismas".
martes, 27 de julio de 2010
Mercadillo.
La mayoría de mis vecinos veraniegos es francófona. Así que me paso buena parte del día oyendo hablar la bonita lengua francesa. Me parece un idioma romántico y elegante. Todos parecen hablar de amor y conocer personalmente a Carolina de Mónaco. Además, su pronunciación moldea el gesto de sus bocas, que resultan pequeñas y dan la sensación de lanzar diminutos besos, como si dijeran constantemente "confitura, confitura".
Antes, me encantaba oír hablar ruso. En el colegio, me encargaron un trabajo sobre la, entonces, aún existente Unión Soviética. Para recopilar información, como no teníamos Internet, había que echar mano de libros y de visitas a embajadas, consulados... Lo pasé estupendamente visitando la curiosa e inquietante oficina del Partido Comunista Soviético en la Gran Vía, o intentando ir a la agencia de prensa Novosti y conseguir un ejemplar del diario Pravda... En la embajada, que entonces tenía una pequeña sede provisional en la calle Serrano, disfruté como una enana escuchando hablar a dos soviéticos y una soviética entre un gran retrato de Lenin y una máquina de Coca-Cola. Seguramente, estarían comentando qué folletos podían darme, pero a mí me daba la sensación de que estaban decidiendo si me deportaban o no a Siberia. Me imponían muchísimo y también me fascinaban.
En fin... volvamos a España.
Hoy ha tocado visitar el mercadillo. Todos los martes, instalan una buena cantidad de puestos cerca del mar. Yo siempre voy con bastante ilusión. Con la sensación de que me voy a comprar un montón de cosas, todas muy baratas. Pero siempre, siempre, me pasa lo mismo: me llevo una enorme decepción. Casi todos los puestos tienen la misma ropa. Otros, una enorme colección de espantosas toallas de playa y de baño, con puntillas, o enormes caballos, o falsos bordados... También hay puestos artesanales, puestos ecológicos, puestos con imitaciones de imitaciones... Aunque, al final, el éxito se lo lleva el puesto de churros y los de frutas, verduras y quesos.
Es siempre lo mismo. El ritual se repite martes tras martes, año tras año. Y siempre vamos. Todos repetimos. Aún sabiendo que la mercancía apenas varía de uno a otro. La mercancía y los diálogos: "¡Niña! ¡Moda de París!", "¡Diez euros por ser tú!", "¡Vamos, que me lo quitan de las manos!".
Pero siempre es una entretenida excusa para el paseo vespertino.
----------
Ayer actuó en Madrid, y no sé muy bien si me da o no pena habérmelo perdido, porque tiene buen gusto, canta bonito, pero a menudo me resulta algo fría.
Aunque, esta canción... esta canción es... bueno... es... Da igual. Juzgad vosotros.
domingo, 25 de julio de 2010
Una doña nadie en Castellón.
¿Me saldrán palabras diferentes si las escribo desde un lugar diferente? He cambiado el ordenador que tengo sobre la mesa de la habitación pequeña por el miniportátil que reposa sobre una mesa de terraza. He cambiado la lámpara del techo por la luz de la luna y los ladrillos del edificio de enfrente por las suaves olas del mar.
En definitiva, estoy de vacaciones.
Estos días los dedico a cosas lo más sencillas posibles. Básicamente, realizo cinco actividades simples: leer, charlar, dormir, flotar y mirar. Así que, creo que ya sé cómo estaré cuando regrese a casa: más instruida, más descansada, más morena y más rellenita.
Bueno, a lo que vamos. En medio de una de las charlas, me han contado que en una revista hablaban sobre los límites del ser humano. Por ejemplo, cuánto tiempo se puede estar vivo sin respirar, o sin dormir, o sin beber... basándose en los récords que se han registrado hasta el momento. Y, hasta el momento, el cociente intelectual más alto lo poseía una persona que en los tests obtuvo nada menos que un 240 (estando la media entre 90 y 100). Uno de los (múltiples) problemas con los que el hombre se encontraba era que recordaba absolutamente todo lo que veía, leía o le contaban. En definitiva, una verdadera tortura.
Ello me ha hecho pensar en que la estupidez es, en el fondo, una de las múltiples defensas del organismo, tal como lo son la fiebre o los linfocitos. Siempre he estado de acuerdo con aquella frase que dice "cuanto más tonto, más feliz". La ignorancia nos protege de miedos, de dudas. Porque cuanto más sabes, más te preguntas y cuanto más te preguntas, menos respuestas obtienes en comparación. Y la ansiedad crece y crece hasta hacerte desear no haberte preguntado nada.
Por otra parte, si el hecho de no ser tan inteligentes hace que podamos olvidar las cosas... debemos dar gracias a la mediocridad de nuestro intelecto. Pocas torturas imagino tan crueles como la de recordar todo nítidamente. La memoria selectiva es una de las grandes bondades del cerebro medio. Olvidar el dolor para volver a arriesgarnos. Olvidar el placer para poder redescubrirlo...
Saberlo todo, recordarlo todo, deducirlo todo, comprenderlo todo, debe ser algo absolutamente descorazonador, que te hace vivir en la más completa de las soledades.
Puede que sea "mal de muchos" y, desde luego es "consuelo de tontos". Pero estoy segura de que estar muy, muy por debajo del límite superior de la inteligencia humana es un don que debo apreciar. Debo disfrutar todo lo que pueda de mi ignorancia.
----------
Un elegante grupo que me encanta, con una canción nocturna, urbana, relajante, perfecta para un chill-out, o para observar la luna que ahora refleja el mar...
jueves, 22 de julio de 2010
Estupendo.
