De dónde sale esto.

En mayo de 2009, fui a Los Ángeles en un viaje de trabajo. Se trataba de asistir a un evento anual al que sólo suelen ir los grandes jefes de ciertas empresas, pero ese año, un "gran jefe" no pudo ir y fui yo, una doña nadie. El blog nació sólo como una forma diferente y barata de comunicarme con mi familia y amigos mientras estaba allí, a 9 horas de distancia temporal. Pero luego, le cogí el gustillo y, aunque ya no estoy allí, sino en Madrid, considero que nuestras vidas son unas grandes súper producciones y que yo, al fin y al cabo, sigo siendo una doña nadie en Hollywood.

martes, 16 de noviembre de 2010

De coches y hombres.

Tengo una manía bastante común: me fijo mucho en los coches y en las matrículas. Si veo por ahí un coche, sé si es de mi barrio. Lo hago de una forma natural. Seguramente esa costumbre venga de un entretenimiento que mi padre solía proponernos cuando éramos pequeñas, para que no diéramos mucho la lata en los viajes, que consistía en contar la cantidad de coches de un modelo determinado que veíamos o en sumar las matrículas... cosas así. Por eso recuerdo todos los números de matrícula de los coches de mi padre (y ha tenido 10) y de los de mis amigos, compañeros, familia, etc. (Parezco un poco psicópata, pero lo hago sin querer... como los psicópatas, sí).

Recuerdo que un soleado mediodía, allá por 1999, estaba esperando en un semáforo junto al Ramón y Cajal. Detrás de mí había un coche azul marino, conducido por un hombre espectacular, que iba acompañado del que podría ser su padre. Me encantó su gesto, su pelo, su forma de moverse... Y me quedé con la matrícula, por si le volvía a ver. Y, efectivamente, así fue. Volví a ver ese coche y esa matrícula en el 2008, mientras yo cruzaba a pie el Paseo de las Delicias. No sé si tendría el mismo dueño. Por supuesto, sigo recordando la matrícula perfectísimamente. En cambio, al chico sería incapaz de reconocerle por la calle.

El caso es que tengo mis propias estadísticas con los coches. Aquí van algunos resultados de mis estudios.

Algunos días, cuando llego al garaje, suele haber un coche aparcado delante de la puerta, con la doble intermitencia puesta. Curiosamente, la mayor parte de las veces, se trata de un Seat Ibiza ¡y nunca es el mismo! Lo que me lleva a pensar que los dueños de los Seat Ibiza tienen cierta pereza a la hora de buscar aparcamiento, o son propensos a parar "un momentito", o suelen ir a recoger o a dejar a su novio/amigo/padre/suegra en su casa, o simplemente son aficionados a tocar las narices.

Otras personas se dedican, impunemente, a aparcar en las plazas reservadas a los minusválidos, sin serlo. Y estos suelen portar automóviles caros, como Audis, Mercedes, BMWs y demás. A veces pienso que es porque, además de poca vergüenza, tienen mucha pasta para permitirse la multa.

Si alguna vez tenéis oportunidad, fijaos en los Opel Astra de color gris plateado de hace unos diez años. Veréis que, con asombrosa frecuencia, la matrícula es de Toledo y las letras son AF o AX, o A algo, en todo caso.

Es curioso observar a un coche y a su dueño. Tenía un compañero soso a más no poder. Físicamente era alto, delgado y desgarbado y no demasiado agraciado. Era aburrido sólo con mirarle. Cuando vi su coche, no me lo podía creer: tenía un deportivo de lo más agresivo. Tal vez es por eso que dicen de que a veces los hombres suplen con el coche sus propias carencias. Claro, que también dicen que el coche es una prolongación del pene, pero en el caso concreto de este muchacho no lo puedo aplicar, por falta de conocimiento (y de ganas, por supuesto).

Los coches dicen mucho de sus dueños. Y la verdad es que el mío no habla nada bien de mí.

No sé por qué tendré esta costumbre. Tal vez en otra vida fui guardia civil.

De todas formas, los coches y los hombres (refiriéndome exclusivamente al género masculino), tienen mucho que ver. El coche perfecto seguramente se parezca mucho al hombre perfecto: diseño italiano, seguridad alemana, precisión japonesa y elegancia inglesa.

