Hoy voy a hacer una confesión a los cuatro vientos. Varios (pocos) amigos míos conocen esta... llamémosle "peculiaridad" sobre mí. Pero hoy la conocerá todo el que lea esto. Voy a hablar sobre una fobia que tuve durante 37 años y de la que probablemente nunca hayáis oído hablar: la fobia a los conflictos internacionales.
Sí, adelante, podéis reíros. Algunos lo han hecho. Yo misma lo he hecho, con esa estúpida tendencia que tengo a quitarle importancia a mi dolor. Pero lo cierto es que una fobia es angustiosa, inhabilitante... te impide ver, vivir, en definitiva.
Ya, ya sé que a nadie le agradan las guerras y las tensiones y que todos deseamos la paz mundial. Pero lo mío era una fobia de padre y muy señor mío.
El primer recuerdo que tengo de ello o, tal vez, precisamente el desencadenante de la fobia, fue una excursión a Toledo en 3º de E.G.B. El cole nos llevó a ver la ciudad y la visita incluía un exhaustivo repaso histórico al Alcázar. A los 9 años, la imaginación casi no tiene límites y yo creí ver las sombras de los heridos de guerra en las paredes de la sala de operaciones. Aquella conversación entre Moscardó y su hijo justo antes de entregarlo para que lo fusilaran me impresionó sobremanera. Porque hasta 2010, esta grabación era una atracción más del Alcázar, cuando visitabas el despacho del general.
El caso es que a la vuelta estuve casi una semana sin poder dormir. Imaginándome cómo había sido la Guerra Civil y leyendo todo lo que caía en mis manos sobre el tema (poco, dada mi edad).
Desde entonces, siempre que había una tensión militar o diplomática a nivel internacional, yo no vivía. Literalmente.
A pesar de que los comienzos de los 80 los viví con el alma en vilo con la guerra fría y los dimes y diretes entre Reagan y Andrópov, Chernenko y Gorbachov, según tocara (especialmente en el verano del 83 en una playa de Castelldefels, que menudas vacaciones me dieron), uno de los momentos más intensos de mi fobia se dio en 1986, con el conflicto de Estados Unidos y Libia. La base la OTAN en Rota y yo estábamos en alerta roja. Cada noche soñaba con Gadafi. En clase, cuando un caza sobrevolaba el barrio, yo encogía las piernas para no temblar.
En 1989, el mundo me dio una tregua con la caída del muro de Berlín. Estaba en mi habitación, leyendo "La casa de Bernarda Alba", para el cole y en la radio anunciaron lo que estaba pasando. Lloré de emoción. Sé que muchos lo hicisteis también, pero para mí... imaginaos. Fóbica perdida que estaba... Compensó la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos, que sucedería poco después.
No os quiero contar cómo lo pasé el 2 de agosto de 1990. Volvía de la playa, en Alcocebre y, en la tele del salón del apartamento, una de tubo de 14", daban la noticia de que Iraq había invadido Kuwait. Para mí, se acabó el verano. Nada tenía sentido.
Durante los días siguientes, en el Telediario salía George Bush (padre) haciendo footing por Washington D.C. Mi padre me decía: "Bush haciendo footing y tú aquí mordiéndote las uñas. Probablemente serías feliz si fueras el Secretario General de la ONU". Pues sí. Seguramente. No poder mediar era lo que me sacaba de quicio. De hecho, mi tercera opción para elegir carrera era Políticas, porque no me disgustaba el tema diplomático.
¿Sabéis eso que pasa con las cosas que nos dan miedo, que a la vez nos dan un morbo increíble? Pues con esto también me sucedía. A veces me daba por pasar por los kioskos sin mirar por si veía una portada, o por esconderme con la música alta mientras daban las noticias en la tele. En cambio, otras, optaba por devorar todo lo que se decía o se publicaba al respecto. Teniendo información tendría menos miedo.
