De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Fe y estados de ánimo.

No es que hoy me apetezca especialmente escribir. Pero lo haré, aunque cambie el tono habitual de mis frases.

¿No os ha pasado alguna vez que una cosita pequeña, muy pequeña, a veces, incluso, tan pequeña que ni siquiera la podéis identificar, os cambia el estado de ánimo? Para bien o para mal. Seguro que sí.

Todo está igual. Ha pasado lo mismo de todos los días o tal vez, no. Tal vez, ha sido un día especialmente bueno y, de repente hay algo, un pequeño detalle que lo fastidia.

Seguramente haya sido yo misma. Algo que hace "clic" dentro de mí y decide que, a partir de ese mismo momento, se acabaron las sonrisas. ¿Se agotarán las sonrisas por el uso? ¿Será que tengo un tope de sonrisas determinado y hoy lo he sobrepasado?

No es que me encuentre mal, ni que tenga razones para ello, pero sólo me apetece relajar el gesto, caminar despacio y esconderme en algún sitio. Así, sin más. Así, sin razón alguna.

Alguna razón habrá...

Seguramente. Alguna razón que yo no quiera razonar.

Y ahora, hablaré de otra cosa. El otro día vi una entrevista que le hacían a una mujer que, con poco más de 25 años, se había quedado paralítica practicando esquí. Antes del accidente, era tremendamente deportista, pero ahora tenía que valerse de su silla de ruedas. Luego se casó y tuvo dos hijas y, muy poco tiempo después, su marido enfermó y murió. Y, más tarde, a una de sus hijas le detectaron una extraña enfermedad. Con unos 35 ó 40 años, se había quedado viuda y estaba postrada en una silla. Pero... si la hubiérais oído hablar... Tenía una fe tremenda en Dios y declaraba que era "muy feliz". Y era cierto. Rezumaba felicidad. Porque todo lo que le había pasado creía que habían sido pruebas que Dios le había puesto y que estaba tremendamente agradecida por que Dios le hubiera enseñado tantas cosas.

Y me dio mucha envidia. Y me causó admiración. Porque, parece ser que por desgracia, yo sólo creo en la mente (no necesariamente en la mía) y en la ciencia. No creo en nada más. No puedo echarle la culpa a nadie de cualquier cosa que me pase. La mayor parte de esas cosas, serán exclusivamente culpa mía. Las buenas y las malas. Del resto de las buenas, tendrán la culpa los que quieran hacerme algún bien. Y del resto de las malas... pues tendrá la culpa la ciencia, la naturaleza o la simple casualidad.

No quiere decir que yo no saque enseñanza de las cosas que me pasan, que sí lo hago. Es la única forma de avanzar en la vida. Pero no le doy las gracias a Dios. Ni le culpo.

Me parece bonito y estupendo que haya gente que sienta alivio y sea feliz gracias a la fe. Pero, sin ánimo de ofender, yo no puedo evitar pensar que es un poco cómodo pensar que hay alguien que decide por ti. Y no deja de parecerme espantosa la idea de que todo aquel que sufre en el mundo sea porque Dios le está poniendo a prueba.

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