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No, tranquilos, hoy no haré como ayer, que os dejé media discoteca. Hoy sólo dejo un tema, pero seleccionado con cuidado. Uno del 85. Uno de mis favoritos.
Heartbeat city - The Cars

lunes, 15 de noviembre de 2010

Belleza.

Cuando tenía unos quince años, había un chico en mi colegio, unos tres años mayor que yo, al que recuerdo saliendo de clase, en la calle, con un plumas Roc Neige azul marino y rojo, sin mangas, bajo el que llevaba una impoluta camisa blanca. Tenía un pelo precioso, castaño claro, que brillaba muchísimo cuando le daba el sol y cuyo flequillo se movía graciosamente cuando él resoplaba hacia arriba. Además, su sonrisa era simplemente deslumbrante. Nunca llegué a cruzar una palabra con él. Nunca supe si era simpático, o inteligente, o dulce. Pero, cada vez que le veía, me entraban unas enormes e incontenibles ganas de llorar. Se me ponía un nudo en la garganta y en el estómago, se me saltaban las lágrimas y una enorme emoción física me recorría. Sólo por su belleza. Sólo por contemplarle. Jamás ocupó un lugar en mi corazón, pero mi reacción física era instantánea.

Aquello volvió a sucederme un 25 de julio, el día que subí a lo alto de Notre Dame de París. El sol se reflejaba en el Sena. Estar allí, junto a las gárgolas, hizo que mis lágrimas salieran a borbotones y que me faltase la respiración. Lloraba con una enorme sonrisa. Lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida. Ese día fui FELIZ, con mayúsculas. Y eso, a pesar de estar enferma, sola y muchas cosas más.

Fue la misma emoción que sentí al borde de Cabo Vidío, en Asturias. Siempre he dicho que, si me pierdo, me busquen allí. He ido ya muchas veces, pero la primera se me metió dentro.

Así que, claro que puedo entender lo que le sucedió a Stendhal en la Santa Croce (aunque allí, a mí no me sucediera lo mismo). Soy tremendamente sensible a la belleza. Una belleza que puede estar en cualquier parte y en cualquier cosa o en cualquier escena. Una belleza que me remueve físicamente, que hace que mis emociones exploten en forma de lágrimas y de felicidad.

La belleza también duele, pero es un dolor tan placentero...

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Hoy me apetecería dejar cientos de canciones, así que voy a poner más de una. Todas ellas, me han hecho llorar de belleza.

Europa (Earth's Cry Heaven's Smile) - Santana
Smile - Nat King Cole
The way we were - Barbra Streisand
Unfinished Sympathy - Massive Attack
When the body speaks - Depeche Mode

jueves, 11 de noviembre de 2010

Orden y caos.

Estoy viendo un curioso documental sobre el orden y el desorden. En él hacen una serie de reflexiones acerca de las ventajas y desventajas de ser ordenado.

"El desorden es parte del orden natural", acaban de decir. Y que el otoño es la estación más desordenada de todas... Mmmmm... bueno. La Naturaleza tiene, sin duda, un orden. Pero el caos también es parte de ese orden...

Sobre las personas, cuentan que el desorden es una señal indudable de personalidad y que la gente desordenada suele tener mejores sueldos que los individuos más pulcros. Me parece mucho decir. En general, me he encontrado con muchos más jefes cuidadosos que desordenados.

Una de las razones que suelen darme para convencerme de que es mucho mejor ser ordenado es que teniéndolo todo bien colocado y guardado se ahorra uno mucho tiempo. ¿Seguro? ¿Y si no fuera así?

Vamos a ver: si yo llego a casa, dejo el bolso colgado en el picaporte de una puerta, el abrigo al pie de una cama, los zapatos en el suelo y el resto de mi ropa, la tiro sobre la silla ¿cuánto he tardado? Unos dos minutos.

En cambio, si entro en casa, meto el bolso en su armario, cuelgo el abrigo en una percha, meto las botas en el zapatero y guardo todas y cada una de las prendas que me quito, dobladas en su estantería (si no hay que echarlas a lavar, que eso sí que es lo más cómodo del mundo), ¿cuánto tardo? Probablemente, no menos de diez minutos. He perdido ocho.

Al día siguiente, si salgo de nuevo, tendré que volver a buscar el bolso en el armario, descolgar el abrigo de la percha, coger los zapatos del zapatero... De la otra forma, "a mi manera", ¡está todo a mano!