Así pasé la madrugada del 17 de enero de 1991, oyendo la radio, esperando el anunciado comienzo de la primera Guerra del Golfo. Una vez consumados los hechos, me quedé más tranquila, siguiendo día a día la evolución del conflicto.
Después vino la guerra en Yugoslavia y de nuevo otra guerra en el Golfo Pérsico...
Y, por supuesto, el 11 de septiembre. Imagino que ese día todos estábamos más o menos igual. Aterrorizados, preocupados, nerviosos, estupefactos... Así que ese día pasé más desapercibida. Estaba en la oficina y me tuve que ir a vomitar al baño en cuanto lo vi en la tele. Después, me fui al servicio médico de la empresa. No había sido la única a la que habían atendido. Mal de muchos, consuelo de tontos.
El caso es que, bueno, resumiendo, tomé medidas (no a nivel internacional, a mi pesar, que ya me hubiera gustado a mí ser Kofi Annan...) y superé la fobia y todos aquellos sueños apocalípticos y mi pena de no tener un amor de mi vida al que correr a decirle "te quiero" antes de morir bajo un hongo nuclear.
Y parte del tratamiento simplemente era aceptar la realidad. Acepté que no puedo controlarlo todo, que las cosas que no están en mi mano no pueden estar en mi mente todo el rato. Que podemos hacer cosas pequeñas, como simplemente, intentar ser felices, no persiguiendo lo que no tenemos sino valorando todo lo que hoy nos rodea, porque ¿sabéis? podría ser mucho peor. Podría ser Palestina, Siria, Iraq, Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Ucrania, Yemen o la República Centroafricana. Y para los habitantes de esos países, hubo un día que fue tan aburrido como el que probablemente has tenido hoy. Disfruta tu aburrimiento.
----------
Y si llega a pasar algo así, ya sabes... sólo abrázame. Just Hold Me - Maria Mena.
De dónde sale esto.
En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.
lunes, 21 de julio de 2014
martes, 29 de abril de 2014
Dar la talla.
Dentro de poco se va a estrenar un documental llamado "A perfect 14", dirigido por Giovanna Morales y James Earl O'Brien, que habla sobre el mundo de la moda centrándose en las tallas grandes. He estado leyendo un poco acerca de él y me ha hecho reflexionar.
Una de las cosas a las que alude este documental es al hecho de que la mayoría de las portadas de las revistas están protagonizadas por modelos escuálidas y casi nunca por modelos entradas en carnes.
Si echáis un vistazo a las imágenes que aparecen en Google si buscáis modelos "XL" o "plus size" o "de tallas grandes", muchas de las chicas que salen están, directamente, obesas.
Pues bien, la que os habla tiene ahora mismo un sobrepeso de unos 10 kilos, así que no soy sospechosa de defender la extrema delgadez. Pero si criticamos que se venda una imagen de mujer casi anoréxica, también debemos criticar que se venda la de una mujer con un sobrepeso severo. Porque no es bueno estar gordo. No estoy hablando de que sea más feo o más bonito. Eso siempre irá en gustos. Hay quien desea a una mujer delgada, espigada y hay quien la desea más curvilínea y entrada en carnes. Estoy hablando de salud y eso es lo único que debería venderse. Un cuerpo saludable.
Por supuesto, eso no tiene nada que ver con decir que las personas deben recibir el mismo respeto y trato en todas las situaciones, independientemente de su talla. Pero no cuidarse es no quererse. Evidentemente, cada cuerpo es un mundo y para hay quien está sanísimo con una 36 y obeso con una 40 y hay quien por debajo de la 44 está demacrada.
Uno tiene que rondar su peso saludable. Así que no contraataquemos una portada de una modelo esquelética con la de una de 120 kilos, porque ambas son situaciones no deseables.
El término medio existe en el mundo de la moda en modelos como Bar Rafaeli, Heidi Klum, Naomi Campbell o la menos conocida Robyn Lawley (esta última, de tallas especiales, por increíble que parezca en muchas de sus fotos...) y siempre será más deseable que irse a los extremos.
