No estoy nada inspirada, por eso paso poco por aquí. Tengo un montón de cosas que ocupan últimamente mi cabeza y ninguna de ellas alimenta mi creatividad. Pero hace un rato, escuchando música, se me ha ocurrido una tontería y he pensado que podría ser una ocasión para escribir aquí unas líneas. Y esta es la tonta reflexión.
Curiosamente, las dos canciones que más me hacen llorar, nada más empezar a escucharlas, contienen la palabra "sonrisa" en el título. Resulta contradictorio, ¿no?
The Shadow Of Your Smile - Frank Sinatra
En esta versión la canta Sinatra, pero el autor de la pieza es Henry Mancini, un auténtico experto en tocar fibras melómanas sensibles, como la mía.
Smile - Nat King Cole
Y ésta, cantada por Nat King Cole, es original de Charles Chaplin, experto en sonrisas y lágrimas.
Más canciones con sonrisa: Can't Smile Without You - Barry Manilow. Puede que sea más cursi, pero en un día tonto, puede hacerme también derramar varios lagrimones. Claro, que a Barry se le puede perdonar, porque su clásico Copacabana siempre logra animarme.
Europa (Earth's Cry Heaven's Smile) - Santana. ¿Se ha hecho tema más sexy? Sexy al estilo de los 70, pero... ¿acaso no fue una década sexy? Esta canción inspira, tal vez, otro tipo de sonrisa, digamos que más... "vertical".
En cambio, esta sí que me hace sonreír: Secret Smile - Semisonic. No es que sea feliz, pero lo que inspira es eso, una sonrisa secreta, una sonrisa oculta. Una interesante sonrisa.
Y, para acabar, aunque creo que este tema ha envejecido un poco, sí logró hacerme sonreír en su momento y hacer honor a su título: Inner Smile - Texas.
¿Qué canciones os hacen sonreír a vosotros?
De dónde sale esto.
En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.
domingo, 29 de enero de 2012
sábado, 14 de enero de 2012
De cada década.
Cualquier tiempo pasado fue mejor... excepto el de la década anterior.
Sí. Es una conclusión a la que llegué el otro día, así, de repente, sin darle muchas vueltas. Más bien, primero pensé la frase y luego busqué la forma de hacer que fuera cierta. ¡Y es cierta!
Una década sólo será buena cuando hayan pasado al menos 20 años desde su inicio.
La primera década en la que yo tuve criterio para decidir lo que pensaba de la anterior fue la de los 80. La empecé con 8 años y la acabé con 17. Y durante toooodo ese tiempo, odiaba los 70. Los pantalones de campana me parecían un espanto. Las solapas grandes, las películas, la música... Con lo contenta que andaba yo con mis calentadores, los pantalones aquellos que se enganchaban en los pies, el tupé, las hombreras, Modern Talking...
Pero claro, llegaron los 90 y, un día, ataviada con un vestido de terciopelo brillante del que hacía aguas, adornada con dos fabulosos pendientes dorados y negros colgando de mis orejas y escuchando tranquilamente a Mariah Carey en mi walkman Sony, cayó en mis manos una foto del 86 y pegué un grito ante tal espanto. Poco tiempo después, me compré un pantalón de campana y un disco de ABBA. ¡Los 70 eran magníficos!
Y ¿veis? Aún nadie echa de menos el look de Belén Rueda en el Vip Noche. ¡Ni a Mariah Carey! Porque, aunque estamos en la segunda década del siglo XXI, nuestro espíritu aún no se ha renovado, pero ya veréis, ya, cuando pasen 3 ó 4 años y empecemos a copiar aquel inconfundible estilo de las hermanas Valverde en la época Lazaroviana de Telecinco. De hecho, ya llevamos muchos cuantos años adorando a los 80. Vuelven las hombreras, aquellos horribles pantalones... y no me digáis que The Killers o Hurts no podrían ser competencia directa de Ultravox o Erasure.
De todas formas, el siglo XXI me está dando la sensación de que todavía no ha encontrado una identidad demasiado definida. Claro, que eso mismo pensaba yo en el 86. Es como que todo vale (menos lo de los 90, claro).
