De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

viernes, 16 de abril de 2010

Once meses después...

He decidido mantener, al menos por un tiempo, el título del blog, a pesar de que ya no estoy en Hollywood. Ni en Hollywood, ni en algún que otro sitio. Porque, en cierto modo, sigo siendo y, siempre seré "una doña nadie en Hollywood".

Pero, como Madrid no es Los Ángeles (bendito sea Dios), tendré que contar aventuras menos aventuradas y sobre todo, menos glamourosas (si algo fabuloso no lo impide).

Aventuras de la vida cotidiana. Esas pequeñas cosas que a todos nos pasan todos los días y que marcan realmente la diferencia entre un día y el posterior (y que son algo más que la fecha del calendario). Porque todos los días, por parecidos que sean, son distintos, especiales, por algo en concreto.

Ayer fue un día de esos, como todos. Yo me encontraba justo en medio de mi rutina. Sentada frente al ordenador, rodeada de papeles que estaba a puntito de organizar, con España Directo puesto de fondo, muy de fondo.

De repente, el habitual vacío de mi oficina se vio alterado por alguien que entraba en ella, a eso de las 19:30. A esas horas, no podría ser nadie más que alguien del servicio de limpieza. Y, efectivamente, así era. Se trataba de un joven ataviado con un mono gris y granate, que portaba una escalera de mano. Me dijo que venía "a limpiar los altos". Jamás en mi vida habría pensado que hubiera alguien dedicado exclusivamente a limpiar "los altos". Sobre todo, porque "los altos" de mi oficina, son algo bajos. Vamos, que la misma persona que limpia "los bajos" (ejem), podría aprovechar también y limpiar "los altos". Puede ser que la gente que limpia "los bajos" sea demasiado baja para limpiar "los altos" y viceversa, pero en ese caso, saldría más barato contratar a personas de mediana estatura, que llegaran a todas partes con cierta comodidad. Pero oye... no seré yo quien critique el reparto de tareas.

El caso es que el chico de la escalera reparó enseguida en el soniquete que salía del aparato de aire acondicionado. "Vaya musiquita tienes ahí", me dijo, desde "los altos" de mi despacho. Yo le dije que ya, ni lo oía, de lo acostumbrada que estaba. Entonces, empezamos a hablar del ruido y de las dificultades de convivir con él (con el ruido, no con el chico de la escalera).

A través de esa sencilla frase ("Vaya musiquita tienes ahí"), me enteré del número de hijos que tenía, del piso donde vivía actualmente, de la cercanía de tal piso a un conocido hospital de la ciudad, de la incomodidad que supone vivir justo al lado de una gasolinera (por el dichoso "ha elegido usted gasolina súper"), de que se va a mudar a un adosado de las afueras, donde espera que los vecinos sean agradables, de que tiene una hermana que se fue a vivir a otra provincia por amor y de que en su pueblo le consideran "frío" porque no se inmuta cuando oye una ambulancia.

Claro, que él también se enteró de algún que otro detalle de mi vida. Concretamente, de todos los barrios de esta ciudad en los que he vivido (6, nada menos. Una barbaridad, si tenemos en cuenta lo jovencísima que soy -ejem- y que soy madrileña, madrileña) y de lo que me incomoda el camión de la basura, a pesar de vivir en un sexto.

Este pequeño hecho sin importancia, me llevó a pensar en la facilidad que tiene el ser humano (especialmente, el ser humano español) de ponerse a hablar de cualquier cosa en cualquier sitio y en cualquier circunstancia. El chico de la escalera y yo nos contamos media vida y yo le sigo llamando el chico de la escalera. Igual que la señora de la sala de espera del ambulatorio tampoco tendrá nunca nombre, aunque yo sepa que le han extirpado la vesícula y las transaminasas las tiene algo elevadas.

Hablemos, pues, con la gente. Sea quien sea y donde sea. Siempre aprenderemos algo y siempre tendremos algo que contar.


3 comentarios:

  1. Hola Mazdrileña...:) Esa gracias q tienes para contar historias... No hace muche, me entretuve una tarde leyendo varias de esas escrituras q tengo tuya...a ver si las scanneos un dia y te las mando, para q te rias un poco... Ya pasare por aqui a leerte un poco... Un beso.. el del círculo polar ártico...

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  2. Me hará muchísima ilusión que me las mandes!!! A saber qué locuras te mandaría... Si ahora no estoy muy bien de la cabeza, no quiero imaginar cómo sería 10 años atrás... Un beso desde Madrizzz para el norte!!!

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  3. Conchi!! he publicado un comentario...pero no quiere aparecer....snifff. seguiré inténtandolo...

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