Una de las cosas a las que alude este documental es al hecho de que la mayoría de las portadas de las revistas están protagonizadas por modelos escuálidas y casi nunca por modelos entradas en carnes.
Si echáis un vistazo a las imágenes que aparecen en Google si buscáis modelos "XL" o "plus size" o "de tallas grandes", muchas de las chicas que salen están, directamente, obesas.
Pues bien, la que os habla tiene ahora mismo un sobrepeso de unos 10 kilos, así que no soy sospechosa de defender la extrema delgadez. Pero si criticamos que se venda una imagen de mujer casi anoréxica, también debemos criticar que se venda la de una mujer con un sobrepeso severo. Porque no es bueno estar gordo. No estoy hablando de que sea más feo o más bonito. Eso siempre irá en gustos. Hay quien desea a una mujer delgada, espigada y hay quien la desea más curvilínea y entrada en carnes. Estoy hablando de salud y eso es lo único que debería venderse. Un cuerpo saludable.
Por supuesto, eso no tiene nada que ver con decir que las personas deben recibir el mismo respeto y trato en todas las situaciones, independientemente de su talla. Pero no cuidarse es no quererse. Evidentemente, cada cuerpo es un mundo y para hay quien está sanísimo con una 36 y obeso con una 40 y hay quien por debajo de la 44 está demacrada.
Uno tiene que rondar su peso saludable. Así que no contraataquemos una portada de una modelo esquelética con la de una de 120 kilos, porque ambas son situaciones no deseables.
El término medio existe en el mundo de la moda en modelos como Bar Rafaeli, Heidi Klum, Naomi Campbell o la menos conocida Robyn Lawley (esta última, de tallas especiales, por increíble que parezca en muchas de sus fotos...) y siempre será más deseable que irse a los extremos.
lunes, 21 de abril de 2014
Nessun dorma.
Nunca me ha gustado dormir. No puede gustarme hacer algo que no sé que estoy haciendo.
Siempre hay cosas más interesantes que hacer que dormir, aunque esa cosa sea simplemente no hacer nada. Porque eso sí que se disfruta.
Pero, como a pesar de mi apariencia y mi cerebro, soy humana, TENGO QUE dormir y, puesto que no tengo práctica, cada vez me cuesta más. Entonces la gente te cuenta truquis para conciliar el sueño, como por ejemplo, "lee un libro". A ver. Entiendo que a esa gente no le gusta leer, porque cuando yo leo un libro es porque me gusta y si me gusta, siempre termino incorporándome y devorándolo con avidez. Luego no me duermo.
También te dicen que oigas algo de música. Tampoco me vale. Me sé todas las canciones y las termino cantando. Y si no, me recuerdan a alguien y ese alguien siempre me ha hecho reír, llorar o sencillamente le odio, por lo que me recreo en mi dolor y no me duermo.
"Date un baño caliente". ¡Qué estrés, por Dios! No sé qué tiene de relajante el estruendo del chorro durante los 15 minutos que tarda en llenarse la bañera, esperar a que se enfríe porque tus manos nunca aciertan con la temperatura real del agua, intentar no clavarte el grifo, buscar la postura correcta para que los muslos y las rodillas no sobresalgan y se enfríen, estar el tiempo justo para no arrugarse, controlar que no baje el nivel del agua porque se escapa un poco por el sumidero y, finalmente, intentar salir del baño con dignidad. Muy bonito todo, pero no compensa, de verdad. Al menos, en mi bañera.