Eso sí, una vez superada la prueba de los 20 años, cualquier década ya pasa a ser clásica y se convierte en un icono. Hoy en día puedes tener en el armario un vestidito tipo charlestón, una falda por debajo de la rodilla, peinarte con ondas al agua, una falda con cancán, un abrigo evasé, una blusa hippy, unas mallas de colores... porque pertenecen a décadas consolidadas y respetables.
Todo esto me hace pensar que sólo nos aceptamos a nosotros mismos cada 20 años. Por eso siempre se repite la historia, por eso la humanidad nunca aprende. Porque sólo reconocemos los últimos errores que hemos cometido. Los demás, nos parecen perdonables. Son errores "vintage".
Sí. Es una conclusión a la que llegué el otro día, así, de repente, sin darle muchas vueltas. Más bien, primero pensé la frase y luego busqué la forma de hacer que fuera cierta. ¡Y es cierta!
Una década sólo será buena cuando hayan pasado al menos 20 años desde su inicio.
La primera década en la que yo tuve criterio para decidir lo que pensaba de la anterior fue la de los 80. La empecé con 8 años y la acabé con 17. Y durante toooodo ese tiempo, odiaba los 70. Los pantalones de campana me parecían un espanto. Las solapas grandes, las películas, la música... Con lo contenta que andaba yo con mis calentadores, los pantalones aquellos que se enganchaban en los pies, el tupé, las hombreras, Modern Talking...
Pero claro, llegaron los 90 y, un día, ataviada con un vestido de terciopelo brillante del que hacía aguas, adornada con dos fabulosos pendientes dorados y negros colgando de mis orejas y escuchando tranquilamente a Mariah Carey en mi walkman Sony, cayó en mis manos una foto del 86 y pegué un grito ante tal espanto. Poco tiempo después, me compré un pantalón de campana y un disco de ABBA. ¡Los 70 eran magníficos!
Y ¿veis? Aún nadie echa de menos el look de Belén Rueda en el Vip Noche. ¡Ni a Mariah Carey! Porque, aunque estamos en la segunda década del siglo XXI, nuestro espíritu aún no se ha renovado, pero ya veréis, ya, cuando pasen 3 ó 4 años y empecemos a copiar aquel inconfundible estilo de las hermanas Valverde en la época Lazaroviana de Telecinco. De hecho, ya llevamos muchos cuantos años adorando a los 80. Vuelven las hombreras, aquellos horribles pantalones... y no me digáis que The Killers o Hurts no podrían ser competencia directa de Ultravox o Erasure.
De todas formas, el siglo XXI me está dando la sensación de que todavía no ha encontrado una identidad demasiado definida. Claro, que eso mismo pensaba yo en el 86. Es como que todo vale (menos lo de los 90, claro).
Eso sí, una vez superada la prueba de los 20 años, cualquier década ya pasa a ser clásica y se convierte en un icono. Hoy en día puedes tener en el armario un vestidito tipo charlestón, una falda por debajo de la rodilla, peinarte con ondas al agua, una falda con cancán, un abrigo evasé, una blusa hippy, unas mallas de colores... porque pertenecen a décadas consolidadas y respetables.
Todo esto me hace pensar que sólo nos aceptamos a nosotros mismos cada 20 años. Por eso siempre se repite la historia, por eso la humanidad nunca aprende. Porque sólo reconocemos los últimos errores que hemos cometido. Los demás, nos parecen perdonables. Son errores "vintage".
viernes, 30 de diciembre de 2011
Relativizando.
El otro día, fisgando entre los libros de El Corte Inglés de Goya, encontré El mundo amarillo, de Albert Espinosa. Este verano me leí del tirón, en un vuelo La Coruña-Madrid, su famoso "Si tú me dices ven, lo dejo todo... pero dime ven" y me interesé por ese otro título suyo, que desconocía.
Leí la sinopsis y en ella, se hablaba de los "seres amarillos", que es así como llama Espinosa a esas personas que se cruzan en nuestra vida, ya por unos segundos, ya por muchos años, y que la marcan de forma significativa, que la transforman, que hacen que cambiemos ciertos principios, o creencias, o perspectivas...