En el peor de los casos, si no encuentro algo por mi desorden, ¿qué voy a perder buscándolo? ¿ocho minutos? ¿algo más? El tiempo queda compensado.

No voy a discutir, desde luego, que estéticamente es mucho mejor ser ordenado. Cuando espero visita en casa, lo primero que hago es ordenarlo todo. Y tampoco voy a defender, en absoluto, que ese desorden tenga que conllevar suciedad. Ni hablar. No soporto la suciedad.

Se trata de sentirse a gusto con uno mismo. El que es ordenado no realiza esfuerzos para colocar sus cosas. Lo hace de forma natural, porque se siente feliz así. Los desordenados también lo hacemos de forma natural. Además, solemos tener memoria fotográfica y en nuestro caos también tenemos nuestro orden. Es más... cuando me da por ordenar algo o por colocarlo en su sitio, es cuando no lo encuentro, porque he actuado contra mi propia lógica y luego, me cuesta deducir dónde está. Si yo dejo siempre el bolso colgado del picaporte de una puerta, siempre iré a buscarlo allí.

En fin... los desordenados somos unos incomprendidos. No parecemos lógicos. Bueno, tenemos una lógica diferente, así de simple.

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Hoy, después de este discursito, una canción de "a mí, plin". Una canción que me encanta desde siempre.
Raindrops keep falling on my head - B.J. Thomas

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por encima de nosotros.

Una vez, me dijo un psiquiatra que los seres humanos estábamos utilizando tecnología del siglo XXI con emociones del siglo XIX.

Me pareció, entonces (aún estábamos en el siglo XX), una verdad como un templo y aún lo sigo pensando.

Tenemos unos avances técnicos que hace sólo 30 años, la mayoría ni podíamos soñar. ¿Y para qué los utilizamos? Para lo mismo que nuestros antepasados usaban la pluma y las cartas, los carruajes, el arco y la flecha... Tenemos millones de aparatos nuevos para conseguir los mismos fines de siempre, pero de una forma mucho más rápida.

Y lo malo es que toda esta nueva tecnología la seguimos usando los mismos descerebrados. ¿O lo somos más aún? Por ejemplo, me pregunto si antiguamente también había niñatos que le cogían a su padre el coche de caballos y se ponían a correr sobre los adoquines de la villa, a toda velocidad sólo para impresionar a la rubia de turno.

Cartas de amor se han escrito siempre, pero en eso, seguro que hemos cambiado. Principalmente, porque en la antigüedad, pocos sabían escribir y quienes lo hacían, lo hacían bien. Hoy lo sabe hacer casi todo el mundo y cada vez peor. Lo que antes se decía usando al menos diez líneas de una cuartilla, con una hermosa y enrevesada caligrafía y a veces sobre papel perfumado, hoy se resume en tres caracteres sobre una pantalla retroiluminada por LED: "tkm".

Tal vez, a medida que la tecnología avanza, nuestro cerebro retrocede. Tal vez estamos creando un monstruo que un día podrá con nosotros (sé que este pensamiento no tiene nada de novedoso). No es que creemos máquinas cada vez más potentes y nosotros sigamos siendo los mismos. Es que creo que a medida que se perfeccionan estos inventos, nosotros empeoramos. Como si nos relajáramos, cediendo el poder a estos aparatitos. Ahora que cada vez cuesta menos hacer las cosas, nos hacemos más vagos.

Antes, no hace tanto, escribir una carta a máquina (hablo de una Underwood o incluso de una Olivetti), costaba bastante trabajo. Había que enrollar correctamente el papel en el rodillo, teclear fuertemente para marcar las letras y empujar el carro para pasar de línea. Por no hablar de corregir errores: había que tener a mano el Tipp-ex y ponerlo exactamente sobre la letra errónea. Y aun así, escribíamos las palabras y las frases enteras.

Hoy en día, no hay papel, los teclados son tremendamente suaves y se borra todo con una sola tecla. Y si escribimos en el móvil, sólo usamos un dedo para todo y la opción de texto predictivo nos da la palabra hecha. Y todas estas facilidades sólo han llevado a la extinción de palabras como "porque", "también", "qué" o "mensaje".

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Hala, ya he acabado mi breve reflexión. Finalizo con una canción que, durante mucho tiempo, cantaba a diario en la ducha:
No ordinary love - Sade