"Tómate una infusión de tila, melisa, valeriana y pasiflora y esparce unas gotas de esencia de lavanda por la almohada". Ah, sí, espera, tengo que tener algo de eso en la despensa... ¡Oh, no! No hay. Lo más parecido es un Ambipur de flores de Oriente caducado y una caja de Earl Grey que me trajo Pedro de Londres. Pedro... valiente sinvergüenza. "Mañana te llamo y cenamos", dijo. Y cené, pero sin él, esa noche y la siguiente y las siguientes... Que le pillaba en un momento complicado, me dijo. Tan complicado como que se casó a los dos meses, de penalti. Pero mira que era guapo, ¿eh? Joer, qué sonrisa... Y aquel día que se presentó por sorpresa en el trabajo a recogerme... Es que tenía cada cosa... ¡Madre mía, las tres menos cuarto y sigo despierta! Mañana sin falta compro la pasiflora. Por cierto... siempre me sale decir "palsiflora", a ver si no meto la pata en la tienda. ¡Anda! Rima con cantimplora. Ay... qué bonita aquella excursión con Pedro...
"Ponte tapones en los oídos". Vale. Ah, mira, pues es verdad que no se oye nada. ¿A ver? Pues no. ¡Espera! ¿Qué es eso? "Pumpun, pumpun, pummmmpun" ¡Es mi corazón! Ay, qué grima. Va muy rápido, ¿no? ¿Y si se me para de repente? ¡Ay, ese pumpun ha sido distinto!
Sí, dormir parece fácil. Tanto que puede hacerse con los ojos cerrados. Pero a veces cuesta mucho echar el cierre.
----------
Y para ver si dormimos... una nanita: Lullaby - The Cure.
Siempre hay cosas más interesantes que hacer que dormir, aunque esa cosa sea simplemente no hacer nada. Porque eso sí que se disfruta.
Pero, como a pesar de mi apariencia y mi cerebro, soy humana, TENGO QUE dormir y, puesto que no tengo práctica, cada vez me cuesta más. Entonces la gente te cuenta truquis para conciliar el sueño, como por ejemplo, "lee un libro". A ver. Entiendo que a esa gente no le gusta leer, porque cuando yo leo un libro es porque me gusta y si me gusta, siempre termino incorporándome y devorándolo con avidez. Luego no me duermo.
También te dicen que oigas algo de música. Tampoco me vale. Me sé todas las canciones y las termino cantando. Y si no, me recuerdan a alguien y ese alguien siempre me ha hecho reír, llorar o sencillamente le odio, por lo que me recreo en mi dolor y no me duermo.
"Date un baño caliente". ¡Qué estrés, por Dios! No sé qué tiene de relajante el estruendo del chorro durante los 15 minutos que tarda en llenarse la bañera, esperar a que se enfríe porque tus manos nunca aciertan con la temperatura real del agua, intentar no clavarte el grifo, buscar la postura correcta para que los muslos y las rodillas no sobresalgan y se enfríen, estar el tiempo justo para no arrugarse, controlar que no baje el nivel del agua porque se escapa un poco por el sumidero y, finalmente, intentar salir del baño con dignidad. Muy bonito todo, pero no compensa, de verdad. Al menos, en mi bañera.
"Tómate una infusión de tila, melisa, valeriana y pasiflora y esparce unas gotas de esencia de lavanda por la almohada". Ah, sí, espera, tengo que tener algo de eso en la despensa... ¡Oh, no! No hay. Lo más parecido es un Ambipur de flores de Oriente caducado y una caja de Earl Grey que me trajo Pedro de Londres. Pedro... valiente sinvergüenza. "Mañana te llamo y cenamos", dijo. Y cené, pero sin él, esa noche y la siguiente y las siguientes... Que le pillaba en un momento complicado, me dijo. Tan complicado como que se casó a los dos meses, de penalti. Pero mira que era guapo, ¿eh? Joer, qué sonrisa... Y aquel día que se presentó por sorpresa en el trabajo a recogerme... Es que tenía cada cosa... ¡Madre mía, las tres menos cuarto y sigo despierta! Mañana sin falta compro la pasiflora. Por cierto... siempre me sale decir "palsiflora", a ver si no meto la pata en la tienda. ¡Anda! Rima con cantimplora. Ay... qué bonita aquella excursión con Pedro...