Uno de mis seres amarillos, para ayudarme a superar un miedo que me acompañaba desde pequeña, me dijo una frase que logró borrar de un plumazo el 80% de la intensidad de mi fobia: "A mayor mal, mayor bien".
Se podría entender de muchas maneras, pero en aquel contexto se refería a que, cuanta más cantidad de actos malvados hay en el mundo, más cantidad de actos buenos se llevan a cabo. Y es verdad.
Tras una tragedia, siempre nos han sorprendido las reacciones de solidaridad, de unión. Es en la adversidad donde sale lo peor y lo mejor de nosotros mismos.
Está claro que todo se comprende y todo existe porque tiene un opuesto. No hay ruido sin silencio, no hay luz sin oscuridad, no hay mentira sin verdad... y parece ser que no hay bien sin mal. Ni mal sin bien.
Sería fantástico que todos fuéramos capaces de ser solidarios, generosos y amables sin que fuera una simple reacción. Que lo fuéramos porque sí, constantemente. Que los anuncios navideños de Coca-Cola no tuvieran que apelar a ello.
Pero... llegará el 9 de enero y todos volveremos a ser los mismos. Porque el pobre en Navidad da más pena que en agosto. Porque queda peor estropearle al vecino la Nochebuena que el 12 de mayo. Porque es importante cenar con los compañeros en diciembre y en abril no viene a cuento.
Y todo esto no es más que por el contraste, por nuestra dualidad inherente, porque todo es relativo.
Feliz año nuevo.
Leí la sinopsis y en ella, se hablaba de los "seres amarillos", que es así como llama Espinosa a esas personas que se cruzan en nuestra vida, ya por unos segundos, ya por muchos años, y que la marcan de forma significativa, que la transforman, que hacen que cambiemos ciertos principios, o creencias, o perspectivas...
Uno de mis seres amarillos, para ayudarme a superar un miedo que me acompañaba desde pequeña, me dijo una frase que logró borrar de un plumazo el 80% de la intensidad de mi fobia: "A mayor mal, mayor bien".
Se podría entender de muchas maneras, pero en aquel contexto se refería a que, cuanta más cantidad de actos malvados hay en el mundo, más cantidad de actos buenos se llevan a cabo. Y es verdad.
Tras una tragedia, siempre nos han sorprendido las reacciones de solidaridad, de unión. Es en la adversidad donde sale lo peor y lo mejor de nosotros mismos.
Está claro que todo se comprende y todo existe porque tiene un opuesto. No hay ruido sin silencio, no hay luz sin oscuridad, no hay mentira sin verdad... y parece ser que no hay bien sin mal. Ni mal sin bien.
Sería fantástico que todos fuéramos capaces de ser solidarios, generosos y amables sin que fuera una simple reacción. Que lo fuéramos porque sí, constantemente. Que los anuncios navideños de Coca-Cola no tuvieran que apelar a ello.
Pero... llegará el 9 de enero y todos volveremos a ser los mismos. Porque el pobre en Navidad da más pena que en agosto. Porque queda peor estropearle al vecino la Nochebuena que el 12 de mayo. Porque es importante cenar con los compañeros en diciembre y en abril no viene a cuento.
Y todo esto no es más que por el contraste, por nuestra dualidad inherente, porque todo es relativo.
Feliz año nuevo.
martes, 6 de diciembre de 2011
Treinta años después.
Hay que ver la cantidad de espectáculos que proliferan alrededor de la vida del treintañero medio.
Aparte de que se trata, obviamente, de un público "deseable", comercialmente hablando, es llamativo que muchas de estas producciones apelen a la nostalgia de los que ahora tenemos treinta y tantos.
Es cierto que la nuestra fue la primera generación cuya infancia estuvo marcada por la televisión y esto hace que tengamos muchos más referentes que nuestros padres. También fuimos, quizás, los primeros en mucho tiempo en tener una infancia más bien consumista. Había "más de todo": miles de marcas de chucherías, un montón de juguetes innovadores...
Para colmo, cumplidos los treinta, la mayoría siguieron siendo un poco niños. Muchos aún no han podido salir de casa de sus padres y eso nos da la sensación, quizás, de tener la infancia más cercana.