En castellano, para calificar a algo que nos gusta, disponemos de muchos adjetivos: bueno, fabuloso, magnífico, maravilloso, excelente, agradable, fantástico...
Pero yo siempre he sido partidaria de usar la palabra "estupendo" y ello se debe, como muchas otras cosas que me pasan, a una tontería: no sabía de dónde venía esa palabra. Todas las demás, podía relacionarlas con otros conceptos ("bueno" de bondad, "fabuloso" de fábula, etc.)
Pero "estupendo" era, simple y llanamente, "estupendo". Y hoy había llegado el día en que tenía que asegurarme de que, efectivamente, es una palabra "única". Y, claro, no lo es. De algún sitio viene.
Tengo una extraña afición a la Etimología. Otros la tienen al vino, pero yo me entretengo con estas cositas. Así que he buscado en Internet y me he dado cuenta de la escasez de recursos que se encuentran sobre este tema. Pero han sido suficientes para informarme de que la palabra "estupendo" tiene el mismo origen que la palabra "estúpido". Cierto es que muchas cosas estúpidas pueden resultar estupendas, y viceversa.
"Estupendo" viene de "stupeo", un verbo latino que significa "estar aturdido" o "atontarse" o "mirar con asombro". También quería decir "quedarse paralizado" o incluso "congelarse". Así que, algo estupendo es algo que nos produce asombro y que nos deja tontos, atónitos... estúpidos. Por supuesto, también tiene que ver con el "estupor".
En fin, es sólo un apunte curioso sobre una palabra que me encanta.
----------
Y hoy, una canción estupenda:
lunes, 19 de julio de 2010
Soy clásica.
Este fin de semana, por pereza y porque no me encontraba muy bien, pasé mucho tiempo entre el sofá y el sillón. En algún momento tenía que cansarme de Internet y de las revistas y de los libros... y, por supuesto, de lo que ponen en la tele (algo que desconocería totalmente, si no fuera porque me pagan por saberlo). Así que opté por hacer algo que llevaba mucho tiempo sin hacer: bajarme películas y verlas tranquilamente en el salón.
Repasando el listado de títulos que cierta página me ofrecía, me di cuenta de que no me apetecía ver prácticamente ninguna de las que no había visto y, no es que yo sea muy exigente con la calidad cinematográfica. Con que me entretenga, vale. Quiero decir que no me hace falta que la peli en cuestión haya obtenido varios Osos de Oro, Conchas de Plata y Palmas de Cannes. Sólo pido que no me haga sufrir mucho.
Estuve a punto de tirar la toalla y verme por enésima vez algún episodio de Friends o de Sexo en Nueva York, pero entonces, aparecieron varios títulos clásicos y... no me pude resistir.
Estoy educada en el cine clásico. En el cine en blanco y negro. Cuando era pequeña, pensaba que la vida adulta era un poco así. Que yo sería una especie de Katharine Hepburn, que acudiría a fiestas (con unos vestidos maravillosos y un peinado muy complicado), donde los hombres vestirían con pajarita y todo el mundo sonreiría amablemente con una copa de champagne en la mano. Probablemente yo sería la anfitriona y llamaría "queridos" a todos los invitados: "Querida, tienes un aspecto encantador", "Querido Charles, tú siempre con tus bromas"...
Recuerdo que me pasé media infancia deseando ver Cantando bajo la lluvia. Como no había vídeo, tenías que esperar a que la pusieran en la tele. Mientras tanto, yo la idealizaba muchísimo. Había visto tantas veces la escena de Gene Kelly bailando con aquella farola... (¿hay alguna otra escena en la historia que describa igual de bien la felicidad de un hombre enamorado y correspondido?). Me sabía la canción entera. Me acuerdo perfectamente de mí misma, transcribiendo fonéticamente la letra mientras la oía en un radiocassette, porque aún no sabía inglés, pero quería cantarla. Cuando, por fin, un día, la pusieron, recuerdo que estuve todo el día ilusionadísima. Y no me defraudó. Yo creo que pocas cosas te defraudan cuando eres pequeño y tienes mucha ilusión. Y eso que, incluso entonces, la escena de baile de Broadway Melody con la estupenda Cyd Charisse, se me hizo larguísima.
Cuando mis padres sabían que esa noche había en la tele una película antigua que a ellos les encantaba, siempre nos lo contagiaban y hacían de aquello un evento único. Historias de Filadelfia, Atrapa a un ladrón, Charada, Irma la Dulce...
Así que, eso fue lo que hice este fin de semana: dejarme llevar por la magia inigualable de una película antigua y en blanco y negro.
----------
Por supuesto, hoy tengo que poner la canción favorita de mi infancia...
Y la escena...
viernes, 16 de julio de 2010
Individuos.
Somos pequeños. Insignificantes. Poco importantes para el resto del mundo. No saben nuestros nombres. No saben nuestros gustos. Muchos, ni siquiera entienden nuestra lengua.
Paseamos por nuestras propias calles y nadie nos saluda. Giran en la siguiente esquina y ni siquiera nos recuerdan.
En cambio, protagonizamos películas. Cuentan nuestras historias en los libros. Hacen grandes series con nuestras vidas.
Porque todos guardamos secretos, decimos mentiras, todos tenemos sueños por los que luchamos abiertamente o en silencio. Guardamos recuerdos de vivencias asombrosas. Nuestro cerebro atesora momentos mágicos. Nuestro corazón esconde pasiones vividas o idealizadas. Amores imposibles, deseos cumplidos, victorias, derrotas, drama, comedia.
Todo el arte está inspirado en nosotros. Tan pequeños. Insignificantes. Poco importantes para el resto del mundo.
----------
Pasan los años y sigue siendo estupenda en música y, sobre todo, en letra. Pura pasión física y mental.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)