"Ponte tapones en los oídos". Vale. Ah, mira, pues es verdad que no se oye nada. ¿A ver? Pues no. ¡Espera! ¿Qué es eso? "Pumpun, pumpun, pummmmpun" ¡Es mi corazón! Ay, qué grima. Va muy rápido, ¿no? ¿Y si se me para de repente? ¡Ay, ese pumpun ha sido distinto!
Sí, dormir parece fácil. Tanto que puede hacerse con los ojos cerrados. Pero a veces cuesta mucho echar el cierre.
----------
Y para ver si dormimos... una nanita: Lullaby - The Cure.
sábado, 19 de abril de 2014
¿Se equivocó la paloma?
Hasta hace no muchos años, yo era una chica tímida en determinados ambientes. Supongo que la inseguridad y la sensación de estar rodeada de gente que me parecía superior a mí en un montón de aspectos, hacían que me sintiera invisible en algunos momentos.
Uno de esos momentos eran los viajes de trabajo. Me impresionaban las reuniones, conocer a gente que parecía saber mucho más que yo sobre los temas que se trataban. Y me impresionaba la soltura con la que se enfrentaban a ellos algunos compañeros de viaje.
Es por eso por lo que aquel soleado día de octubre en una ciudad francesa, cuando mientras corríamos hacia la siguiente reunión una paloma decidió soltar su vientre sobre las cabelleras de mis dos guapos, altos, elegantes, refinados, brillantes y preparados compañeros de trabajo, no pude reprimir una carcajada interna y celebrar una callada victoria. No entendía por qué no me había cagado a mí la paloma, sintiéndome yo aquella chica patosa e insegura en aquel ambiente tan profesional e internacional. Yo solía ser la dueña de la maleta perdida de Iberia, la que se equivocaba de calzado y le mataban las rozaduras, a la que se le rompía la cremallera del vestido justo antes de llegar a un visionado, la que casi perdía el avión... Así que aquella paloma que escogió sus cabezas en lugar de la mía para depositar sus excrementos, me llenó de confianza.
A veces, el mal ajeno nos alegra el día. Así de miserables somos.
Y fueron pasando los años, los viajes de trabajo y las palomas y yo gané en seguridad, sintiendo que no era mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera. Y esa sensación de que ya no tienes miedo mas que al miedo, de que no puede contigo ningún estirado, de que el poder que sobre ti tengan los demás no se lo otorga nadie más que tú mismo se fue apoderando de mí, haciendo por fin invisible a aquella chica invisible que fui.
Pero ayer...una paloma decidió soltar su vientre sobre mi cabellera. Y eso no hizo más que confirmar que no soy mejor que nadie, pero sí tan buena como cualquiera.
----------
El tema de hoy, por supuesto, When Doves Cry, Prince and the Revolution.
domingo, 1 de diciembre de 2013
Volver a tener quince años.
Tengo que reconocer que me costó mucho decidirme a ir a esa cena. Me daba entre pereza y miedo. Pereza, porque imaginaba que tendría que explicarle media vida a todo el mundo: a qué me dedico, que me casé y me divorcié, dónde vivo ahora... Miedo porque, si en el día a día voy dejando que el tiempo y la desidia se reflejen en mi aspecto, de repente, para un evento así, sí importan los diez kilos que me he echado encima en un año. Y todos queremos oír un "qué bien te conservas" después de dos décadas.
Pero me decidí. La insistencia de unos y la asistencia de otros terminaron por convencerme.
La semana anterior mi cabeza funcionaba como una centrifugadora. Qué me pondría, quién iría, quién se acordaría de mí, si metería la pata en algo, si iría hecha un adefesio, si me pondría mala, si me diera un bajón, si me aburriría...