Y nos comparamos con los que hoy en día son niños y sentimos pena por ellos, porque casi no juegan al rescate o a la goma, porque no tienen Barrio Sésamo, porque están más gordos, etc., etc.
Nos parece que los de ahora tienen demasiadas cosas y menos infancia. Pero... esto es exactamente lo que nuestros padres pensaban de nosotros. Probablemente sus infancias fueron más difíciles y mucho, mucho menos consumistas, pero a ellos les parecía maravillosa. Igual que a nosotros la nuestra. E igual que les parecerá a los niños de ahora cuando tengan treinta y tantos.
A todos nos encanta recordar, encontrarnos aquel juguete que nos trajeron los Reyes en el 79, ver vídeos de 3, 2, 1, Contacto o de Tocata. Apelar a la nostalgia es comercialmente inteligente.
Es bueno recrearse en los buenos recuerdos y a ello contribuyen estupendamente estos espectáculos. Pero dejémoslo ahí, en el escenario, sin llevarlo como bandera en nuestra treintañera vida diaria. Creer que el pasado fue mejor es un síntoma claro de vejez, pero no de sabiduría.
Es más que probable que, dentro de 25 años, proliferen los monólogos en los que se toque la fibra sensible hablando de Bob Esponja y Justin Bieber, de aquellos obsoletos iPads o de un juguete del paleolítico llamado PlayStation3.
----------
Toca un tema retro, ¿no? Especial para treintañeros...
The Love Boat
Aparte de que se trata, obviamente, de un público "deseable", comercialmente hablando, es llamativo que muchas de estas producciones apelen a la nostalgia de los que ahora tenemos treinta y tantos.
Es cierto que la nuestra fue la primera generación cuya infancia estuvo marcada por la televisión y esto hace que tengamos muchos más referentes que nuestros padres. También fuimos, quizás, los primeros en mucho tiempo en tener una infancia más bien consumista. Había "más de todo": miles de marcas de chucherías, un montón de juguetes innovadores...
Para colmo, cumplidos los treinta, la mayoría siguieron siendo un poco niños. Muchos aún no han podido salir de casa de sus padres y eso nos da la sensación, quizás, de tener la infancia más cercana.
Y nos comparamos con los que hoy en día son niños y sentimos pena por ellos, porque casi no juegan al rescate o a la goma, porque no tienen Barrio Sésamo, porque están más gordos, etc., etc.
Nos parece que los de ahora tienen demasiadas cosas y menos infancia. Pero... esto es exactamente lo que nuestros padres pensaban de nosotros. Probablemente sus infancias fueron más difíciles y mucho, mucho menos consumistas, pero a ellos les parecía maravillosa. Igual que a nosotros la nuestra. E igual que les parecerá a los niños de ahora cuando tengan treinta y tantos.
A todos nos encanta recordar, encontrarnos aquel juguete que nos trajeron los Reyes en el 79, ver vídeos de 3, 2, 1, Contacto o de Tocata. Apelar a la nostalgia es comercialmente inteligente.
Es bueno recrearse en los buenos recuerdos y a ello contribuyen estupendamente estos espectáculos. Pero dejémoslo ahí, en el escenario, sin llevarlo como bandera en nuestra treintañera vida diaria. Creer que el pasado fue mejor es un síntoma claro de vejez, pero no de sabiduría.
Es más que probable que, dentro de 25 años, proliferen los monólogos en los que se toque la fibra sensible hablando de Bob Esponja y Justin Bieber, de aquellos obsoletos iPads o de un juguete del paleolítico llamado PlayStation3.
----------
Toca un tema retro, ¿no? Especial para treintañeros...
The Love Boat
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Escenas de amor.
Hoy, volviendo a casa en coche, he presenciado una escena sacada de una película romántica de esas que tanto nos gustan a las chicas.
El semáforo de la esquina de mi casa estaba en rojo y, mientras esperaba, he mirado por el retrovisor. En el coche que había detrás de mí iba una pareja. Se les veía bien porque llevaban la luz de dentro encendida. Ella estaba comiendo algo y él, que conducía, empezó a intentar quitárselo para comérselo él. Juguetearon unos momentos entre risas, hasta que cada uno se comió la mitad del (imagino) suculento manjar. Entonces ella le miró, giró la cara de él con su mano, él apagó la luz y se dieron un beso.