Pero todas aquellas preocupaciones acabaron en cuanto abrí la puerta del restaurante y allí estaban todos. Los de siempre. Y como siempre. De repente, los últimos 20 años vividos se borraron de un plumazo y ahí estábamos, como si fuera el día después de terminar las clases. Y desde ese momento, no pude dejar de sonreír. Empecé a retomar emociones, sentimientos, risas. Tenía ganas de abrazarles a todos y de decirles lo mucho que les quería, los buenísimos recuerdos que me quedaban.
Fue un poco como volver a casa y ponerse el pijama. Esa sensación de estar rodeada de gente que te ha conocido cuando aún no eras quien eres ahora, cuando aún el corazón estaba entero, la mente más limpia, la piel más vulnerable y las ganas intactas.
Y descubres cosas de ti que no sabías.
Pero sobre todo, perdí el miedo y la pereza. Es siempre cómodo y seguro volver al lugar donde creciste. Y pienso seguir volviendo.
----------
Dedico esta breve entrada a la fiel lectora que anoche me animó a hacerlo.
Y esta canción a quien se sentirá aludido al escucharla:
Janey, don't you lose heart - Bruce Springsteen
Pero me decidí. La insistencia de unos y la asistencia de otros terminaron por convencerme.
La semana anterior mi cabeza funcionaba como una centrifugadora. Qué me pondría, quién iría, quién se acordaría de mí, si metería la pata en algo, si iría hecha un adefesio, si me pondría mala, si me diera un bajón, si me aburriría...
Pero todas aquellas preocupaciones acabaron en cuanto abrí la puerta del restaurante y allí estaban todos. Los de siempre. Y como siempre. De repente, los últimos 20 años vividos se borraron de un plumazo y ahí estábamos, como si fuera el día después de terminar las clases. Y desde ese momento, no pude dejar de sonreír. Empecé a retomar emociones, sentimientos, risas. Tenía ganas de abrazarles a todos y de decirles lo mucho que les quería, los buenísimos recuerdos que me quedaban.
Fue un poco como volver a casa y ponerse el pijama. Esa sensación de estar rodeada de gente que te ha conocido cuando aún no eras quien eres ahora, cuando aún el corazón estaba entero, la mente más limpia, la piel más vulnerable y las ganas intactas.
Y descubres cosas de ti que no sabías.
Pero sobre todo, perdí el miedo y la pereza. Es siempre cómodo y seguro volver al lugar donde creciste. Y pienso seguir volviendo.
----------
Dedico esta breve entrada a la fiel lectora que anoche me animó a hacerlo.
Y esta canción a quien se sentirá aludido al escucharla:
Janey, don't you lose heart - Bruce Springsteen
viernes, 8 de noviembre de 2013
No me gusta.
Un día de buen rollito de abril de 2011 escribí una lista de cosas que me gustan muchísimo. Hoy toca escribir la lista de las cosas que no me gustan, porque también es importante tenerlo claro:
Tener frío.
Sudar como un pollo.
El cilantro.
La ropa que pica.
La ropa áspera.
La gente que no sonríe con los ojos.
El victimismo.
La cerrazón mental.
Maná.
El Hormiguero.
El Escorial.
El roce de la arena de la playa en unos vaqueros mojados.
Los perfumes fuertes.
Anatomía de Grey.
El rollito pin-up.
El look pepero.
Los/as guapos/as serios/as.
La Oreja de Van Gogh. Dani Martín. Pablo Alborán. Alejandro Sanz. Nena Daconte. Dani Martín. Amaia Montero. Dani Martín. Dani Martín.
Dos Hombres y Medio.
Es que siempre se ha hecho así.
El café templado.
Mi dedo corazón.
La ducha sin presión.
Los jabones con olor a coco.
Las toallas que no secan.
Los graciosos que se hacen fotos con gesto de "¡mira, soy gracioso!".
Tumblr.
Las faldas a media pierna.
La ropa naranja.
Los anuncios con animales que hacen cosas de persona.
La mayoría de los periodistas futboleros.
La gente que no saluda en el ascensor.