Tan bonito que parecía guionizado.
Y me ha encantado recordar que existen esos momentos mágicos, que duran a veces tan poco como la luz roja de un semáforo.
El semáforo de la esquina de mi casa estaba en rojo y, mientras esperaba, he mirado por el retrovisor. En el coche que había detrás de mí iba una pareja. Se les veía bien porque llevaban la luz de dentro encendida. Ella estaba comiendo algo y él, que conducía, empezó a intentar quitárselo para comérselo él. Juguetearon unos momentos entre risas, hasta que cada uno se comió la mitad del (imagino) suculento manjar. Entonces ella le miró, giró la cara de él con su mano, él apagó la luz y se dieron un beso.
Tan bonito que parecía guionizado.
Y me ha encantado recordar que existen esos momentos mágicos, que duran a veces tan poco como la luz roja de un semáforo.
lunes, 24 de octubre de 2011
Poderes.
La gente es poderosa. Todo el que está a nuestro alrededor, tiene poderes.
Algunos tienen el poder de ponernos furiosos, de incendiar nuestra ira. Otros, el de hacernos sonreír.
Hay gente que te hace sentir tranquilo, que te calma. Hay quien provoca que tu corazón se acelere y tu estómago se inquiete y sudes, y te pongas nervioso y tu piel sienta escalofríos y el vello se erice.
Hay quien te hace reír.
Hay quien te hace llorar y hundirte.
Hay quien te avergüenza, hay quien te roba tu carácter, quien te hace desaparecer.
Hay quien te sube el ánimo, quien te alza a un pedestal, quien te hace sentir grande.
Y todo ello, lo consiguen sólo con estar, sólo con mirar, sólo con hablar.
Pero es mentira. Si tienen ese poder es porque nosotros se lo otorgamos. Somos nosotros los que decidimos quién nos derriba y quién nos eleva.
Y hay que ser cauteloso con esas decisiones.
----------
Moondance - Van Morrison.
Algunos tienen el poder de ponernos furiosos, de incendiar nuestra ira. Otros, el de hacernos sonreír.
Hay gente que te hace sentir tranquilo, que te calma. Hay quien provoca que tu corazón se acelere y tu estómago se inquiete y sudes, y te pongas nervioso y tu piel sienta escalofríos y el vello se erice.
Hay quien te hace reír.
Hay quien te hace llorar y hundirte.
Hay quien te avergüenza, hay quien te roba tu carácter, quien te hace desaparecer.
Hay quien te sube el ánimo, quien te alza a un pedestal, quien te hace sentir grande.
Y todo ello, lo consiguen sólo con estar, sólo con mirar, sólo con hablar.
Pero es mentira. Si tienen ese poder es porque nosotros se lo otorgamos. Somos nosotros los que decidimos quién nos derriba y quién nos eleva.
Y hay que ser cauteloso con esas decisiones.
----------
Moondance - Van Morrison.
jueves, 13 de octubre de 2011
En blanco.
No, no he abandonado el blog. Cada noche me planto delante de la hoja en blanco que blogger me ofrece para rellenar con una nueva entrada, pero mi mente se queda más en blanco aún.
Yo, que hablo por los codos ¿no tengo nada que decir? Se ve que no.
Puede que no esté observando lo suficiente. Pero no dudéis que, si veo algo, os lo contaré.
----------
De todas formas, os dejo un tema que habla sobre esa gente a la que a veces parece que le fastidian las sonrisas ajenas y a la que sin duda, hay que ponerles en su sitio, eso sí, con más sonrisas.
Put You In Your Place - The Sunshine Underground.
Yo, que hablo por los codos ¿no tengo nada que decir? Se ve que no.
Puede que no esté observando lo suficiente. Pero no dudéis que, si veo algo, os lo contaré.
----------
De todas formas, os dejo un tema que habla sobre esa gente a la que a veces parece que le fastidian las sonrisas ajenas y a la que sin duda, hay que ponerles en su sitio, eso sí, con más sonrisas.
Put You In Your Place - The Sunshine Underground.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)