Las escenas en las que el protagonista habla con un extra que no tiene frase y, por tanto, termina hablando SOLO. ¿Hay algo más ridículo?
El gestito de todas las fotos de moda de Laura Ponte.
Dani Martín.
Y Dani Martín.
Tener frío.
Sudar como un pollo.
El cilantro.
La ropa que pica.
La ropa áspera.
La gente que no sonríe con los ojos.
El victimismo.
La cerrazón mental.
Maná.
El Hormiguero.
El Escorial.
El roce de la arena de la playa en unos vaqueros mojados.
Los perfumes fuertes.
Anatomía de Grey.
El rollito pin-up.
El look pepero.
Los/as guapos/as serios/as.
La Oreja de Van Gogh. Dani Martín. Pablo Alborán. Alejandro Sanz. Nena Daconte. Dani Martín. Amaia Montero. Dani Martín. Dani Martín.
Dos Hombres y Medio.
Es que siempre se ha hecho así.
El café templado.
Mi dedo corazón.
La ducha sin presión.
Los jabones con olor a coco.
Las toallas que no secan.
Los graciosos que se hacen fotos con gesto de "¡mira, soy gracioso!".
Tumblr.
Las faldas a media pierna.
La ropa naranja.
Los anuncios con animales que hacen cosas de persona.
La mayoría de los periodistas futboleros.
La gente que no saluda en el ascensor.
Las escenas en las que el protagonista habla con un extra que no tiene frase y, por tanto, termina hablando SOLO. ¿Hay algo más ridículo?
El gestito de todas las fotos de moda de Laura Ponte.
Dani Martín.
Y Dani Martín.
jueves, 1 de agosto de 2013
Madrileña por el mundo.
Todos los que me conocen saben que me gusta muchísimo
viajar. No por ello me siento especial, desde luego. La mayoría de las cosas
que me gustan son bastante comunes: comer (es algo que se me nota en la cara)
(y en los muslos), la música (la buena, no como al resto), hacer fotos, tocar
etiquetitas de raso, recorrer en yate las Seychelles bañada en Moët Chandon,
juntar bolitas de mercurio…
El caso es que viajo como casi todo el mundo: cuando tengo
tiempo y dinero. Y, claro, he estado en
el extranjero. No en todo, pero sí en algunas partes del extranjero. Partes
“normales”, nada exótico, aunque sueño con visitar algún día la isla de Tristán
de Acuña, el lugar más remoto del planeta. No porque sea bonito, que creo que
no lo es, sino sólo por poder decir que he estado allí Y TÚ NO. Que para eso
viajo.
Esos viajes por Europa y Estados Unidos me
han servido, además de para perder unas gafas
y un par de aviones que encima no eran míos, sacar alguna que otra conclusión. Todo ello
desde mi punto de vista de viajera intrépida a la que le gusta mimetizarse con
las vidas extranjeras (los que vayáis a mencionar las fotos de Facebook en las
que salgo con dos cámaras, cantimplora y sombrero de paja, os tengo que decir
que es la última moda en las capitales europeas y por eso aquí distinguimos tan
bien a los guiris, pero ellos son así en su vida normal).
Lo primero a destacar es que en el extranjero no hay
persianas. En algunos sitios usan las contraventanas, que son más bonitas, eso
sí. En la Provenza las pintan de vistosos colores. En otros lugares, usan unas
cortinas tupidas. Y en las zonas más septentrionales, no ponen más que un
visillo. En todos estos casos, la luz se filtra. Y yo me pregunto si es que son
seres superiores, con párpados opacos. O si es que somos los únicos equivocados
y las persianas en realidad no son tan buena idea. O si detrás de todo ello hay
una poderosa empresa fabricante de antifaces.
Otra cosa que nos diferencia de Europa, por ejemplo, es que
no tenemos obsesión por las terrazas. A ver, nos encantan las terracitas que
alegremente invaden las aceras de las calles españolas en cuanto sale el sol,
pero, al contrario que en el extranjero, nosotros no vemos necesario tenerlas
todo el año. Ellos no las quitan nunca y en los meses de frío te colocan una
estufa y una manta. ¿Qué quieren demostrar? Nosotros ponemos nuestras terrazas
con dignidad. No nos pasa nada por prescindir de ellas en invierno. No tenemos
ese tipo de “complejos”.
En Francia y en otros lugares de Europa te cobran 0,50€ por
entrar a algunos baños públicos. Esto, que a priori puede fastidiarnos como
españoles, resulta de lo más práctico, porque puedes aliviarte cada pocas
manzanas con la seguridad de que el baño está limpio, tiene su papel, su jabón…
Es como si en el extranjero tuvieran más presentes las necesidades fisiológicas
propias de nuestra especie. O eso, o
retienen menos líquidos. Aquí puedes meterte en un círculo vicioso
infinito, porque para hacer pis, tienes que entrar en un bar y consumir. Si
consumes, al poco rato tendrás que volver a hacer pis otra vez… O también
puedes entrar a El Corte Inglés y aprovechar la “Semana Fantástica” en
cualquiera de los 26 días que dura. Y al final no te sale a cuenta. Son más
rentables los 50 céntimos.
Uno de los tópicos más extendidos es que en el extranjero se
habla inglés mejor que aquí. Falso. Eso sólo se cumple en los países
angloparlantes, lógicamente. En Francia, por ejemplo, no tienen ni idea. Creo
que en Europa, sólo salvaría a los países escandinavos. El resto… bueno, se
defiende como puede. En la República Checa, por ejemplo, es aún peor, porque no
sólo no hablan inglés, sino que fingen que lo saben. También fingen que son
simpáticos, por cierto.
También suele decirse que en Europa comen y cenan prontísimo
y que en España somos más libres con estos horarios. Bueno, a ver… en las
pequeñas poblaciones europeas es cierto que es muy difícil cenar más tarde de las
nueve. En Portree (Escocia), por ejemplo, las cenas comienzan a las cinco y
terminan a las ocho. Pero hoy en día, por lo general, se puede comer y cenar a
cualquier hora y en cualquier sitio. En eso se han españolizado mucho. De
hecho, en Helsinki no hay una hora concreta para comer. Se come cuando se tiene hambre. Es que son
avanzados para todo, la verdad. Podríamos hacer lo mismo con la Nochevieja.
Celebrarla cuando nos apetezca y no cuando
lo diga Anne Igartiburu.
Le he estado dando muchas vueltas a eso de que los alemanes,
las suecas, los holandeses o los italianos sean más guapos que nosotros. Yo
creo que no lo son. A pesar de que en Budapest me enamoré unas siete veces en
un cuarto de hora y que tengo más fotos de alemanes de a pie que de la Puerta
de Brandenburgo, creo que esto se debe a que simplemente, no son “lo mismo de
todos los días”. Igual que las matrículas norteamericanas nos parecen muy monas
y los buzones de correos de Gibraltar nos llaman tanto la atención y en cambio
no hacemos ni caso de los nuestros. Nos parecen más guapos porque siempre nos
gusta lo que nos resulta más difícil y ya sabemos todas que a un español lo
puede tener cualquiera y que si yo ahora mismo no tengo novio ni perrito que me
ladre no es porque yo no quiera, sino porque estoy en un momento de mi vida en
el que necesito estar sola y encontrarme a mí misma y ya aparecerá alguien
cuando menos me lo espere y vete tú a saber dónde está el amor y no se está tan
mal soltera. Pero ese es otro asunto.
Y para acabar, una clara ventaja de España: Zara es más
barato. Es una realidad. Podemos permitirnos llevar ropa de mala calidad, pero
a su precio justo. O no tan escandaloso.
En definitiva, viajen ustedes. Viajar empobrece el bolsillo,
pero enriquece mucho como persona. Como lémur, no tanto, eso sí.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)